Caminando por la avenida de la Esperanza, los cipreces del camino protegíanme con su sombra, acercando mi alma a un leve bienestar. Camino por el estrecho sendero para llegar a la sepúltura familiar de mis suegros. Me detengo y miro la lápida y mis ojos se nublan aún bajo los lentes oscuros. Sopla a ratos una leve brisa. Saco mí botella de agua mineral y bebo para calmarme. Mí mirada en la lápida y leo tu nombre , aún no puedo creer que ahi adentro quedó el hombre amado, con él que un día pensamos envejecer juntos. La vida es más poderosa, decide por nosotros y nos da alegría o nos golpea. Y me tiene atada a este invencible dolor.

Al fin me inclino a dejar mi homenaje floral, a quién fué todo en mí vida y entre el deshecho de hojas resecas al costado de la tumba, diviso una mano morena que me saluda. Impactada me enderezo con los ojos cerrados, un leve temblor y un sudor frío recorren mí cuerpo y mí alma murmura:-Hace tan poco no estabas aquí, mejor dicho estabas conmigo. Y los latidos de mí corazón locamente se apresuran hasta faltarme el aire. La lápida debe ser muy pesada. No. mejor que ni lo intente. Debo alejarme, este silencio y esta soledad me empavorecen, es algo inexplicable, voy a regresar.
Trato de reponerme, abro mis ojos y la nube empieza a disiparse, miro y no está la mano ahí en las hojas resecas. Debe haber sido un juego absurdo de mi mente, noches de insomnio. de levantarme tantas veces, mi cerebro sin descanso, no puedo ver claro. ¡No, no es mí mente! Es el juego del vientecillo de otoño, sobre las hojas resecas hay una hoja seca más fresca y entera, del color de tu mano morena.

Silvia Parra B.