La dama y el mar.
TODAS LAS TARDES la Dama iba al mar a esperar a su amor que se fue. Prometió volver, una tarde de otoño…Y así pasaron los días, los meses, los años…
La Dama se sentaba en una piedra muy dentro del mar… esperando.
Las horas pasaban y ella, cual estática roca, esperaba…
Su vida se convirtió en eso… esperar.
Miraba fijamente el horizonte, pero él no llegaba.
La Dama, triste, volvía a su casa, una y otra vez, envuelta en las tinieblas, bañada por el agua fría de helados inviernos, pero fiel a su amor, reincidía.
Una y otra vez…
Con la esperanza marcada a fuego de un amor que fue su vida, volvía procurando su encuentro.
Su mente divagaba imaginando cómo sería…añorando los momentos vividos y, poco a poco, fue perdiendo su contacto con la realidad.
El ensueño era su realidad.
Por las noches, soñaba, y en esos momentos, vivía.
Los amaneceres la encontraban vestida de blanco, con su larga cabellera dorada, enmarañada. Su tez se fue tornando cada vez más pálida, y su figura más etérea.
Su alimento era su recuerdo, su esperanza.
¡Cuántos sueños, cuántas locas ideas pasaban por su mente una y otra vez!
Se volvió triste, taciturna, y por las tardes, cual gacela, corría hacia el mar, que era su refugio. Sentada en su piedra esperaba, ansiaba, soñaba.
Una noche no volvió. El mar se la llevó. Caminando por las aguas, cabalgaba hacia su amado que, como un espejismo, aparecía a lo lejos.
El mar la devoró.
A la mañana, su frágil cuerpecito apareció en las arenas doradas con la triste expresión en su rostro.
Así la encontró él…
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