Después de años escuchó de nuevo la voz, sorda y seca como de golpe la rescato de la tumba su memoria, susurró más que habló a su oído, - ¿Cómo dejamos que esto se disolviera? ¿No quieres acaso renacer conmigo? Tu mismo haz sido sombra!, como yo, fuera de toda luz, sin cuerpo en el cual ser era todo el reposo de la muerte, pero la tumba es un letargo insoportable, y yo, he venido a salvarnos, no puedes rechazar mi mano, tendida a través de las tinieblas. Siete veces soñó en diez noches con su figura entre las sombras, él caminaba en anchas calles horas antes de que el cielo fuera alumbrado con el pálido sol de la madrugada, y mientras andaba, podía ver colándose entre la boca de las alcantarillas y las bolsas de basura gordas ratas merodeadoras, que se cubrían entre las sombras y desde allí se quedaban observándolo, incluso vio una o dos, la quinta o la segunda noche, que eran tan grandes como él, y lo observaban desde la ventana de segundos pisos, con el rostro de angustia que debe tener un roedor.
La noche primera y el primer sueño, sintió alguien dormir junto a sí, de un talle muy pequeño, respiraba con desiguales sobresaltos, cada diez minutos podía sentir como ese cuerpo ceñudo, del que emanaba un calor embotador y aromático, soltaba un pequeño espasmo, y con el tomaba una bocanada de aire, pero quizá no oyó más que un par de sus aspiraciones, ya que mientras más pasaba el tiempo, un sueño relajado y libido se derramaba en él con mayor fuerza, hasta convertir la ensoñación en un espacio tan exuberante que consumía todo lo que la realidad podía ofrecer a un cuerpo carnoso y semipermeable, sin que sus imágenes tuvieran siquiera una sombra del cansancio horrible de la vida, muy pronto las noches se hicieron extensas, tan grandes como para buscarlas al día, pero el sueño solo se levanta de los corazones llamados desde la orilla en sombra, y lo ciertos es, que él no dormía más que con la llegada de ella, el sueño de mujer que de un momento a otro levantaba entre sus parpados la ventana al mundo fuera de este tedioso sueño.
Él, el hombre que soñó este cuento sombrío, desapareció, sin más que pudiera decirme deje de verlo un día, yo partí y él se quedo en el cuarto húmedo y sucio que compartiéramos durante el tiempo que fuera necesario para oír su historia, escucharla y después sobrevivir a la pesadez maniática del silencio, en una habitación sellada donde siempre domina una luz blanca, fluorescente y tan artificial como estos nervios; ahora solo pretendo olvidar sus palabras, arrojarlas de mi cabeza sobre la dura piedra, a que se queden en ella como cadenas, y yo pueda conciliar el sueño.
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