Y allí estaba blanca y pura, cual virgen Vestal presta a ser desflorada para descubrirme la quinta esencia por largo tiempo ignorada y que para bien o para mal, uno desea saber y así consecuentemente planificar su efímera andadura.

Uno, ante tal inmaculada hermosura podría divagar hasta perder la cordura y no percatarse ciertamente de los escondidos secretos que nos pueden ensalzar a los cielos o bajarnos al mismísimo infierno según sea el caso, más aun así y fuese lo que fuese, se arriesga al desconocido destino que celosamente guarda ella y sólo ella.

Pero tampoco se precipita con las inconsecuentes prisas y afanes que pudieran romper el mágico encanto del precario momento en que la luz se manifiesta en nuestro párvulo y mal instruido entendimiento.

Evidentemente, una vez ya liberado de las ansias conminatorias a que uno se ve sometido ante tal proeza y con la pasibilidad que le carcome a uno las entrañas, no manifiesta claro, uno afronta paso a paso la sabia decisión que se le plantea, ya sea al caer la tarde que es cuando el alma se relaja, o con la primera luz del alba, por si esta se encontrase medio adormilada y nos diera la respuesta esperada que satisficiera nuestra ególatra razón.

Una a una y sin alterar en lo mas mínimo el justo orden preestablecido desde los albores de los tiempos, se plantean las precisas preguntas a la hermosa para sonsacarle todo cuanto tiene dentro, eso sí, con el consabido regaloneo y alguna que otra caricia que le dé la justa confianza para pasar por mis toscas manos si el menor asombro ante mis pretendidas intenciones y no hallar impedimentos que obstaculicen la encomiable labor de desflorar a la virginal e inmaculada flor.

Y claro está... uno ya puesto en el acto sublime, no se percata de las oscuras predisposiciones que ella maléficamente se guarda para sí misma y que no por mucho requerirla, lo adelanta hasta que sea por entero complacida.

Entonces y sólo entonces, tras vernos y percatarse de que estamos notablemente fatigados y exhaustos por el acto magistralmente realizado, nos dice sin la menor vacilación que no nos quiere... quedándose tan tranquila y desflorada como a ella tanto le apetece...

Por eso señores yo quería advertirles de los riesgos que uno corre en el acto de desfloramiento que al ser verídico es muy cierto, ya que es bien sabido que la desflorada Margarita, no contiene sentimientos.

Joan © Bosch 02/04/09

“Soliloquios de un cuadrúpedo...”