…Y de pronto la luz apareció, esa luz blanca, intensa, que le quemaba la piel, la boca, los ojos y no lo dejaba pensar en nada.
Entonces se preguntó que era esa luz. Por un momento creyó que era Dios, pero pensó que hacía mucho tiempo que no recordaba a Dios, así que ¿Por qué iba Dios a pensar en él?
Dios no recuerda a aquellos que se abandonan y degradan hasta el punto de desaparecer en el espacio, de vivir arrastrándose ante los demás, por cobardía y dolor.
Más tarde, cuando la luz se hizo mas intensa creyó que era el Diablo, aunque no sintió miedo, conocía la existencia de cosas mucho más terribles que el diablo o las tentaciones, pero ¿para qué iba el Diablo querer verlo, si él era menos que nada? Además, el diablo tentaba a los seres concediéndoles deseos, pero él ya no tenía deseos o ilusiones o ambiciones o sueños.
Cuando los ojos comenzaron a arderle intensamente intentó cerrarlos pero no pudo; hacia largos años, no sabía cuantos, que no podía cerrarlos. Él sabía la razón: durante toda su vida había llorado, hasta que un día decidió no volver a llorar nunca más y así lo hizo, pero tampoco volvió a cerrar los ojos, tampoco volvió a dormir, ni a soñar y así sus ojos se secaron y su mirada se volvió vacía, se quedó muerta, sólo eso, al igual que su alma.
Volvió a pensar en Dios ¿Qué era Dios? ¿Era solo una palabra que se utiliza para asustar a los niños y consolar a los moribundos, o realmente existía y estaba en todas partes y en todas las cosas, como decía la gente? Si Dios existía, seguramente ignoraba su presencia, ya que nunca lo había ayudado o consolado y tampoco era responsable de sus miedos, sus dolores y su cobardía.
Pensó en el Destino. No creía en el Destino, ni en el futuro; pensaba que el destino y el futuro son diseñados por cada ser, para sí mismos, viviendo dignamente, con entereza, esfuerzo y emociones; él , en cambio nunca había decidido nada, ni hecho nada, sólo se sometió soportar lo que pasaba cada día, sin intentar cambiar, ni aprender, ni saber.
¿Qué podía saber? Si no sabía quién o qué era él mismo. Podía ser un hombre, una mujer, un niño, un animal, una planta, una pared, no importaba lo que fuese, siempre sentiría dolor, aún amando, habría quizás más dolor.
El dolor. El dolor de sus ojos secos.
El dolor de su piel que no soportaba ese intenso calor que iba en aumento y le abrazaba el cuerpo.
El dolor de su sus oídos que escuchaban ese ensordecedor ruido como si mil montañas se derrumbaran a su alrededor.
Y en ese momento un grito terrible, ronco y oscuro, como el de un animal acorralado y moribundo, salió del fondo de su ser, llegó a su garganta y maldijo la Luz
Fue entonces cuando se produjo el milagro y el dolor, todo su dolor cesó, dando paso a un extraña sensación de paz.
Fue entonces cuando sus ojos secos derramaron, cada uno, una lágrima y ésta limpió al ojo que la había vertido y de pronto se iluminó su mirada.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que el ardor que antes lo asfixiaba y ahora lo acariciaba cálidamente no era mas que la arena al sol bajo su cuerpo.
Fue entonces cuando advirtió que el ruido ensordecedor que ahora se había convertido en un dulce arrullo no era más que la canción del mar.
Y fue entonces cuando, con deliciosa seguridad supo que esa Luz que un minuto antes había maldecido sólo era el solo el sol ocultándose detrás del mar anunciando la llegada de la noche, clara y serena.
Y entendió que su alma había despertado, que estaba vivo y que un sentimiento desconocido, la Esperanza, habitaba en su interior, solo por la oportunidad de ver de un nuevo amanecer.
Sofi Morena
(15 de marzo de 1988)
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