Los parques ya no son más el lugar de descanso de tus días felices. Antes, cuando el sol de la mañana sonreía amistosamente al mundo, o cuando la Luna parecía un agujero en la bóveda del cielo, por el cual te podías asomar para ver más de cerca las estrellas, salías de tu celda y te sentabas en una banquita. Y cuando veías algún pequeño, te ponías feliz: si una niña, porque te miran como preguntando por qué estás triste; si un niño, porque patean cerca de ti su pelota, y se quedan esperando que se la devuelvas. Y después de un rato de respirar el aire, de oír cantar a los pájaros, de ver las flores en la tierra o en el cielo, podías soportar otro día más de condena. Pero eso ya se ha acabado.
Porque ahora, los Perros sin cola han invadido los parques. Corren libres, con grandes fauces abiertas y ojos feroces, y se acercan a la gente ladrando furiosamente, culpándolos de su mutilación. Se trepan a los árboles para espantar a las hojas, y afilan en ellos sus grandes garras, dejando cicatrices profundas. Los hombres que son sus amos les enseñan a morder, a saltar; los entrenan para pelear, para matar; aunque incluso a veces ellos mismos deban protegerse de sus propias bestias. Son enemigos de los otros perros: se desafían a ladridos con los nobles lobitos, envidiosos de sus colas; y con los dientes, destrozan a los chuchos pequeños que son poco veloces para huir de ellos. Se cagan en los jardines, y han espantado a los pájaros, a las flores, al Sol y a la Luna. Los pequeños rompen en llanto al verlos, y tiemblan de miedo mientras esas fieras dan vueltas rápidamente a su alrededor, hasta que una voz del amo los llama al orden, aunque quién sabe por cuánto tiempo… Y tú, que también eres un pequeño, te quedas temblando inmóvil cuando alguno de ellos te sorprende en tu banquita.
Pronto, los parques serán yermos, poblados sólo por cadáveres de bancas y de árboles, calcinada toda la demás vida por el aliento del Perro sin cola, amo de su amo. Pronto, la lección de la Historia se repetirá, y el Perro sin cola se libertará de las cadenas que lo sujetan, y se volverá contra su señor en un acto de justicia, castigando al legítimo mutilador, al que pervirtió su naturaleza original de cachorrito. Y ya libre, el Perro sin cola se enseñoreará de los parques, y luego de la ciudad, y luego del mundo, sumiendo al Hombre en una esclavitud inédita, desplazándolo del gobierno de la Tierra.
Por lo pronto, ya te ha quitado las banquitas. El imperio del Perro sin cola ha comenzado.
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