Un hombre atraviesa el valle a grandes zancadas. Sin darse cuenta, sus pasos se han ido ajustando al ritmo de su corazón revivificado por el sol de primavera que ilumina la tierra despertando aromas, sonidos, colores. A medida que avanza va tomando grandes bocanadas de ese aire cargado de polen que le recuerda tanto su infancia, y se deja invadir por una sensación de embriaguez y felicidad que lo hace sentirse parte íntegra de todo lo que lo rodea, en sintonía con el cielo y la tierra.
Poco a poco el recuerdo de su aldea va precisándose en su espíritu mientras su mirada se concentra en la lejanía tratando de adivinar su ruta entre las sinuosidades del terreno.
“Y pensar que ya han pasado casi diez años desde el día en que prometí estar de regreso para la fiesta de la primavera...”, se dice con el pecho apretado de nostalgia, aunque sonríe casi enseguida al recordar el momento en que se despidió antes de partir a recorrer el mundo. ¡Esa fiesta sí que no me la pierdo!, había lanzado con un guiño en dirección de los muchachos de su edad, pero su aspecto se había vuelto grave y algo solemne al comenzar la ronda de abrazos.
Los recuerdos van emergiendo de los innumerables recovecos de su memoria, agolpándose y sobreponiéndose unos a otros, hasta que uno en especial parece acallar al resto: las últimas palabras, sencillas y sin embargo tan cargadas de sentido, que escuchó de su madre. “Cuídate mucho, hijo”: esa pequeña frase volvería a asomarse a la memoria de Dan cada vez que que éste se sintiera abatido en su largo exilio. Su último abrazo había sido para ella. Al desprenderse de sus brazos se llevó las manos al pecho tratando de atenuar la tristeza que comenzaba a invadirlo, paseó su mirada detenidamente por cada rostro para asegurarse de que rasgos y expresiones quedaran impresos en su recuerdo, inhaló una gran bocanada de aire y lanzó con ambas manos un beso que abarcaba a todo el mundo. Lentamente giró sobre sus talones, se enderezó, vació sus pulmones y con la mirada prendida en el horizonte emprendió su marcha con paso firme y decidido. Cada tanto se volvía agitando el brazo en un gesto de despedida al grupo que se hacía cada vez más pequeño.
Dan husmea el aire reconociendo fragancias olvidadas y su memoria salta de un recuerdo a otro, trata enseguida de imaginarse a los más pequeñitos, aquellos que deben haber llegado durante su ausencia, ¿cuántos habrán nacido ya? Esa pregunta trae consigo otra, más penosa, y Dan trata de no pensar en que tal vez ya no encuentre a los más ancianos... sus pensamientos quedan como suspendidos durante un tiempo para luego centrarse en su respiración y el sonido de sus sandalias al roce del pasto.
Hasta que su paso se fija ante una sensación desconocida e insólita que lo inmoviliza y pone en alerta sus sentidos, sólo sus pupilas se mueven tratando de captar algo que pueda sugerir la razón de ese extraño malestar; permanece un momento en ese estado de sobrecogimiento hasta que poco a poco su respiración se regulariza; exhala por fin un gran suspiro y reanuda su camino sacudiendo la cabeza incrédulo. Todo sigue igual, como antes, como siempre. Un zorzal canta en una rama y Dan se detiene a contemplarlo, lo ve abrir su pequeño pico para lanzar su canto y luego cerrarlo esperando una respuesta lejana que no tarda en llegar. Ya complemente tranquilizado, vuelve a sentirse integrado en ese espacio que lo acogió durante tantos años y se dice que luego va a empezar a atardecer y decide apurar el paso.
¡Cómo pude dejar pasar tanto tiempo antes de volver! exclama en voz alta y comienza a silbar una melodía que le hace recordar momentos felices. Mis viejos deben estar más viejos... ¡Y yo también! Van a encontrarme cambiado. ¿cuántas caras nuevas iré a encontrar?...
Nuevamente esa sensación desconocida lo petrifica, algo ha cambiado aunque no podría precisar de qué se trata. “¡El olor! Eso es, algo huele distinto. Sí, un olor que cubre todos los demás, y ese zumbido, parece el rumor lejano del océano.” Trata de agudizar el oído pero el sonido ya se ha desvanecido. Bueno, se dice, algo extraño me sucede, debe ser la emoción, además hace sus buenas horas que no como, cuando llegue a mi hogar seguro que mi madre va a ofrecerme un plato de sopa... ¡Ah!, si casi siento el olor a perejil y cilantro que le agrega al final... mmm...
El sol comienza a esconderse tras las colinas y el canto de los pájaros va cesando poco a poco hasta dejar paso al gran silencio del atardecer. Dan experimenta un sentimiento de calma profunda , sintiéndose nuevamente en comunión con todo que lo rodea, hasta que un agradable olor a humo invade sus narices, y entonces sus ojos se humedecen ante el recuerdo de su aldea, “sí, ya estoy cerca, ya están ardiendo las brasas y humeando la cazuela”. En ese momento apura el paso con ganas de estar ya allí, frente a su hogar, frente a su gente.
Súbitamente, el mismo rumor vuelve a hacerse sentir, esta vez le parece el sonido de truenos lejanos, pero al mirar al cielo sólo ve pequeñas nubes dispersas e inofensivas... no, sin duda el sonido no proviene de allí. Y nuevamente se queda completamente inmóvil, contemplando esta vez estupefacto la aparición de unos puntos luminosos que se destacan apenas en el paisaje aún claro del atardecer, y que parecen flotar en una línea que atraviesa todo su campo visual. Sigilosamente se desplaza hasta un árbol para poder observar sin ser visto, hasta que cae en la cuenta de que el origen del fragor proviene justamente de esa misma dirección, y su curiosidad ante este hecho es tal que, superando el temor a lo desconocido, trata de acercarse buscando refugio tras un matorral, una roca, un arbusto. Ahora ya no caben dudas, el ruido y las luces están íntimamente relacionados. A medida que se aproxima, el ruido y la nitidez de las luces se intensifican, así como su asombro cuando comienza a distinguir casi a ras del suelo otras luces mas pequeñas que se desplazan de dos en dos siguiendo la misma línea que las primeras. Absorto por completo en el fenómeno continúa acercándose lenta y sigilosamente como el felino en pos de una presa, hasta que empieza a comprender, esas luces provienen de una especie de escarabajos gigantes que se desplazan a gran velocidad produciendo el zumbido que tanto lo había impresionado en un comienzo. Y cuando uno de esos extraños insectos con ojos luminosos se detiene cerca del lugar desde el cual observa la escena, huye despavorido a esconderse tras unos matorrales.
El vehículo se detiene a un costado de la línea que, ahora lo sabe, no es una línea sino una ancha cinta negruzca sobre la cual siguen pasando más y más coleópteros en uno y otro sentido a una velocidad enorme levantando torbellinos de viento con ese olor tan desagradable y particular. Las luces que desde lejos le parecía ver flotar están en realidad encumbradas en lo alto de unas barras rígidas, se trata de pequeñas esferas brillantes e inmóviles. Cuando el insecto gigantesco se ilumina por dentro puede distinguir dos personas en su interior... no, son cuatro, que descienden por dos portillos, uno al costado del otro. Se trata de dos adultos y dos niños, seguramente una familia, que hablan en una lengua desconocida. Los extranjeros visten ropa muy ajustada al cuerpo y parecen cansados y somnolientos. Extranjeros... es la primera palabra que se le ocurre al verlos, aunque la verdad es que nunca en todos sus viajes ha visto personas como éstas: el hombre tiene el pelo muy corto, como el de un niño que apenas comienza a tenerse en pie, y Dan, palpando sus trenzas se dice que nunca ha visto un hombre sin pelo largo salvo los viejos completamente calvos; ha encontrado pueblos que usan una o dos, incluso tres trenzas, otros que enrollan su pelo en un moño redondo, pero nunca alguien como este extraño ser. La mujer tiene el pelo cortado a la altura de los hombros, y sólo uno de los dos niños, —al parecer se trata de una niña— lleva dos trenzas como él. La mujer tiene en la mano un recipiente transparente con un líquido anaranjado y sirve un poco a cada niño en pequeños vasos blancos. El niño de pelo corto se acerca a un árbol para orinar, y poco tiempo después todos se meten nuevamente dentro del escarabajo que parte con un zumbido sordo por la cinta iluminada. Dan sale poco a poco de su estupor y se acerca con muchísimo cuidado al lugar en el que hasta hace poco se encontraban esos extraños personajes, se agacha, estira la mano y comprueba que la cinta es dura como una piedra.
Sin previo aviso se encuentra en pleno campo, agachado y con el brazo tendido tocando la tierra. Siente la calma del atardecer y nota que el cielo está aún luminoso. Aturdido por esa alucinante experiencia, se levanta lentamente, todo le parece tan contradictorio, recién había tenido la impresión que era de noche, y ahora, este cielo claro... Dan es incapaz de comprender que sólo se trata de un simple encandilamiento producto de haberse encontrado bajo el potente alumbrado que pareciera ensombrecer todo lo que no se encuentre bajo sus rayos. Se levanta y mira a su alrededor reconociendo el paisaje, el lucero de la tarde comienza a brillar por sobre las colinas. Sin pensarlo dos veces, Dan parte corriendo, nunca ha corrido tan rápido, sus pies parecen volar tratando de alcanzar su aldea, pero sin saber cómo se encuentra esta vez en medio de la autopista iluminada, los autos pasan raudos a su derecha, a su izquierda, y no puede evitar el choque con uno de ellos.
— ¡No quiero morir aquí, quiero llegar a mi aldea! es su último pensamiento que se prolonga como un grito interminable, a diez mil años de distancia de los suyos.
* * *
Dos jóvenes caminan rumbo al valle para observar un grupo de renos que avistaron la víspera; van a servir de guías a los cazadores que ya han comenzado a prepararse en la aldea.
— Mira, allá a lo lejos, parece un hombre, vamos.
Los muchachos corren junto al cuerpo que yace en el suelo y descubren con asombro que lleva los atributos de su tribu, aunque no son incapaces de reconocerlo.
— ¿Quién lo habrá atacado?
— Debe haber sido un oso, sólo un oso furioso es capaz de herir a un hombre en esa forma.
Envuelven cuidadosamente el cuerpo en dos pieles y lo trasladan hasta la aldea. Los niños corren por todos lados gritando la noticia: ¡encontraron un hombre muerto cerca de la aldea!
Alguien lo reconoce: ¡Es Dan, el que partió hace diez años! Todos lloran, su madre lo abraza y pide que lo lleven a su casa para lavarlo y arreglarlo.
— Dan fue un hombre valiente, venía de vuelta a su aldea y no alcanzó a llegar, la muerte se cruzó en su camino antes de que alcanzara a vernos y abrazarnos, dice su padre antes de que lo entierren según las costumbres y todos los ritos que se deben a un hombre de su tribu.
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