Hace semanas que has desaparecido. Tan sólo queda en el ambiente el aroma de tus dulces perfumes. Gozo deleitándome con las fragancias con las que solías embadurnarte, cada día y cada noche, aunque ni siquiera fueras a salir de casa. Recuerdo con ellas los largos paseos junto a la playa, las tendidas conversaciones que terminaban en demostraciones de amor salvaje con la profunda luna como única testigo. La primera vez que te encontré andaba perdido en la inercia precipitada, encallado entre las rocas pedregosas de mí ser y la nada. Pero desde aquel momento, con tu sola visión, creí encontrarme a mí mismo en esos deliciosos labios sabor canela y en el ferviente impulso de entregarme a tus brazos.
Recuerdo la fiesta que organizamos antes de tu partida, en casa. Serpentina, globos, alcohol y muchos amigos. Al final, fue un auténtico fracaso, porque a penas vino gente y, los que lo hicieron, crearon un ambiente tan deprimente como el de un funeral católico. Lo curioso fue comprobar el triste divagar que, en las semanas siguientes, ejercería por los pasillos oscuros del piso, uno de los globos, en una resistencia acérrima contra su propia desintegración. A veces, al despertar, nos lo topábamos en la cocina, otras, en el cuarto de baño. Era como si fuera uno más de nosotros, una prolongación, como si explorara la casa mientras dormíamos. Resultaba divertido adivinar en qué parte de la casa aparecería cada nueva mañana. Tu sonreías cada vez que surgía de la nada, como intentando decirnos algo. Pero el globo, como tú, como casi todo, terminó por desaparecer. Del mismo modo que había resultado ilusionante contemplar su ávido esplendor, la grandeza cercana a lo primoroso, cuando casi alcanzaba el techo del piso; su caída resultó del todo brutal, una horrible decadencia que pudimos contemplar impertérritos hasta el último aliento. La degeneración anunciada de un globo con forma de mariposa, que tan cercano había estado del cielo, pero que, como todo ser mortal, estaba condenado a la más estricta finitud.
Lo cierto es que nada pudo sustituir el vacío con el que aquel globo nos castigó. Las mañanas se nos hacían eternas, el tedio de nuevo nos convirtió en muertos vivientes, y pasábamos las horas contemplando la misma estampa insana en el salón de casa. Las cenas se tornaron repentinamente insípidas, y el aire se intoxicó, copado por el humo de las caricias que ya no estaban.
Hace algunos días, una mujer casi de tu misma edad llegó a casa para quedarse. No conozco su nombre, ni siquiera la entiendo cuando habla, porque se expresa en un idioma que desconozco. Pese a la imposibilidad de mediar palabra, sigue acostándose a mi lado, en la cama, noche tras noche. A veces, se perfuma con tus colonias y huele a ti, aunque yo sé que no eres tú. Estoy seguro. Intento decirle que esas fragancias te pertenecen, pero soy incapaz, me acobardo siempre en el último momento, y me frustro al darme cuenta de que, diga cuanto diga, no entenderá ni una sola vocal de mis palabras. Por eso, vuelvo a dejarme llevar por la inercia del tiempo y zozobro de nuevo entre aguas tenebrosas, hastiado del vacío que has dejado en mi vida.
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