Aquella extraña sensación de debilidad se apodero de mi, sentí como si todo se cayera a pedazos, si tan solo cerraba los ojos…al momento de abrirlos ya no habría nada, lo intente, durante un largo tiempo sostuve la mirada.
Pero fui débil y no pude sostener fija la mirada, cerré los ojos en un parpadeo y me perdí la implosión. Ya no había destrucción, ya no había nada.
Me quede ahí, observando el horizonte, un llano sin vida ni color, un páramo en medio del páramo; no recuerdo si en ese momento aun tenía ropa, solo recuerdo que no hacía frío.
¿Por qué yo?...
Me puse de pie y camine, camine decidido, camine esperando que eso cambiara, que lo desolado terminara, camine esperando encontrar a alguien, a algo, cualquier cosa. Pero no…hasta hoy no he encontrado nada, solo puedo quedarme así, recostado, recordando y preguntándome por qué no muero…sino he comido y no estoy seguro de que allá dormido; ni siquiera estoy seguro de que el tiempo siga transcurriendo. No, es probable que no, mi cabello no crece, mis uñas no se rompen, mi cuerpo no adelgaza y mi voz no suena.
El blanco del ambiente me agobia. El cielo blanco que a lo lejos parece reflejo, como si un mar transparente me rodeara. En mis pies está esta arena, delgada y amarillosa; se siente bien cuando la piso, cuando la respiro; me devuelve las fuerzas; se siente como se sentían los rayos del sol o el agua sobre mi rostro.
Y ahí tumbado sobre mi arena me esfuerzo de nuevo, en recordar.
Recuerdo mi casa, mi triste casa…apenas de ladrillos viejos y una lamina como techo, de habitaciones pequeñas y repletas, ojala hubieran estado repletas de cosas; pero no, estaban repletas de gente. ¿Cuántos? Como dos o tres hijos más de los que debíamos de ser y mi padre y mi madre. Mi padre cansado, siempre cansado, de trabajar y beber…era todo lo que hacía, la mitad del salario para la casa y la mitad para él. Era justo, él decía, después de todo si queríamos más teníamos manos y salud; que trabajáramos también. Y mi madre, mi dulce madre, nos atendía lo que debía, o hasta que debía atender al que seguía; siempre triste, de cabeza gacha y suspiros profundos. Debería recordar a mis hermanos, pero no lo hago, la condición me volvió egoísta… ¿y a quien no? Tal vez estoy aquí como castigo, por robarles su comida, por gritarles tanto, por no soportarlos, por golpear a quien pudiera, por llorar de hambre…no, debe ser algo más.
Pero nos dijeron que mejoraría, esos hombres de blanco nos dijeron que mejoraría; que ya se habían dado cuenta que estaba mal que la gente viviera así. Tocaron a nuestra puerta y le mostraron a mi padre y madre varías credenciales, les hablaron muy bonito, muy adornado. Pronto estábamos convencidos de que todo iba a cambiar, de que ya no habría hambre ni frío. Al final esos hombres quisieron que los niños se fueran, solo querían hablar con mis padres; nosotros hicimos caso, nos fuimos y por supuesto que escuchamos todo. Ni siquiera tuvimos que hacer un esfuerzo, no tuvimos que escondernos para espiar ni nada así, nos movimos a la habitación continua, la oreja contra la pared y ya estaba, todas esas paredes eran falsas, tan delgadas que todo se escuchaba.
Debo levantarme, debo seguir andando, debo llegar hasta un lugar que reconozca. Y sigo andando, por la arena y el cielo blanco. Y lo escucho y lo siento, es como trueno a la lejanía, como un redoble de un tambor, un eco seco de un golpe distante, como si golpeara el cielo mismo. La arena retumba y el blanco también, como si movieran el mundo entero. ¿De dónde viene? Corro, como no había corrido desde que perseguía las cometas de mis hermanas, presuroso y desesperado; pero la arena no es para correr. Tropiezo y caigo…caigo y ruedo y me duele, dolor…y tanto que me había esforzado por evitarlo.
El ruido se detiene y yo aquí, tumbado sobre la arena, tumbado por culpa de una maldita caída sobre la arena. Y de nuevo…recuerdo.
¿Solo eso? -dijo mi madre, lo pregunto como algo vago. –
Si- respondieron los extraños sujetos,- ¿en verdad no hay problema?. –
Mis padres no respondieron; pero escuche a mi padre sentarse en el viejo sillón y mover sus botellas.
¿Buscan algo en especifico?- Pregunto mi padre. –
Los sujetos le dieron evasivas, no respondieron. Anotaron nuestra dirección y nuestros nombres y se fueron.
Tal vez esos sujetos tuvieron algo que ver, porque desde entonces mi madre parecía más tranquila, se daba más tiempo para arreglarnos, nos peinaba, nos hablaba, nos prestaba atención y en sus ojos había un brillo extraño, había una sonrisa; el cansancio no la tumbaba, dejaba las cosas y se reía. Mi padre se alejo, trabajaba menos, tomaba más, nos daba menos comida; pero ya no se enfurecía cuando le decíamos que teníamos hambre, él también se reía.
Debo ponerme de pie, debo seguir andando, debo llegar al final de este desierto absurdo, debo encontrar ese ruido, debo regresar a casa y disculparme por gritarle a mis padres, por maldecir frente a ellos mi hogar, por desear frente a ellos no haber nacido allí. Si…se los grite, ¿Pero qué esperaban? Yo tenía hambre y ellos solo se reían, “no te preocupes, pronto cambiara” decían y volvían a reírse; esa no era la forma de abordar las cosas. Pero igual debo seguir, tal vez los sujetos de blanco ya regresaron, tal vez mi casa no fue destruida, tal vez…
Y llegue al final, choque contra el cielo blanco y traslucido, no puedo avanzar más. Lo veo, el sol que aparece, parece el sol; redondo y naranja, pero no brilla, es grande y parece solido y se acerca, más y más cerca y me va a aplastar, se acerca y…choca. El ruido, el golpe contra el transparente cielo, esa bola gigante y naranja golpea mi cielo, que miedo, pero no deja de golpear, la arena tiembla y, ante mí, el cielo se abre. Como una caja que se destapa, entra la luz…y llueve, llueve desde el cielo la tierra, cae la arena naranja y sabrosa, sobre mi…y entonces lo veo y comprendo. Una sonrisa enorme justo detrás del redondo sol, que si lo veo mejor parece un dedo gigante…unos ojos redondos que me miran y la boca que me dice algo, no entiendo que es; pero parece algo bueno, porque la voz suena dulce, me habla en el tono en el que se le habla a un bebé, a una mascota, a un pobre hombre sin suerte y con mucha hambre.
Lo último que recuerdo es estar recostado sobre mi cama y luego mi madre me despertó, me sonrió y me dijo: “nos pidieron al que nos causara más problemas, ya sabes, para que sus hijos se puedan entretener más”… su cálida sonrisa y de repente mi boca y mi nariz estaban húmedas, todo me daba vueltas, todo se despedazaba y huía de mi… Aquella extraña sensación de debilidad se apodero de mi, sentí como si todo se cayera a pedazos, si tan solo cerraba los ojos…al momento de abrirlos ya no habría nada, lo intente, durante un largo tiempo sostuve la mirada.
Pero fui débil y no pude sostener fija la mirada, cerré los ojos en un parpadeo y me perdí el final. Ya no había destrucción, ya no había nada, solo esta arena amarilla que me quita el hambre y la sed y este cielo blanco y transparente por el que esos ojos grandes me miran de vez en cuando.
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