Cuando este cuerpo carezca ya de latidos, seré una vacilante silueta merodeando bajo el dintel de tu ventanal, una sombra perpetua en piedra...
Fue en tu casa, sembrada de cantiles,
fue tu alcoba cubierta con el velo de un silencio provocador.
Después de una agónica noche y su exquisito cansancio quedo tú reflejo, lunar por lunar,
cada pedacito de piel,
en una orgía anhelante de sal y de sombras,
un sumergido adiós que se filtra en el viento.
Es sublime el embrujo de tu piel,
las deidades enmudecen de asombro;
más allá de sus bordes de abrupta pureza,
más allá de la inmanencia de los cuerpos sobre el plumón, la templada noche está más allá del arrebato, me acuesto a tu lado y me dan ganas de morder...
Alguna vez vez mordí mil historias con olor a alcohol, que al final me desbarataron, son los pedazos de una vida que nunca ha sido comprendida, que inevitablemente sera olvidada.
Ahora sólo la distancia, este cielo cenizo e infinito
y debajo,
una oscura y serena inconsciencia…
la nuestra.
Madrugada del 26 de marzo, 2009.
|