Una historia de amor.
Sentada en el césped frente al río que cruzaba la ciudad, recostada sobre su brazo izquierdo, con la luz del sol que le hacía resaltar su belleza aunque nadie la mirara; lanzaba piedras a una sombra que parecía esquivarlas todas con el reflejo del agua; solo el césped la acariciaba, solo el viento con este la acompañaba; trataba de botar con las piedras sentimientos que hacían brotar lágrimas, que reposaban como su suerte en su mejilla, que el viento limpiaba con la sutil belleza de su rostro. Su cabello caía en su hombro derecho, como caen las hojas en primavera, como yacía su ego en el recuerdo de un adiós que fue el inicio de su llanto, de su delicada desolación.
En un canto imperceptible por el más callado grito, un muchacho llamado el adonis eterno, recogido de hombros mientras caminaba sobre el puente, tan lento como la arena y tan ligero como un diamante; se recostó sobre la baranda, miró el atardecer, y notó que algo le palpitaba; algo le refregaba su alma, algo le removía su ser…
No supo si fue la suerte, o tal vez el destino que se compadeció de los dos; pero al mirar al río la vio, notó que ella también esperaba algo más que un simple adiós; que golpeaba su sombra sin saber que a él le dolía.
El viento sopló con fuerza bajo el puente, ella cerró los ojos mientras aquella sombra se disolvía entre las olas. De pronto cesó el coro del aire… Otra piedra resonó tanto en el agua como en sus corazones; ella miró hacia donde había salido; pero solo la soledad se presenció. Siguió mirando hacia allí pero nadie aparecía; renunciando a su intriga se recostó sobre su cojín natural, suspiró hondo mientras parpadeaba; y al abrir sus ojos lo vio frente a ella, la tentación pudo más que sus palabras, y con un beso sellaron su historia, fue tan eterno como el atardecer que sonreía al ver cumplido su objetivo.
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