Nadie sabe para quien trabaja
¡Esta marcha no es de fiesta en de lucha y de protesta! ¡El pueblo unido jamás será vencido! Todo el ancho de la carretera estaba lleno de gente, de frases, de cartelones con dibujos de ratas con rostro humano y de mentadas de madre. Éramos alrededor de doscientas personas que marchábamos sobre el asfalto. A nuestro paso, se sumaban campesinos, obreros y maestros que al enterarse de nuestras inquietudes no dudaban en mezclarse con la multitud. La petición era la siguiente: No al aumento predial y agua para las comunidades más alejadas. Yo me interesé por esta última, pues del grifo de mi casa; sólo una vez al año, escurrían unas cuantas gotas.
Partí con los primeros, un poco maltratados por las miradas ajenas; sin embargo, con la distancia alcanzada también se alcanzó un número regular de manifestantes. Al llegar a la plaza principal, ya éramos como quinientos. Se improvisaron discursos y oradores. Más y más frases. Consignas y aplausos. Nuestras demandas eran justas y bondadosas. Se exigía una tarifa fija al impuesto para todos sin excepción, nadie pagaría más ni menos, imitación del puro idealismo comunista.
La lucha estaba ganada cuando decidí abandonar mi cartulina. Me había quedado bien el dibujo de la rata, creo que fue el mejor. El calor era insoportable y me alejé un poco para sombrearme junto a una banca y perderme entre la gente apática. A unos pasos de mí, se encontraba el gerente del banco, el dueño de la única farmacia y el sacerdote del pueblo. Dentro de mí, pensaba que éramos hermanos de lucha, aunque ellos no participaran abiertamente. Era la misma necesidad, no pagar más al pinche gobierno. Todas estas aspiraciones quedaron fritas cuando el “disque” gerente habló con firmeza: ¡Pendejos revoltosos en lugar de que se pongan atrabajar! Ya se imaginarán el retortijón. Ah, y por cierto, pago mi predial como todos, la misma cantidad que el banquero y el padre. Además, una que otra vez hay agua en casa y en muchas ocasiones he deseado ya no pagar por ella.
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