El hombre se estiró perezosamente sobre el pasto, cuidando que la cuerda que sostenía no se aflojara, y se adormeció.
La brisa entibiada por el sol primaveral traía un aroma húmedo a flores silvestres, que suavizaba en parte el olor a chiquero del campo vecino.
Moviéndose apenas, vio como dos cardenales se posaron en el alambre que separaba el potrero del callejón. Pensó en su hijo, Luis.
El muchacho no entendía que cazar era su trabajo.
(...)
La mujer volvió a poner uno por uno los pisos de chapa de las jaulas recién lavadas.
Después echó agua, alpiste, y un preparado de papas y huevo duro para los canarios. Rezongaba entre dientes por tener que interrumpir el lavado de la ropa de sus siete hijos, mientras, vigilaba a Luis, que no dejaba de mirarla.
(...)
Hacía muchos años que no hacía otra cosa, y aunque no le gustaba, con eso iban tirando.
El fue albañil, de los buenos, pero se accidentó, y ya no pudo con los tachos y el andamio.
Esther era una muchacha joven y muy guapa, hacía algunas limpiezas, pero ganaba tan poco...¡No alcanza, no da...! Era su queja cotidiana.
El con cincuenta y un años, ya no podía elegir mucho, cualquier fuercita le jorobaba la espalda.
(...)
Después de dejar prontas las pajareras, la mujer se fue atrás de la casa a seguir lavando. Luis se acercó a la jaula de los canarios, y desde sus cinco años de estatura, los miró larga y tiernamente.
Metió un dedo entre los alambres, y los animalitos revolotearon asustados; pero uno de ellos posándose muy cerca del niño, lo miró, girando la cabeza a uno y otro lado, como hacen los pájaros.
Una lágrima gorda y brillante rodó por la mejilla del pequeño.
(...)
Adormecido por el calor del sol, sus sueños se poblaron de pájaros, infinidad de ellos, revoloteando y endulzando la mañana con sus trinos.
Vio a Luis, su hijo, en una gran jaula, que él, su padre, terminaba de revocar, con fratacho de albañil.
Sus otros hijos lo miraban con tristeza, en un rincón su mujer lloraba...
Entonces despertó, sobresaltado, tirando sin querer del piolín que sostenía levantada la puerta de la trampera, por eso no vio al cardenal que metiendo la cabeza, comenzaba a picotear el alpiste...
(...)
La madre interrumpió de pronto su tarea, le pareció oír algo y corrió hacia el frente.
Su hijo mayor gritaba y corría tratando de detener al más pequeño que frenéticamente abría las jaulas.
La del zorzal, la del jilguero, más allá la de las calandrias y el cardenal...todas fueron abiertas por el niño, que no pudo ser detenido y mientras esto hacía, gritaba: ¡Papá me mata, pero váyanse! ¡Vamos, vamos! Agitando sus brazos, como si pretendiera ayudarlos a volar...
(...)
Caminó hacia la trampa, y viendo al animal mudo y roto, pensó en Luis, recordó el sueño...y soltó al llamador.
Retiró luego el pequeño cadáver, juntó sus cosas y emprendió el regreso.
Cuando llegó a la casa, sin siquiera mirar las pajareras, dejó las cacharpas en el galpón y se fue directo a la cocina.
Esther y los muchachos esperaban el ventarrón, Luis lloraba.
El hombre lo llamó, lo sentó a su lado y le dijo: -Está bien m’hijo, usté tiene razón, los pájaros cantan mejor en el monte, vaya, vaya y lárguelos...
Y mirando a su mujer: ¡Decime Esther! ¿No viste mi tijera de podar? ...dicen que en la viña precisan gente.....
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