Ya viví cierta época en que padecía el Edipo, en que no había 2 perfectos, no era posible superar un bigote y la calvicie. Esos años ya no se respiran, ya no se perciben si no es por los recuerdos que pintan parecido pero diferente al fin y al cabo.
Con el pasar del tiempo, con nuevos rostros y palabras unidos en gestos propios, fui apartándome del Edipo y manteniendo la ilusión de encontrar futuros parecidos en otros rostros, en otros cuerpos; con nuevos rasgos que recuerden lo bueno que yo consideraba perfecto. Ahora, puedo decir, que se me atravesó en medio de mi vida una nueva forma de perfección…
La perfección de ser tan humano como se puede, tan imperfecto y llamativo, aterrador por cómo puede acercarse sin dañar y alejarse dejando marcas para el camino de regreso que tomará sólo cuando quiera. Es como mostrar un lienzo manchado de errores y aciertos, unos sobre otros, mezclados y confunsos ante los ojos de cualquiera, con colores tan radicales como el blanco y negro y tan suaves como un celeste cielo si se quiere. Y al tocar, rugoso y seco con gotas grandes de pintura deshidratadas por los años; capaz de conmover a quien no pueda verlo, y si tocarlo. Logrando reacciones pequeñitas en las yemas de los dedos del mundo usando como estímulo sólo el endurecimiento del color que perdura por años.
A esta altura del partido, ya sabemos quienes han hecho sus mayores hazañas y sus peores esfuerzos…