El golpetear de la primera escarlata gotita de sangre que golpeo el piso, fue como un relámpago en medio de la mas pacifica y silenciosa de las mil noches de hastió, ansiedad y desesperación que el alma de Maria, soportase durante los últimos años, de la paupérrima repetición de imágenes que llaman vida.

Hoy Maria esta segura es su día, la navaja atravesó la vena por la altura de la muñeca, gota a gota se irían las noches de soledad y odio reprimidas en su corazón; con la lenta parcimonia de la anhelada muerte se lavarían sus pecados y la libertad soñada del águila por fin seria suya.

Maria era perfectamente conciente que nadie entendería esta decisión, ni siquiera su amada madre, nadie lograría entender de que su alma era prisionera de una realidad, que odiaba demasiado, como para siquiera pensar en la idea de vivir; era absurdo pero cierto; nadie, absolutamente nadie entendería sus motivos; lo único que repetían todos cuando ella les contaba de sus profundo problemas, era que una niña de nueve años no podía tener problemas verdaderos.