Saliste de tu casa esa mañana, mi buena amiga
seducida por la olas tricolores
al son de los pitos
y de la copla del cubierto que ama la cacerola.

Te metiste en un río, te ahogaste de pasión
en tu mente una razón, hacia de las suyas
con tu boca que gritaba.

Miraste alrededor, mi inocente amiga
y te reíste de unas u otras verdades que caminaban
encima de sus fieles
como caminan las imágenes en semana santa.

Cantabas y cantabas: la calle tu tarima
el público te esperaba más adelante
dispuesto a darte su mortal aplauso.

Cruzaste la esquina, mi condenada amiga
la lluvia sacaba sangre, pero no mojaba
te besó una gota
y ese preciso momento dio inicio a tu fugaz fama.

Al otro día te vi bajo grandes letras
“cantando hacia la muerte” te mostraba
un periódico capitalino, con luto alegre.

Probaste la tierra, mi buena amiga
y todavía no sabes como termina tu canción
si es que no termina
o al contrario a tu regalo se le dará valor.