5 de la mañana
-Pi-pi-pi- suena el pitido del celular, avisando un mensaje. Claudio se despierta sobresaltado y recoge el teléfono.
-Estás muerto, conchetumadre- dice el mensaje y no tiene remitente. Se habrán equivocado, piensa sin importancia y continúa durmiendo. Se sumerge en un sueño profundo. En dos horas más se levanta. Ya está listo para salir, pero antes, nuevamente, suena el teléfono con ese pitido inconfundible. Aprieta el botón y se abre el mensaje. Lee con angustia: “Prepárate, hueón. Cuídate”.
Claudio nunca antes había recibido este tipo de mensajes. Le parece sumamente extraño lo que sucede y empieza a recordar quién podría estar amenazándolo. Prefiere no llamar aún al número y piensa que en realidad no tiene importancia. Se va a su trabajo.
Durante el día no recibió más mensajes extraños. Hizo su trabajo como siempre, sin sobresaltos. Y en la tarde llegó nuevamente a su casa. Vivía solo desde hace un tiempo y no tenía hace más de un año una relación seria, sólo aventuras esporádicas. Nadie producía un temblor en sus sentimientos que lo animara a algo más serio. Se bañó para sacarse toda la pesadez del día y cuando salió del baño escuchó al celular llamando.
-Hola, quién es- contestó. No conocía el número.
- El que te va a pegar el balazo en la cabeza, huevón- escuchó una voz dura que se esfumó, porque colgó de inmediato. Claramente, el llamado tenía que ver con los mensajes. Creyó que todo debía ser una equivocación, pero la situación se estaba poniendo insoportable.
Aquella noche Claudio durmió muy mal. Tenía pesadillas de llamado tras llamado telefónico de amenazas de muerte y en la calle lo perseguían. Para más remate, a eso de las cuatro de la mañana su celular sonó nuevamente.
-¿Quién es?- contestó con voz de sueño.
-Ya te dije, huevón, el que te va pegar el balazo en la cabeza ¿Te gustó pasarla bien?- dijo esa voz gruesa que denotaba cierta embriaguez.
- ¿A qué te refieres? Estás equivocado…-respondió Claudio con voz temblorosa.
-Claudio Neira, estás muerto. Sé todo sobre ti. Te recuerda algo el nombre Antonia…Mi esposa…huevón-
-Pero…ella no estaba…-colgó esa voz antes de que Claudio alcanzara a decir casada.
Claudio quedó estupefacto. Esa mujer con la que tuvo una aventura hace unas semanas le había mentido y ahora se sentía perseguido. No pudo dormir durante toda aquella noche. Al día siguiente llamó a Antonia. El número ya no existía y tampoco tenía dónde encontrarla, porque ya no trabajaba en el lugar donde la conoció. Había renunciado hace tres días y en aquel lugar no sabían cómo ubicarla.
Durante dos días, Claudio no recibió más de esos llamados amenazantes. Podía volver a sentirse tranquilo y sentía que esa persecución se había acabado, cosa que le tenía los nervios de punta. Pero no todo fue tan así, porque al tercer día esos llamados empezaron a multiplicarse en cada lugar y a cada hora. El tipo sabía cada detalle de Claudio por lo que dejaba entrever en los mensajes, desde donde vivía hasta dónde trabajaba. La situación se hacía insostenible y sicológicamente Claudio estaba en crisis. Apenas salía a la calle miraba hacía todos lados. Sentía la muerte a centímetros y cada sombra que veía u hombre que lo miraba raro, su corazón se aceleraba. Ya casi no quería salir de casa. Sentía una especie de agorafobia. Fue a carabineros y estampó una denuncia de los teléfonos que recibía esos llamados y mensajes. Rastrear al sicópata no era tan fácil. Debía pasar un tiempo para tener más información de él.
Las llamadas no pararon desde otros números y después de un tiempo Claudio colapsó. Estuvo a punto de morir atropellado. Sentía que su vida no tenía sentido. Cambió su teléfono, pero de igual forma recibía las llamadas. Le interceptaban sus correos. Sentía voces, que tocaban el citófono de su apartamento y lo amenazaban de muerte. Claudio comenzó a gritar y a darse golpes en la muralla. Quiso suicidarse, pero fue un acto fallido. Finalmente, terminó en un hospital siquiátrico.
Nunca se pudo saber nada del sospechoso. Su identidad era desconocida. Pero él, un detective en retiro, tullido en su silla de ruedas continuaba realizando sus nefastos llamados que volvieron a más de un hombre loco. Su amada Antonia era sagrada. La amaba con todo el corazón y no quería que nadie la tocara, aunque ella ya no lo quisiera. Todas las murallas se adornaban de las fotos de Antonia que el miraba con devoción.
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