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¿Que te cuente un cuento, me dices, querido niño? Pero dime... ¿Por qué justo ahora, antes de dormir? Si te cuento una historia muy entrenida, luego estarás tan emocionado que ni siquera podrás dormirte, y si es muy aburrida, te dormirás antes que termine, y esa no sería mi intención, pues si te voy a contar un cuento es para que lo disfrutes, y para que te inspire dulces sueños en la noche. ¿Te gustan los cuentos de hadas? ¿Cómo? ¿No te gustan? Pobres de ustedes los niños de ahora, sólo quieren saber de robots, de guerras espaciales y monstruos horrendos. Ya no salen a jugar en los bosques y praderas, a disfrutar de la Naturaleza, de sus maravillas y misterios, sino que se quedan en sus fríos cuartos para esclavizarse a la tele, como si eso fuera diversión.
Yo te he de contar cuentos de hadas, ninfas y bestias salvajes, cuentos sobre bosques sagrados y fuentes encantadas, cuentos bucólicos. No, no bubónicos, dije bucólicos, o sea, cuentos sobre los campos y los bosques. Tal vez así descubras que la naturaleza no es aburrida, como la quieren pintar: En ella ocurren bellos milagros, por eso la bendita Tierra está llena de vida. Por eso invoco a la Musa de los Cuentos de Hadas (espero que exista una), para que me permita contarte una historia que te agrade, sobre los misterios de la Tierra.
Maya y las flores (Los misterios Eleusinos)
Erase una vez una niña, cuyo nombre era Maya, que con gozo disfrutaba de cuidar de toda planta. Por eso siempre iba al bosque con un pequeño jarrón, en el que llevaba agua para regar a las plantas si así lo necesitaban, sin importarle que fueran grandes árboles frutales o hierba insignificante. ¿Cómo era ella, me preguntas? Pues era una niña cualquiera, con ojos de color de tierra, al igual que sus cabellos. Tenía abundantes pecas y sus mejillas sonrosadas la hacían ver tan tierna que cualquiera pensaría que seis y no nueve años tenía.
Cuando veía que una planta antes marchita ya era de nuevo bella gracias a sus cuidados, se alegraba con tal fervor que cantaba con ardor, celebrando el milagro.
Por eso las plantas la amaban, la querían con gran pasión, pues su dulce corazón deleitaba al bosque entero.
Así que un día las plantas le rogaron a la Tierra para que a la niña bendijera, y le revelara los gratos misterios eleusinos, que son los antiguos hechizos de la Tierra, que encierran el poder del eterno renacimiento que oculta la Primavera. Aquel que conociera esos benditos hechizos haría grandes milagros, como hacer que una semilla se vuelva árbol con solo cantar un verso y tomarla entre sus manos. Habiendo las plantas de aquel bosque orado en favor de la niña, la Tierra les concedió lo que ellas le pedían. Un día, cuando la niña paseaba por el bosque, una hada surgió de pronto frente a ella, naciendo de la misma Tierra. Se presentó, diciendo que su nombre era Ceres. Tenía el tamaño de una paloma silvestre, pero figura de una mujer divina, y dos alas que no eran más que dos delicados tallos con frondosos y verdes ramos que emulaban unas plumas. Un halo fulguroso brillaba entorno suyo, pues las hadas son como fuego, son llamaradas repentinas que brotan de la fecunda entraña de la Tierra. Al igual que el fuego, en su efímero existir son capaces de hacer cosas asombrosas y transtornar lo que ellas tocan. Y si Ceres fuera fuego, entonces Maya sería la leña que las llamas de la hada han de consumir, pues los milagros de Ceres en ella han de ocurrir.
- Los misterios de la Tierra, los misterios eleusinos, se te serán revelados por ser tan amable y buena con este bosque en problemas.- dijo el hada, y luego se acercó al pecho de la niña, que miraba asombrada. Y como si fuera una serpiente, pues las serpientes representan la fecundidad de la Tierra, la hada mordió el mismo corazón de Maya, vuelta una víbora de fuego, en cuyo ardiente veneno se ocultaban los misterios. El fuego que ahora incendiaba el corazón de la niña iluminaba su alma, con una luz tan hermosa que le revelaba los misterios de la Tierra. Impresionada por lo sucedido, la niña cayó en el piso, medio desmayada, medio dormida. Y sus sueños fueron hermosos, como nunca habían sido antes, pues estaban llenos de luz de fuego dulce y coros de voces hermosas, voces de bellas diosas.
Cuando por fin despertó, se vio encerrada en un capullo, hecho de enredaderas, tallos frescos y telas naturales. Se apresuró a abrir el capullo, aunque fue algo trabajoso, pero al final lo logró, emergió cual mariposa.
Se vio a sí misma, todo parecía estar en orden y normalidad. Pero ella sabía que no, y exclamó, con desesperación, aunque no hubiera humano a su alrededor.
- ¡Díganme que ha pasado! ¡Díganme en qué he cambiado! Pues sé que ahora todo es diferente, pues renací de un capullo. Y así como la mariposa ya no es oruga por causa de su capullo, pues se hace hermosa, deseosa de volar por los vientos para adornarlos con su santa belleza, así mismo sé que yo ya no puedo ser lo que era.
- Pues estás en lo correcto, nada sale de su capullo sin sufrir el gran milagro del renacimiento. Y tu alma, que era de humana, ya no es sino de planta, sino de flor. Ahora eres nuestra hermana, y aunque tu figura sea humana, ya no tienes aliento en tu boca, sino perfume de rosas- dijo una voz hermosa, como de virgen doncella, proveniente de un arbusto.
Maya pronto comprendió que la mismísima planta había hablado, y gozosa entendió el poder de aquel milagro. Ahora ella era una hija de la Tierra, y su madre le había otorgado el poder de sus misterios. Y, siendo hermana de las plantas, podía hablarles, y no sólo eso, sino hechizarlas, pues los misterios eleusianos ahora ardían en su voz. Maya se acercó al arbusto que había hablado, y recitó un encanto:
- Invoco a la luz más fecunda, pido la flor más hermosa, toma mi luz que abunda, pare mil flores grandiosas.
Maya pudo escuchar como la planta rebozaba, alegre por ser hechizada. Tal como el poema pidió, miles de flores nacieron de la antes modesta planta, que se tornó un jardín glorioso, pues había sido en encantada por la voz de Maya. Las otras plantas empezaron a hablar, bendiciendo a Maya por el milagro que acababa de lograr. Maya les agradeció las bendiciones cantando los más bellos himnos, llenos de encantos y hechizos, que la Tierra puso en su pecho, que la Tierra sembró en su corazón. Así el humilde bosque se transformó en una profunda selva de flores, las cuales no dejaban de parir perfumes y fragancias. Deleitaban con sus aromas a la niña Maya, la cual, como si de una flama atizada se tratara, alzó al cielo cada vez más fervientes himnos, pues los perfumes de sus hermanas en verdad le complacían y la llenaba de ardiente alborozo. Sus himnos sólo lograban que flores aún más hermosas y fragantes nacieran, avivando los perfumes, y con ellos a la niña, que entonces con más pasión cantaba. Ese círculo virtuoso llevó a la niña hasta un gozoso trance extásico y divino, ya no podía controlarse, no podía dejar de cantar con cada vez más ardor, pues el perfume embriagante del bosque, perfume de vino y miel, la llenaba de un gran goce.
Pero aunque tenía alma de flor, su cuerpo aún era de niña, y al final cayó agotada. Las plantas le agradecieron su entrega y pasión regalándole los más dulces frutos que la Tierra puede producir. Luego de disfrutar de aquel delicioso banquete, la niña regresó a su casa, muy contenta de saber que ahora las plantas eran sus hermanas.
- ¿Dónde estuviste todo el día?- preguntó el padre al verla llegar, pues la andaba buscando y no la podía encontrar.
- En el bosque, como siempre, ayudando a mis amadas hermanas, las flores del bosque.- contestó la niña, en cuyos ojos ardía un extraña alegría, muy extraña, pues era una alegría salvaje y misteriosa, brindada por la misma Tierra a aquella niña tierna.
El padre se preocupaba, pues la niña se había consagrado a cuidar de un bosque en su tiempo libre, en vez de jugar con las demás niñas. Y ahora que la niña actuaba más raro que nunca, llegando en un momento a enterrar sus pies en el suelo creyéndolos sus raíces, el padre estuvo seguro de que algo malo le pasaba.
- Ya sé lo que pasa. No sabe actuar como niña porque se la pasa con plantas. Le hace falta conocer a otras niñas y hacerlas sus amigas. Sí, eso debe ser. Y ya sé como solucionarlo- se dijo el padre, pensando que su hija estaba enferma, aunque fuera todo lo contrario.
- Hoy no visitarás el bosque. Te conseguí una invitación en la fiesta de cumpleaños de Cecilia. Así pasarás en tiempo con niñas de tu edad, como tiene que ser- dijo el padre a su hija, una mañana, tras algunos días de pensarlo.
- ¿Quién es la tal Cecilia?- respondió Maya, extrañada. Pero ni él lo sabía, y no contestó nada, y Maya tuvo que ir a la fiesta de una extraña.
Aún allí, la niña continuaba como raptada, como si allí no se encontrara pues no le interesaba nada, aunque su padre creía que todo muy bien marcharía. No quería hablar con nadie, tampoco nadie le hablaba. ¿Cómo tratar de hacer amigos humanos si su alma humana ya no era? Al verla tan congelada un niño se empezó a burlar:
- Mírenla, no hace nada. ¡Un tomate tiene más vida!.- Los otros también se burlaban y reían:
- Sí, ¡Qué niña rara! Mira que ni siquiera habla.
La niña salió corriendo, con sus lágrimas cayendo. Corrió sin parar hasta el bosque, donde se entregó a tristes llantos y lamentos.
- ¡Qué crueles esos humanos que te hicieron llorar! No te preocupes hermana, muy pronto lo olvidarás, te quedarás con nosotras, así nunca más sufrirás- dijeron las plantas, y una floreciente vid se enredó en la niña, ofreciéndole sus bellos frutos que otorgan gran alegría, y ella gustosa aceptó. El padre de Maya entró al bosque, en busca de su hija, pero con sorpresa se halló las ropas de ella, rasgadas, tiradas frente de un enorme árbol que flores, frutas y perfumes daba, como si de una fuente de miel se tratara. Una voz melodiosa se podía escuchar, la cual envolvía al bello árbol: Esa era una voz de ninfa, de espíritu silvestre, aunque parecida a la voz de Maya, pues de ella se trataba. Su padre lo comprendió, su hija ahora era esa gloriosa planta.
No se sintió tan mal, por fin comprendió que su hija prefería ser feliz rodeada eternamente por sus amadas hermanas, las plantas, pues entre los humanos no encajaba: Ella era una santa y la gente, cruel y mala.
La voz de Maya se había vuelto sagrada, y de regocijo llenaba a aquellos que desearan escucharla. De pronto el padre de Maya notó que miel goteaba de sus oídos, pues la santa canción de Maya era tan dulce que al llegar a los oídos se transformaba en sacra y pura miel que gran alborozo brindaba. El padre se quedó toda la tarde, disfrutando de la voz de su hija, sin preocuparle el río de miel que de sus oídos caía. Luego fue a la casa, a buscar a su esposa, que era la madre de Maya, y los dos fueron al bosque. Allí él le relató lo ocurrido, y le pidió que se pensara en el perfume de las plantas y en lo fértil de la Tierra, pues sólo aquellos que admiraran los milagros de la Tierra lograrían escuchar la bella canción de miel que Maya derramaba en el viento. De pronto la mujer suspiró, pues pensaba en la dulzura de las frutas que la madre Tierra brindaba, y así logró sentir al bosque, y oír la canción de su hija amada. Los dos esposos reían, viendo como la miel caía de los oídos del otro. Le pidieron perdón a Maya por no haberla comprendido, y le juraron que ahora al bosque protegerían.
Aunque siguieron con sus vidas, sus vidas ya no fueron las mismas, pues comprendieron el milagro de la vida. La Tierra les concedió tener más hijos e hijas, y nunca dejaron de visitar al árbol de Maya y su bosque encantado. Les enseñaron a sus niños a apreciar la santa Tierra, por todo lo que nos brinda, y a oír la canción de miel de su hermana mayor, la cual les reveló a sus hermanos los misterios eleusianos y así, en ese bosque, los milagros ya no cesaron.

Texto agregado el 02-04-2009, y leído por 897 visitantes. (0 votos)


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