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Inicio / Cuenteros Locales / Luis-Stefano-Reies / Los duraznos.

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Todo fue tan rápido como un abrir y cerrar de ojos, nunca supo en que momento cambió su vida, o si siempre fue así. Ya se había olvidado del calor de una cama, el sabor de la comida caliente, sólo recordaba el sabor de los duraznos; no sabía porque. Olvidó también el cansancio, caminaba tres días seguidos y no sentía cansancio, recorría la ciudad de un extremo al otro, viendo, sintiendo, recogiendo, todo, lo sabía todo, sobre la calle, sobre las personas, sobre los duraznos. Dormía en las calles, en los túneles, en los basureros, ahora era su vida, su única forma de ser. No le importaba nada, sólo recoger sus plásticos y desechos, que eran lo que le podían dar duraznos, esa sensación de dulzura seca que se encarnecía en su boca, en su lengua, en su esófago en sus entrañas, era lo único que todavía le hacia sentirse como humano, si aun lo era.
Ahora sentía una sensación de vació, de tristeza, de soledad, aunque la soledad se sentía mejor, pero ahora no, ahora no sentía esa sensación, tenía unos centavos y camino hacia una tienda, compro un durazno, pero no era eso, no se aliviaba, no quería hacerlo, empezó a llorar, también había olvidado que la gente puede llorar, lo hizo como cuando era un niño, soltó su durazno a medio comer, sentía asco con sólo introducirlo en la boca. Llegó a donde una vez fue su casa, estaba igual en la misma ruina de siempre, no de destrucción, sino de pensamiento, de opresión, de lo que le había insistido para dejarla, para salir de ahí. Encontró la puerta abierta, no había nadie, sólo una caja negra, una caja negra donde estaban todos su recuerdos olvidados, todas sus alegrías, que nunca fueron alegrías, y todas sus tristezas, que era mejores que sus alegrías, dentro sólo encontró una foto, la foto de una señora pequeña y algo joven, de hace mucho tiempo, de cuando vivía ahí, o talvez de cuando era niño, no había parado de llorar, le dolía la cabeza, pero se había olvidado que era el dolor, ya no lo sentía, la caja negra seguía ahí, mirándole, en su tristeza, en su felicidad. Tomó la caja negra pero era demasiado pesada y grande, no se había dado cuenta de las proporciones de esta, la sacó arrastrando, de pronto ante sus ojos llorosos aparecieron unas sombras dentro de la casa, que luego se convirtieron en personas, las reconoció a todas, y todas le reconocieron a él, todas lloraban, pero no lo hacían por él, lo hacia por lo que estaba dentro de la caja, que cada vez se hacia más grande y pesada, como si alguien estuviese dentro, vio nuevamente dentro de la caja, y estaba la persona de la foto, sólo la beso, y corrió, corrió como nunca, mientras en su mente aparecían todos los recuerdos de una vida junto a su madre. Tomó su durazno del suelo y se lo comió recordándola en su soledad.



Texto agregado el 30-03-2009, y leído por 256 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
30-03-2009 Es una triste historia que deja mucho a la imaginación. ¿Cómo llegó a ese estado de pordiosero ambulante? ¿Cómo se anclaron sus recuerdos a la fruta? Interrogantes que nuestra imaginación debe completar. Me agradó leerte. ZEPOL
 
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