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El ritual.

Siempre traía su amuleto de la suerte bien atado al tobillo derecho, era su artículo imprescindible para los juegos de fútbol de los fines de semana. A pesar de que nunca fue devoto a ese tipo de supercherías ahora confiaba en su amuleto debido al cariño especial de la evocación que le provocaba. El valor del talismán y la “suerte” que de él se desprendía venía provocado por el dulce recuerdo de cómo lo obtuvo. Tenía muy presente aquella tarde de febrero cuando se ganó la liga con que su amada se sujetaba el cabello… fue la primera vez que visitó su alcoba. Nunca tuvo malas intenciones para con ella, en su mente surgía siempre el pensamiento de “hacer las cosas de manera correcta y respetar su casa” pero es que en cuanto dejaba escurrir un beso a los sensibles hombros de ella se perdían de tal manera que era imposible pensar en los ridículos límites morales de la sociedad. Esa fue la primera vez que pudo tocar en pleno su piel y ella como un símbolo de victoria compartida le regaló su accesorio de belleza que había ido a parar al suelo junto con ellos después de aquel desborde de torpes pasiones candorosas. Decidió adoptarlo como un sustituto a lo que podría ser una medalla de la virgen, una estampa del Santo Niño del Pozo o cualquiera otro de esos ítems reverenciados por las masas y así atraer la suerte en los juegos de fútbol.

Por otro lado las habilidades que poseía para el juego de las patadas eran sobresalientes, resultado de una rigurosa y constante práctica en la niñez sobre los calientes asfaltos de las colonias populares dónde no existen las faltas, árbitros, tarjetas amarillas o rojas, ni todas esas tonterías que enturbian la verdadera esencia del juego. Esto aunado a su magnífica habilidad entrenada para huir a toda prisa de las travesuras y una alimentación clase mediera le habían otorgado piernas fuertes y torso delgado, es decir un cuerpo que había evolucionado su fisonomía de manera tal que fuese hábil para escabullirse y veloz por añadidura, destrezas esenciales para el fútbol.

Ahora contando con la lozanía de los 20 años quería comprobar su habilidad en los campos oficiales de pasto que aunque para su gusto eran muy blandos así y todo aceptaba el reto de una nueva forma de practicar el deporte que le cautivaba y su amuleto le ayudaba en ese propósito. En los juegos en que hacía su ritual previo y portaba su amuleto destacaba de manera tal que aún y jugando en la defensa anotaba gol, marcaba férreamente a los rivales, y recorría las bandas de manera incansable hasta ganarse el mote de “el ocho pulmones”. Pero en los juegos en que olvidaba su amuleto se desconcertaba de manera tal que su desempeño era irregular, no destacaba, apenas y cumplía con su posición pero no anotaba goles y dejaba escapar ocasionalmente a los adversarios.

Su equipo llegó a las semifinales y el rival en turno era Cuencamé, equipo conocido regionalmente por su violencia al jugar y por su duro origen ranchero, donde es sabido que las personas practican a diario a pesar del severo clima caluroso pues el fútbol es la única manera en que pueden ahuyentar un poco la ociosidad y el tedio propio de la vida campirana.

Preparaba su maleta de juego dos días antes de los partidos. Para poder reafirmar la “suerte” de su amuleto siempre empacaba de la misma manera en que lo había hecho la primera vez y lo hacía con la obsesiva repetición propia de los rituales: empezaba guardando en la parte de abajo el short, las medias en las bolsas laterales, espinilleras, camisa y chuts en la bolsa grande y por supuesto su adorado amuleto bien prendido en la diestra. Siempre en ese estricto orden inalterable y siempre terminando con el preciso amarre de su amuleto al tobillo derecho.

Las horas matutinas previas al juego habían sido pesadas y tediosas en demasía, necesitaba con urgencia sacar la presión laboral; tal vez anotar un gol para gritarlo en pleno, lanzar una barrida férrea hacia los pies de algún delantero, desbordar el costado del campo con un veloz spring… pero desde hace dos horas algo había venido a inquietarle y no había podido tomar una decisión. El capitán del equipo le llamó para pedirle que llevara un balón extra al partido ya que de no hacerlo perderían el juego por de-fault y le colgó tan rápido que no tuvo tiempo siquiera de objetar y menos de negarse. Cuando intentó regresar la llamada el tono de marcado le dirigía invariablemente al contestador automático. Se encontraba desconcertado y molesto. El disgusto no provenía tanto por la petición intempestiva sino que al tener que incluir un nuevo accesorio a su mochila vendría a romper con su ritual de la suerte, obligándole ahora a cambiar el estricto orden que él mismo se había impuesto al empacar. El partido era importantísimo, con el ritual alterado su amuleto no funcionaría y jugaría mal, sino llevaba el balón y cumplía con el ritual ni siquiera habría partido. También tenía la opción de llevar el balón y en beneficio del equipo fingir alguna lesión y ceder su lugar a otro jugador con “mejor suerte” y perderse el mejor partido de la temporada, “La final adelantada”, como la habían bautizado los fieles aficionados de las gradas. Se encontraba en una disyuntiva y había que decidir algo pronto, pues la hora del juego se acercaba implacable.

“¿Dónde empacar el balón? ¿Antes de la camisa? ¿Después de las medias, al principio? ¿Dónde?“

Se preguntaba todo esto mirando el balón fijamente entre sus manos mientras el reloj seguía su marcha inexorable. Estuvo a punto de arrojarlo por la ventana y sencillamente mandar todo al diablo… pero se dio cuenta de que la solución a su problema era sumamente fácil: llevaría el balón en las manos, así no se alteraría su ritual…

- ¿No te da vergüenza mortificarte por algo tan frívolo?

Las costuras de un lado del balón se entreabrieron formando una mueca que pasaba por una boca y que después de preguntarle lo anterior le reconvino nuevamente diciéndole:

- ¿Qué te pasó? ¿No que tú eras tu propia suerte? ¿Dónde quedó el gran pensamiento libre de dogmas que te caracterizaba?

No se espantó de ningún modo al estar oyendo hablar al pedazo de cuero cocido. En repetidas ocasiones le pasaba que su conciencia le hablaba a través de diversos objetos, como cuando sostuvo una larga charla con el toilet acerca de falsificar tareas cuando estaba en la escuela o cuando recibió múltiples regaños de la cabecera de su cama por haberle mentido a su madre. Así se manejaba su conciencia, pero no lo comentaba con nadie, pues hasta para él mismo y aún a pesar de haberse acostumbrado, no dejaba de ser una situación sumamente extraña y un poco paranoica hablar con los objetos.

- ¿Dónde quedó tu espíritu libre? –Decía la pelota- Ahora estás atado a esa liga. Anda guárdame en tu mochila, será incómodo si me llevas en tus manos, te verás ridículo, parecerás un niño queriendo presumir su balón nuevo, me caeré de tus manos en alguna calle con el riesgo de que un carro me aplaste y recuerda que sin mí no hay juego, piensa en el equipo, además, tú y yo sabemos que si me llevas en tus manos no dejaré de hablarte en todo el camino y cuando no aguantes más y me contestes gritando colérico (y ambos sabemos que esto pasará) las personas verán lo insano que estás. Anda deja ese “amuleto” de lado y vámonos que aún estamos a tiempo.

El argumento de su conciencia a través del regordete balón era bastante convincente. De verdad no había dificultad, los dogmas son para las mentalidades débiles y necesitadas no para mentalidades como la de él que eran capaces inclusive de hacer hablar a los objetos inanimados. Y cuando estuvo a punto de retirar la liga de su tobillo escuchó un par de golpes rítmicos llamando a su puerta pero al abrirla no encontró a nadie. Regresó a su cuarto y ahora escuchó un par de pasos en la azotea, no le dio importancia pues sabía de la gran cantidad de gatos que deambulaban los tinacos en busca de lugares frescos. Luego un par de gotas con resonancia profunda al caer por el caño del lavabo. Y por fin lo entendió, en realidad lo que estaba escuchando eran los latidos de su corazón.

- ¡Claro! –Se dijo a sí mismo- Es la clásica rivalidad entre la razón y el corazón y soy el campo de batalla dónde luchan.

-No escuches esos latidos –Arguyó la gorda pelota -son sólo una función fisiológica de tu organismo, bien lo sabes: sístole y diástole.

Pero por alguna razón no podía dejar de escuchar sus latidos y más aún cuando posó las manos junto a su pecho y una sensación de calma y bienestar le invadió. Pero al tiempo sabía que su conciencia ahora en forma de pelota le había ayudado siempre en las situaciones más difíciles, inclusive en aquellas de vida o muerte y no quería parecer ingrato ante quien le había ayudado tantas veces en tantos predicamentos.

- Decídete rápido ya no te queda tiempo- Decía el balón.
- “Tom –tom”- gritaba el corazón.

Después de un rato y como buen conciliador, tomó el teléfono y marcó al móvil de su novia.
“Por favor mi amor, deséame suerte para el juego”
“Claro mi flaco hermoso, mucha suerte”

- “Qué mejor que recibir la suerte directamente de ella, pues la liga es sólo un signo de evocación.” –pensó.

Dejó la liga. Luego guardó el balón en la mochila, salió corriendo para alcanzar el último camión y cuando iba a bordo recostado en el desagarrado asiento se dio cuenta de que era la primera vez que razonaba no sólo con la mente, sino también con el corazón.

Texto agregado el 26-03-2009, y leído por 113 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
26-03-2009 Bellísmo, esa lucha constante entre razón y corazón , que bueno que coincidan , excelente relato , felicitaciones =D mis cariños dulce-quimera
 
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