La plaza nocturna va cruzando sus ojos oceánicos mientras camina al depto. a tres cuadras de sus piernas. Veo el reloj, 23 del 3, linda fecha. Mientras anda entre blusas de nubes veo a un linyera de pelo largo, una barba que connotaba su descuido, una boina color café y una mirada perdida en un horizonte muy cercano, tirado en el banco de la plaza, el banco yanqui en la esquina vendiendo sueños, el otro ladrón de carteras, el puntero del barrio.
Le pesan las piedras sin volúmenes y aquellos que se chocan entre las paredes de madera, ven sangrar sus pies de tanto caminar descalzo. Desde su discusión con el Zurdo, no se le revuelca el estomago más objetos que el vacío que un anoréxico de bolsillo no le importaría entender. Ese ver bracitos partido pidiendo gorras de monedas o tapitas de gaseosas varias.
En eso pasa por el frente de la librería donde siempre compra sus biromes mojadas de poemas. Busco las monedas, y unos lápices de colores le llaman la atención. Quimey le pregunta al señor del mostrador si no le molestaría venderme aquellos pedacitos de madera, que algún día han sido árbol, que jamás han llegado al agua de lagunas reflejando estrellas.
Cuando salgo del local y quiere sacar las llaves del apartamento, la lluvia sobre la caja humedece las nuevas adquisiciones, que al fin son laguna en el bolsillo de la campera. Entra a la cocina y descubro el charco de lápices. Me ríe irónico. Ve la mesa que está al frente de la ventana. Saca las seis cruces de maderas que se bronceaban de luna en ella y las meto en la jaula de Rafael para dejar en su lugar los lápices que espero secas antes del mediodía.
En eso, prende la radio y, luego de un cuestionable análisis de “La Trinidad Rodeado de Seis Santos” de Sanzio, oigo una versión bastante distorsionada, por la mala señal, de Charly y su “Canción de Alicia en el País”. Se recuesta, tirando el bastón y el gorro de lana en rincones opuestos, en la cama vestido de zapatos de goma y harapos. Agarro un libro de Kafka, que le trae de nuevo a lo mismo. Al Zurdo gritándome del otro lado del mar: “El instante decisivo del desarrollo humano es continuo. Por ello los movimientos revolucionarios que declaran la nulidad de todo lo acaecido con anterioridad tienen razón, pues todavía no ha ocurrido nada.” No hay otra, será mejor dormir. |