Todavía no ha salido el sol cuando Pablito Díaz se calza su única sandalia (la otra se le deshizo hace un par de días al borde del camino de regreso y sólo quedó en la cuneta su esqueleto plástico en forma de suela), recoge su mazo y su pico y parte hacía la cantera.
Hoy se demoró y no le ha dado tiempo a tomar su vaso de agua con un pellizco de leche en polvo que le da la ilusión de haber desayunado.
Pablito cojea por el sendero, pero hoy está contento; Su jornada de diez horas esquirlando las piedras que luego adornaran jardines europeos hoy será un poco más corta porqué es nochebuena.
Su mama juntó los pocos pesos que Pablito y sus tres hermanos sacan, a sudor y piedra, de aquella rocosa montaña en la que papà dejó la vida el invierno pasado y fue al mercado a comprar la cena de aquella noche especial.
Hace calor y el pie que lleva desnudo comenzó a sangrar nada mas llegar al pie de la cantera, hace ya cuatro horas.
Golpe a golpe su lucha contra la pared va dando sus frutos, pero a un doloroso precio. Los brazos flacuchos se le agarrotan y en la espalda, cada vértebra rechina cuando alza el tronco para descargar sobre un ripio incontables martillazos,
pero su enjuto y pequeño cuerpo de niño cantero, aprendió hace mucho a no ceder ante el dolor y a comprender que cada mazazo lo acercaba mas al plato de la cena.
Pero al mediodía bajo el sol ardiente del altiplano, a Pablito le dio una repentina flojera, la vista se le nubló y le vino un ataque de tos y arcadas. A cada golpe tosía un cuajarón de sangre que manchaba las blancas esquirlas de piedra que depositaba en un cesto de mimbre.
Al ver aquello, el capataz, entre gritos y pescozones, lo envió a su chabola a reposar, ordenándole que volviera cuando estuviera bien recuperado.
Pablito, enfermo y febril, tomó el camino de vuelta, vomitando, literalmente, el alma a cada paso.
Jamás cubrió lo seis kilómetros que le llevaban a su hogar. Jamás llegó a probar la gallina y el maíz que la madre compró para él y sus hermanos.
Pablito, se desplomó en un recodo de la senda; murió unos cientos de metros antes de llegar al punto del camino en el que si miramos hacía el suelo, veremos una suela de zapatilla.
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