Día trece

Mi corazón henchido de felicidad,
quiere desde hoy, la cálida noche
en que te vio con aquel vestido
de alegre porte y tu rostro jovial.
Día trece, las líneas de tu rostro
maquilladas con polvos de rosicler
lucían lozanas, y tus ojos brillantes
cual reverberos, sólo a mí miraban.
Ataviada, propones dulcemente
pasemos esa noche despojados
en cuerpo y mente de todo lo que
nos pertenece y eres parte tú,
de la desnudez que nos apetece.
Son los roces de nuestros cuerpos
como un telar de terciopelos finos.
Tu cuerpo, ebúrneo mórbido,
luce torvo y curvo esplendido.
El mío que es rutilante por la
luz y la sangre de la pasión
es apagado en un instante
con los ósculos cálidos
a los que hiciste alusión.