-¿Puedo?
Elevó la mirada, no había visto venir a la mujer joven y sonriente que señalaba una silla esperando su aprobación. Pensó mentirle , que esperaba a alguien pero salió de su ensimismamiento y ocultando su molestia con un ademán asintió. Al ver que a él le servían lo solicitado ella pidió lo mismo al garzón. Con gestos y sonrisas propias de un ser alegre explicó:
-El fascinante aroma de tu plato me decidió no solo a compartir la mesa. Odio almorzar sola, siento como que estoy perdida en el mundo. -¿ Y tú vienes siempre aquí? Es fabuloso este lugar, discreto y acogedor. Estoy encantada de haberme atrevido a entrar acá, no soy habitué de restoranes, el Casino de la oficina no funcionó por reparaciones.
Leonel la miró, la oía como lejana, para él no dialogar en ese momento era un alivio. Pero advirtió para si que debía sacar fuerzas, ya no podía seguir hundiéndose, debería contagiarse un mínimo de la locuacidad de la joven mujer para reflotar su alma deprimida. Ni siquiera recordaba desde cuando no almorzaba, aparte del te y unas galletas. Un yogurt o una insulsa sopa casera.
Observó a la mujer, era más joven que como el la había visto. Bueno era oír esa voz alegre y dejarse llevar un poco, aplastando ese deseo de hundirse en la soledad, reconocía en su interior que habitualmente no hacía nada por salir de ese estado, escarbando en los recuerdos como un decrépito anciano que no espera nada, aparte de la muerte.
Empezó a escucharla, derramaba simpatía, su nombre era Isabel, secretaria en una Compañía, sin suerte en el amor y aún así era feliz. Leonel recordó que él también fué feliz. Terminado el almuerzo pagaron las cuentas por separado. el no quería ofenderla insistiendo y ella le sonrío como si se conocieran de siempre.
-Ha sido un almuerzo maravilloso. Imagínate que ni conté las calorías y lo mejor que logré arrancarte una sonrisa, lo que te hace aún más buenmozo y que me miraras a los ojos. Me gustaría verte otra vez. Eres tan caballero y simpático.
-Más adelante, cargo con un dolor muy grande y estaré unos días fuera de la ciudad.
Sacó un espejo y retocó sus labios, se puso de pie colgándose su bolso en el hombro.
Leonel cogió su chaqueta y la llevó en la mano. Después de cierta reticencia Isabel aceptó que el la acercará a la calle de su oficina sin salirse de su trayecto y esta hizo gala de su contagiosa alegría y su buen humor
Atractiva se dijo Leonel, lindas manos. Pero no me importa. Ella insistió en volver a verlo, sin compromiso. En la parada del Semáforo en rojo él cogió su chaqueta y extrajo la billetera y de ella una tarjeta que le entregó. Ella prometió que lo llamaría.Y dejo apresurado la chaqueta que cayó sobre los pies de ella. Riendose ella la cogió y la mantuvo en sus brazos. En el próximo semáforo Isabel le agradeció y le dió un inesperado beso, dejando la chaqueta sobre el asiento y agilmente descendió cerrando la puerta del auto. Leonel se sentía extraño, quizás levemente reconfortado y llegó al estacionamiento y descendió del vehículo con el vestón en la mano. Tocó el bolsillo y antes de cerrar la puerta miró en el piso, entre y debajo de los asientos. Su billetera de fino cuero recuerdo de la mujer amada, con su foto, dinero, documentos identificatorios, la tarjeta del Redbac se habían esfumado.
Desconcertado vió unos dientes albos en una boca roja y oyó el cascabel de una risa.