Hoy día me desperté anhelando esas frías aguas del lago que alguna vez me acogió en su seno y dejó sus marcas en mi.

Mis pies y mis rodillas aun albergan sus pequeñas piedras filosas, pero no duelen, solo yacen ahí, quietas, frías, encarnadas en mi ser.

Miro en dirección al pueblo, que en su otra orilla me saluda alegre.
Como queriendo decirme algo que no alcanzo a escuchar desde tan lejos o ¿será el viento que no me deja escuchar los mensajes que no pueden ser mandados en una botella?

El viento trae gotas de agua dulce y siento el sol tenue pegándome en la cara, con un imperceptible calorcito que denota su altiva presencia.

El oleaje golpea mis pies cansados. Estoy sentado en la arena, peligrosamente cerca de las aguas turbulentas.
Solo caminé tres pasos y ya estaba tratando de salir con vida de sus fauces.

Miro hacia atrás y el nevado volcán se muestra imponente ante mis ojos. Como un gigante que con sus pies en el lago trata de pasar tu tiempo asustando a sus tranquilos visitantes.

Doy vuelta la cara y veo de nuevo a las frías olas que se mueven amenazantes ante mi.
Como queriendo retarme, -"¡Ven, camina tres pasos y verás!"- Yo no le hago caso y solo dejo que sus gotas me empapen.
Le respondo -"¡Ya te incrustaste en mi!, ¿Qué más quieres?