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La tarde se cae a pedazos. Sobre las naves atracadas en el desierto, revolotea algunos pajarracos famélicos.
Las olas de arena, traen en su cresta infinidad de escorpiones de colores que brillan a la luz azul – verdosa del crepúsculo.
De entre las olas, se ve de pronto aparecer el velamen de una nave luchando contra el inclemente viento, que le impide acercarse al resguardo del muelle.
Después de un buen rato de aparecer y desaparecer entre las olas; logra adentrarse en la ensenada y atracar con mucho trabajo entre remolinos de arena.
De su proa salta un hombre. Luego de sacudirse algunos escorpiones del hombro, se vuelve a mirar su nave, o lo que queda de ella, tras el castigo de múltiples látigos de arena, que impulsada por el viento constante de mas de 80 kilómetros por hora, barre día y noche el planeta.
-“Maldita tierra, maldita arena, malditos bichos…”
Estas y otras palabrotas son los desahogos cotidianos de Khristos.
Tenía muchas razones para maldecir. Nació en lo que antaño fuera zona de navegación.
Aunque él no la conoció, le contaron que los armadores navales de su tierra fueron reyes de los mares, llevando y trayendo vida, alimentos y finalmente muerte a todo el mundo…
Sus padres murieron durante la gran guerra, siendo él aún muy pequeño.
Debió vivir como pudo, y elegir un nombre, cuando le dijeron que se necesitaba uno.
Escogió el de alguien, que según le contaron, murió por muchos, hacía ya como tres mil años, aunque él se lo puso en plural, como homenaje a los muchos que habían muerto y seguían muriendo por causa de unos pocos…
Mientras se dirigía al refugio pensó que no había tenido un mal día, a pesar que en el mercado negro la leche, el pan y los alimentos básicos eran prácticamente inexistentes, ni siquiera en caje por máscaras de filtro, objeto muy necesario y casi también vital, en un planeta con altas concentraciones de veneno en la atmósfera.
El consiguió capturar un cargamento de alimentos enlatados que iban al último bunker de la clase militar dirigente.
Algunos chicos le salen al encuentro, gritando y tirando de sus ropas…
-¡Dale Khristos, contanos una historia…!!!
-Bueno, pero primero hay que comer algo…-
Cuando terminaron de tragar lo que él traía en su mochila, los cuatro infantes se sentaron alrededor de un tambor vacía, en el que se ubicó Khristos, y comenzó por millonésima vez su relato:
-“Todo comenzó hace muchísimos años, cuando alguien decidió que los hombres debían tener religión y pensamiento común, que por supuesto sería resuelto por alguien, sin importar las decisiones de los pueblos.
Sin embargo, hubo pueblos que no aceptaron estas ordenes y combatieron contra quienes querían borrar sus culturas, y lo hicieron de muchas formas.
Estos recipientes –golpeó el tambor sobre el que se sentaba- servían para transportar el combustible que hacía movilizarse al mundo antiguo, quién tuviera el control sobre los depósitos de este material lo tendría también sobre el resto del mundo, así que los grandes países resolvieron apoderarse de las zonas que tenían este aceite negro.
Los dueños de estos productos lo vendían muy caro, y los compradores, que eran muy ricos y avaros, deseaban el producto, pero ni pagarlo a precios tan elevados. Entonces un día un país invadió militarmente a otro, hubo muchos muertos. Después, alguien atacó con aviones a otro país y murieron muchos más. Pero éste último tomó represalias, y buscando a los responsables mató a muchos miles…
El hombre también tomó medidas para vengar a sus hermanos masacrados, y desde cada punto del entonces planeta verde castigó con la muerte a todos aquellos que habían participado pasiva o activamente en la muerte de su pueblo.
En este punto, se desató una gran guerra de todos contra todos, que se llamó el “holocausto nuclear”, causa de la devastación de la tierra.
Así fue que se secaron los mares; la atmósfera se volvió cada vez más venenosa por los residuos químicos acumulados, y la tierra sufrió cambios, al igual que nosotros.
Pero alguien nos creó para reinar sobre el mundo, cualquiera sea su condición.
Por eso sobrevivimos, aunque no somos muy parecidos a los primeros habitantes del planeta…
Y como cada vez que contaba esto, Khristos se conmovió al ver las caritas serias y reconcentradas de los chicos. Una gruesa lágrima brotó de su único ojo amarillento, que secó con el dorso de su escamosa mano.



Texto agregado el 25-03-2009, y leído por 165 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
25-03-2009 excelente!!!! Podria llamarse fantasia por el genero en que se inscribe...pero hya mucho de augurio en el relato, por demas bien llevado, con mensaje, sin llegar a moralista y la descripcion de ese mundo yermo es fantastica.... maj8
 
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