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Los guardias de seguridad dejaron sus cartas por un momento y voltearon a mirar con curiosidad cuando escucharon la música que salía de la grabadora de la muchacha:

"No se puede negar la existencia de algo palpado, por más etéreo que sea..."*

-¡Ay que pena, este tampoco es! Discúlpeme, por favor... Decía con nerviosismo la única visita que he recibido desde que estoy aquí; luego apretó el botón de parar y extrajo el audio casete con prisa.
-No se preocupe, señorita –le dije con la voz tamizada por una sonrisa.
-¿Dónde dejaría la cinta en blanco? –se preguntaba a cada momento.

Ella revolvía las cosas dentro de su cartera, sin poder ubicar el casete virgen por ningún lado. Evidentemente presa de los nervios había tomado uno equivocado al salir de su oficina, y al final no le quedó más remedio que usar el que tenía en el aparato:

-Bueno ¡que mas da! déjeme retrocederlo un poco y vamos a borrarlo.

Después de unos segundos, la muchacha presionó dos botones de la grabadora, saliendo de esta un casi imperceptible ruido blanco mientras comenzaban a girar los carretes, como invitándome a hablar, invitación que confirmó luego ella misma:

-Comience por favor, señor Marcano... –me pide entonces esta dulce niña con una voz que haría imposible negarme, aunque quisiera. Aclaro la garganta y me inclino hacia el micrófono de la grabadora tanto como puedo...


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Fue un día de bello sol y brisa fresca, en una costa perdida entre la tranquilidad y el aislamiento que tanto disfrutaba yo. Me has dicho que hable explícitamente del mismo día, del momento en que fuimos uno y en esa unidad manchamos la existencia misma al apartarla del amor. Pues bien, trataré de hacerlo dentro de los pocos minutos que nos dieron. Empezaré por decirte que lo que hice no fue con impaciencia ni miedo, sino todo lo contrario: disfruté cada segundo como si se me estuviera perdonando la vida con cada latido nuevo de mi corazón. Ahí tenía frente a mí a sus manos, las manos de mi querida Diana. Aunque estaban frías como una nube, seguían tan rosadas como aquel día en que la conocí, como aquel día en que las besé una y otra vez creyendo que ya nunca estarían acariciando las mías.

¿Por qué tuve que amarla tanto? ¿Por qué no me pude conformar con tan solo pedirle matrimonio y llevarla luego a recorrer los Campos Elíseos, mientras las cintas de plata grababan nuestros recuerdos para la posteridad? Ese fue mi problema mi querida niña: no podía imaginar como sería la vida si no la hubiera hecho mía, si no la hubiera hecho tan mía. Aquella mañana su perfume saturaba el aire alrededor y debo confesar que era aun más delicioso que los de sus cabellos en la mañana. Pienso que tomamos esa decisión porque quizá el mundo no estaba preparado para tanto amor, para tanta ternura que se desbordaba como el agua hirviendo de una marmita: caliente, febril, efervescente y dañina.

Mientras tanto seguía tomando aquellos rastros aislados de su hermosura que me hablaban de la gracia de aquel todo al cual una vez pertenecieron. ¡Que bellos eran sus pies! ¡Como se notaba que en su vida tan solo caminaron por lechos de rosas! Al verlos aquel día cobró sentido todo el miedo que sintió cuando por primera vez tomaba una decisión grande y hermosa. Ese día la tuve ahí gracias a que no salió corriendo horrorizada, sino aceptó la comunión, aquella entrega de amor que vas más allá del acto carnal. Afuera escuchaba yo las olas del mar que iban y venían con sonido de suspiros, así como iba y venía dentro de mi cabeza la imagen que me regaló cuando me dijo “esta bien mi amor, tómame: mi cuerpo es tuyo”. Jamás pensé que tras esos hoyuelos de inocencia se escondiera tanta valentía sagrada.

La definición más cercana que encuentro para lo que sucedió después en aquel día de sol y de brisa, sería que sentí como su ser formaba parte de mí ser. Que sentí como la más íntima fibra de su corazón se colaba hasta los rincones solitarios de mis entrañas. Que sentí que su presencia era en mi y a través de mi, como si yo hubiera sido el sol y ella la luna durante un eclipse. Cuánto disfrutaba de aquella plenitud que poco a poco me iba produciendo, aunque sabía que tarde o temprano vendrían los verdugos de la realidad a juzgarme, a taparse la boca espantados mientras me arrastraban hacia esos lugares en donde hoy purgo la pena del mayor y único delito que he cometido en toda mi vida: amarla con fatal locura. Tan solo lamento, mi querida niña, que ellos hoy no puedan ver a mi Diana, que ella no pueda interponer su bella silueta entre sus sirenas y mis resignaciones. Qué diferente fuera todo si supieran que apenas el día anterior ella estaba sobre mí, con sus ojos de pie frente al miedo, esperando a saltar hacia las eternidades de mis venas.¿Cómo podrán saber que cuando se durmió sonreía?, estaba llena de ese dolor feliz que muchas veces nos hace volar o colgar si no es correspondido. ¿De que manera se enterarán de que me abrazó mientras pudo, que me miró mientras poco a poco bajaba el telón de sus ojos y redundó al repetir “te amo” una y otra vez hasta quedarse sin aliento?

Pero pensándolo mejor, no me importa, pues esta delicia divina que experimenté en aquella hora me acompañará siempre adonde quiera que vaya. No me entristece ya el hecho de que ya no la vuelva a ver, pues siempre mi amada Diana estará conmigo. Ese es mi consuelo ahora cuando ya no veo más al cielo sino a través de las líneas verticales con las cuales la sociedad borra sus escándalos...

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Al alzar la vista pude notar como a mi entrevistadora le bajó una lágrima brillante por su mejilla.

-¿Por qué lloras? –le pregunté con suavidad. La muchacha se secó con el dorso de su mano y me habló con una mezcla de timidez y admiración.
-No sabe hace cuánto tiempo quería conocer esta historia. Desde niña he leído cada uno de sus libros de poesía y debo confesarle que he llegado a admirarlo quizá como nadie lo hace, señor Marcano. Este momento que estoy viviendo apenas lo puedo creer: estoy aquí frente a usted, escuchando esas palabras tan hermosas con las cuales me esta narrando su historia, palabras que son a su vez la confirmación de mis sospechas...
-¿Qué sospechas, mi niña?
-Que debió tener una razón sublime para hacer lo que hizo. Y me doy cuenta de que efectivamente fue así. Su poesía es diferente a cualquier otra. Es profunda, divina, desgarradora y elevada. Y hoy veo que también su amor es igual a sus letras.

Profundamente conmovido por la sinceridad de las palabras de mi entrevistadora, se despertó en mí un pequeño sentimiento de estima hacia ella, sería por eso que en mi vientre gruñó el deseo... pero decidí terminar antes la historia.

-Gracias, mi niña. Lo que dices es muy halagador para estos oídos que tienen tantos años sin escuchar nada amable, menos aún proveniente de una joven tan preciosa.

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Tan solo espero que algún día todas las personas puedan entender que nadie ha hecho el amor sino hasta que vive a través del otro. Ojalá algún día aquí en la tierra a todos y cada uno de los seres humanos, poco a poco la pasión nos vaya consumiendo hasta que no quede sino un gran vacío escarlata, así como en una capilla ardiente queda el aroma a rosas después de los funerales. Espero que aquellos guardias que juegan a las cartas comprendan que aunque para ellos a veces tan solo le hablo a las cobijas a mi lado, la presencia de Diana se manifiesta en cada latido de mi corazón, en cada gota de mi sangre. Ojalá y entiendan que los momentos más hermosos de la vida se pueden vivir de nuevo en cada lugar y tiempo que se desee, tan solo cerrando los ojos y recordando los sonidos, los aromas, los sabores. Mientras tanto disfrutaré en silencio de este intenso abrazo que ella me da con fuerza a través de este chaleco blanco, usando estos, mis brazos, que ahora también son suyos.

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La muchacha me miraba con sus ojos brillantes y su boca levemente abierta, sumergida por completo en mi relato; tanto que no se molestó en detener la grabadora cuando comenzó a contarme su historia: que siempre había luchado en el diario en el cual trabajaba como reportera para obtener una entrevista conmigo. Que lloró cuando supo que me habían apresado pero no por mucho tiempo, pues cuando anunciaron que me traerían a esta institución cuyo director a la sazón era un pariente político suyo. Inmediatamente supo que esta era la oportunidad que tanto había esperado, oportunidad que aprovechaba también para decirme cuánto me amaba, cuánto la cautivaban mis versos que a veces soñaba que había escrito sólo para ella. Mientras me confesaba todo esto se veía tan hermosa como una mesa recién servida. Sus mejillas sonrojadas peleaban contra sus ojos azules por sobresalir en aquel paisaje de Monet con apariencia de mujer. Mis entrañas ya estaban rugiendo de amor, sobre todo cuando vi sus manos, sus dedos tan perfectamente contorneados como sus piernas...

-Me haces un gran honor, mi niña. Después de escuchar tan dulces palabras, como un buen caballero tomaría tu mano y depositaría sobre ella el más suave de los besos, pero el abrazo de Diana no me deja por los momentos.

Con la mirada encogida se levantó y sin decir palabra se arrimó hasta mí y puso su mano frente a mi rostro. ¡Qué fragancia tan sutil salía de ella, aunque no usaba ningún perfume! Con gran suavidad me incliné y posé mis labios en aquella carne suave.. Después de un corto beso permaneció con su mano estirada: no la apartaba de aquel lugar, aunque temblaba tan levemente que mas nada lo pude notar al sentir palpitar la punta de sus delicados vellos entre las comisuras de mi boca. En realidad era imposible que retirara su mano, pues supe de inmediato que aquel era un momento de aquellos que suceden cuando las fuerzas de la pasión, que son mayores que las de la naturaleza, forjan su espacio y su tiempo. Lentamente continué bajando por sus falanges, conteniendo la respiración hasta que al llegar a la punta de su dedo del corazón, lo sorbí por completo, dando vueltas con mi lengua alrededor de él. Antes de cerrar mis ojos vi como mi entrevistadora ya lo había hecho, entreabriendo levemente su boca. Cuando lo hice me entregué por completo al momento, al disfrute de los aromas, la texturas, los sabores. En pocos segundos mi hedonismo le dio un puntapié al mundo, arrojándolo al cesto de lo irreal; por eso no escuché grito alguno cuando con mis dientes hice mío aquel exquisito apéndice, tampoco sentí aquel líquido tibio salpicando sobre mi rostro. Pero apenas después de tragar mi tentempié, escuché todo un infierno de gritos a mi alrededor, inmediatamente un golpe de uno de los guardias me arrojó contra la mesa y luego al piso, en donde caí de bruces sobre un gran charco de lo que me pareció un vino tinto de excelente bouquet. Al lograr levantar un poco la mirada vi los pies de mi querida amante de la tarde, que iban corriendo al lado de los del otro guardia, dejando rojas huellas, como las que su regalo había dejado en mi alma. Pocos segundos después cayó su grabadora junto a mi rostro, la cual con el golpe liberó la tecla de grabación, haciendo sonar de nuevo aquella música sobre la cual había quedado registrado este corto romance que me hizo recordar los días mas bellos junto a Diana, días que tuvieron el más feliz de los finales. Diana...

"...es un tema en technicolor para hacer algo útil de amor; para todos nosotros, amén."*

Fin
Daniel Conbar
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* Prestado del tema “Oh Que Será” de Willie Colón.

Texto agregado el 20-05-2004, y leído por 120 visitantes. (1 voto)


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