Como si las cosas no estuvieran ya complicadas con esta lluvia de días,obstinada en meterse hasta por las uniones de las chapas de mis techos, oí ruidos.
Esta, como cualquier casa vieja, casi apoyada en la línea verde de los campos, tiene una cabellera de lata a trechos gris a trechos amarillenta.
Chapas soñadas para una lluvia en noche de amores, o una lectura cansina sin relojes apuntándonos a los ojos.
Pero no era el caso.
Yo estaba sola y esos eran ruidos. No los de las pisaditas de los gatos peleando por gatas, o haciéndose su festín de instintos con ellas. Ni las ramas de paraiso pesadas de agua.
Estos eran diferentes, avanzaban desde la casa de al lado, como una cortina descorriéndose.
Algo me conozco, como la que más, y sé que mi manera de enfrentar el miedo toma a veces formas un poco extrañas. No puedo taparme la cabeza con la almohada porque no me asiste la bendición de la parálisis por pánico.
Es tan primitiva la manera en que el miedo me afecta que salto como si me hubiesen hecho biónica y a resortes de colchón, en un mismo trámite.
Con las orejas paradas como un conejo psicópata oí como esa andanada iba trepándose a la pared y enfilaba hacia mis chapas tísicas.
Cuando la marabunta estuvo sobre mí, apenas a metro y medio de mi cabeza escuché claramente una pisadas fuertes y sobre ellas las voces de dos hombres.
Estos no eran Papá Noel y un reno bípedo.
No puedo analizar mi comportamiento o nadie nunca me va a quitar la de depresión post-traumática que eso me genere.
Con cada pisada crujían tirantes y maderas y parecía que la estructura entera de mi casita de los tres cerditos se me iba a venir encima.
No me explico lo que hice después porque no hubo nada racional en eso.
Con una furia bíblica levanté un dedo hacia el cielorraso y como una nueva Capitán Ahab enterrada en maceta, increpando los vientos, grité con toda la garganta.
-"Bajen de ahí, hijos de puta, que van a romper esas chapas del carajo, o voy a subir a cagarlos a patadas!".
Se hizo un silencio inmenso, mientras mi corazón golpeaba tanto que lo sentía rebotándome dentro.
Nada se movió arriba por segundos, excepto la lluvia, hasta que una pisadas livianas fueron desplazándose como si el techo hubiese sido subitamente alfombrado.
Me senté en el piso con los ojos gigantes por el susto y un descontrol de temblor en la mandíbula. Uno de mis gatos se acercó a frotarse contra mi brazo como si fuera una tardecita de otoño y no las dos de la mañana del día mundial de "Salvemos las chapas oxidadas del mundo"
A la mañana siguiente mis vecinas me contaron que habían entrado a robar en dos casas de la manzana, se entiende...son casas sólidas, no hay que ir munido de un abrelatas para abrirlas.
También dijeron que se habían escuchado gritos. No les dije una palabra. ¿Para qué agregar otra estrella a mi fama de chiflada?. |