Sabía lo que tenía que hacer... Cogí todos mis saldos y salí nuevamente del hogar. Tomé un auto y le dije que me llevara a la estación del tren. OK, respondió. Miré sus ojos y sus labios a través del espejo retrovisor y vi como una chispa y una bella sonrisa. Quise conversar un poco y le pregunté si tenía familia. Me dijo que no, que su mujer había muerto hacía más de diez años y todos sus hijos tenían su propia familia y sus propios problemas. ¿Tiene nietos?, volví a preguntar. Once, respondió, pero no me gusta visitarlos... Vivo solo y ahora es donde más disfruto pues me encanta la música. ¿Es usted melómano?, pregunté. ¿Qué es eso?, respondió. Nada, le dije, nada, nada importante, tan solo una persona que gusta de la música. ¡Ah! señor, la música es mi pasión, tengo mas discos de los que pueda escuchar, y tengo un equipo hermoso... ¡Soy muy feliz!... Le creí y no volví a preguntar mas nada, pero él me miraba e hizo preguntas y preguntas acerca de si tenía familia, hijos, etc. Le dije que no, mentía. Mi familia estaba atrás, muy atrás en una casa hermosa y llena de buenos y malos recuerdos. Mi silencio fue lapidario para sus preguntas y no volvimos a hablar hasta que llegamos a la estación del tren. Le pagué y volví a verle aquel brillo, aquella sonrisa. Quise ser él con todas mis fuerzas. Pareció leer mis pensamientos porque su rostro se contrajo como el ano de gallina y su cuerpo pareció empequeñecerse más y más... El sonido de su auto me sacó de mi percepción y le vi alejarse raudamente. Miré la estación. Vi el letrero de pasajes y fui hacia allí. Un pasaje de ida, por favor, le dije a la mujer. Esta me escuchó aburrida, recibió el dinero sin mirarme, y luego me entregó el pasaje. Lo cogí y la miré a los ojos con todas mis fuerzas. Esta vez pareció salir de su letargo y quedarse atada a mis ojos, como si fuese una esclava asustada y encontrada por su amo... La solté y sonreí, luego, me quité. Mientras me alejaba escuché las voces de los siguientes pasajeros, indicándole que los atendiera. Llegué a los asientos de espera y me senté. Cerré los ojos y tuve una visión. Mi esposa aún corría por la casa y mis hijos saltaban en la cama de nosotros... Yo les miraba fijamente y ellos se volvían a mí y dejaron de saltar hasta quedar estáticos, casi sin aliento, como si estuvieran frente a un muerto... y era verdad, hacía mucho que había muerto, hacía mas de cinco años y ellos aún vivían en la misma casa, felices, siempre felices mientras yo viajaba una y otra vez por todas partes sin poder olvidarles mas allá de la vida, mas allá de la muerte... Estaba muerto, pero, esta muerte era doblemente viva...
Lince, marzo de 2009
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