Esa mañana Carla se despertó ligera como una pluma. Se estiró en la cama dispuesta a disfrutar un rato más. Podía darse el lujo de llegar al negocio más tarde, sabía que podía confiar en Marta, ella se haría cargo de los proveedores.
Sebastián ya había salido llevándose a los chicos al club. Carla disfrutaba del recuerdo del fin de semana mientras sus dedos jugaban con su sexo. Su mente paseaba por todos los rincones del hotel donde había hecho el amor con Pablo. Recordaba de una forma intensa esos momentos y sentía que volvía a ser penetrada nuevamente. Gozaba tanto sola que no quería llegar, cada vez que sentía que se acercaba al orgasmo reducía el ritmo.
Pablo había interrumpido su conexión en internet. De reojo miró la pantalla y vio que entraba un correo de Natalia, su hermana. Y eso fue un nuevo motivo para seguir excitada. Natalia siempre había sido más libre que ella y no tenía pruritos para el sexo. Bastaba una buena piel para que no lo pensara más y se entregara a los placeres más recónditos. Fue gracias a una anécdota de Naty que ella había accedido ese fin de semana a hacer el amor con Pablo como nunca lo había hecho con Sebastián, su marido. Una vez su hermana le había contado que en uno de sus viajes había conocido a un hombre con el que había tenido sexo en la playa, a la luz de la luna. Sus cuerpos desnudos habían rodado sobre la arena tibia aún, haciendo el amor desenfrenadamente. El sexo de él la había invadido dejándola sin habla, todo su cuerpo se había rendido ante la magnitud del placer compartido. El amanecer los había encontrado entrelazados aún, conscientes del contraste de color entre la piel de ambos, sin cansancio, dispuestos a cualquier cosa. Él la había alzado y la había llevado hasta el mar sin desunirse, juntos en un abrazo imposible de cortar. El agua fría los excitó aún más. Los pezones de ella, duros, se clavaron en el pecho de él mientras seguía el ritmo que él marcaba.
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A Carla esta historia en la vida de su hermana le hacía subir la temperatura. Abrió el cajón de su mesa de luz y revolvió buscando algo entre los papeles. Sacó una caja, intacta aún y con manos temblorosas por la ansiedad, la abrió rasgando el papel color azul. Sacó lo que había adentro y lo sostuvo un instante antes de llevarlo con urgencia hacia su sexo. El orgasmo fue en realidad una sucesión de estallidos súbitos, ni siquiera había terminado de introducirlo cuando comenzaron a producirse. Al retirarlo, agitada todavía, tuvo conciencia de lo parecidos que habían sido a los que había disfrutado con Pablo.
Más tranquila ya, se dedicó a investigar el adminículo. Era de proporciones considerables, muy parecido al órgano real. Había tenido dudas antes de comprarlo y mucha vergüenza cuando entró aquella tarde en el sexshop. En ese momento le parecía que todo el mundo la estaba mirando, que había cámaras ocultas entre las estanterías, que seguramente se iba a cruzar con algún conocido. Pero ya había tomado la decisión. Hacía muchos meses que Sebastián no le prestaba atención. Nunca habían sido demasiado afines en la cama y en los últimos meses había sido peor, la frecuencia de las relaciones había disminuido y él parecía distraído cuando hacían el amor. Carla no era estúpida, sabía que había otra mujer.
Decidió que se merecía una segunda sesión antes de emprender el día. Su mente la llevó a aquella noche con Pablo, frente al río, cuando se había animado a hacer con él lo que no había hecho nunca antes, se puso de costado y comenzó a jugar de nuevo con el enorme objeto. Al rato, totalmente satisfecha, se levantó y fue hacia la ducha.
Carla era una mujer que jamás había concebido utilizar nada que no fuera de carne y hueso para producir placer sexual. Nunca había prestado atención a propagandas o a comentarios que hacían sus amigas cuando se juntaban a charlar. Sus encuentros con ellas eran tan esporádicos que apenas si recordaba lo que habían hablado en el anterior. A Sebastián no le gustaba mucho que ella saliera sola. Y a ella tampoco. Se había casado muy joven, él había sido su primer novio, no había salido jamás con otro, desde la escuela estaban juntos. Pablo había sido su primera infidelidad, y en realidad tenía el color de la revancha. Hacía un tiempo ya que Carla imaginaba que Sebastián la engañaba. En realidad él siempre había salido con otras mujeres a pesar de que ella nunca había podido comprobar nada, pero esta vez era diferente. No había sido una vez o dos, llevaban meses viéndose. Eso la había descolocado, no supo cómo reaccionar. La rabia que se había instalado adentro la llevó a aceptar la propuesta de pasar un par de días lejos con alguien que solamente conocía por Internet pero que, incomprensiblemente, había movido el piso de sus creencias y la había acompañado, guiándola frente a la computadora, por un sendero de placer que había alterado sus sentidos más de una vez.
Salió del baño y se vistió con un pantalón y una remera, tomó el bolso y buscó las llaves de su auto. Se sentía plena, podía llevarse el mundo por delante, estaba feliz. Pensó que Sebastián probablemente estaría con su amante pero no le importó. Y eso la sorprendió. Tomó el celular y llamó a Naty para encontrarse a almorzar. Pensó en enviarle un mensaje a Pablo pero no quiso importunarlo en el trabajo. Guardó el celular, puso en marcha el auto y a los veinte minutos entraba tranquila en su negocio.
Consultó su reloj. Faltaba media hora para encontrarse con su hermana. Le avisó a Marta que iba a almorzar y salió. Llegó al restaurant antes que ella y mientras esperaba pidió que le trajeran una botella de agua mineral. Quince minutos después de la hora convenida apareció Naty, con sus vaqueros desteñidos y su camisola de colores, bronceada, con el cabello despeinado y una sonrisa enorme en su cara. Se sentó frente a Carla, tomó la botella y se sirvió agua que bebió desesperada y después de un suspiro miró la fijamente. “A vos te pasa algo”, le dijo. Carla sonrió y, después de que hubieron pedido la comida, le contó todo lo que había sucedido con Pablo.
Naty no podía creer lo que estaba oyendo. Carla era la antítesis de ella, no sólo físicamente (Carla era más clásica con su ropa y su aspecto) sino con su forma de ver la vida y —sobre todo— de aprovecharla. Muchas veces habían discutido porque Carla no aceptaba la “objetividad” que Naty tenía en cuestiones de sexo. A Naty a veces le gustaba hacer enojar a Carla con respecto a eso, pues ella difícilmente se enamorara, si lo hacía le duraba lo mismo que duraba su relación de ese momento y podía, sin ningún remordimiento, olvidarse al día siguiente de haber cortado con su amante y seguir su vida sin problemas. Carla era distinta. Toda su existencia, desde la adolescencia, había girado en torno a Sebastián. Él y sus hijos habían sido su prioridad. Ahora su marido ya no lo era. No sabía si se estaba enamorando de Pablo, pero reconocía que la intimidad sexual que había tenido con él no se aproximaba siquiera a la que había tenido con Sebastián en quince años de matrimonio.
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