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Noche de estrellas preciosas. Una luna de plata iluminaba el cielo. El viento, que durante todo el día había pasado su escoba, parecía haberse cansado y dejado de soplar. A lo lejos un hombre y su caballo se dirijan al pueblo.
Boina de vasco, bombacha de gaucho, alpargatas, pañuelo al cuello, gruesos bigotes, camisa blanca y mirada curiosa. Junto a su fiel compañero: un zaino viejo heredado de su padre, llegaba a diario a la vieja cantina, lugar de descanso de algunos viajeros que osaban pasar la noche en aquel solitario pueblo. Indalecio era su nombre, paisano curtido por el frío viento.
Un lejano silbato y una inmensa nube de tierra anunciaron la llegada del tren. Con premura todos se acercaron a mirar a la estación. Indalecio no fue la excepción.
Es que en el inmenso desierto, la llegada de tren corta el monótono pasar de los días.
Aquella noche fue distinta. Los ojos de Indalecio se deslumbraron con la esbelta figura de una bella joven que cargaba una pequeña maleta. Un escalofrío inexplicable le recorrió el cuerpo, un apuesto caballero se acerco a la dama .Indalecio restregó sus ojos. Algo extraño los rodeaba aunque desaparecieron en un santiamén.
La partida del tren despidió a los curiosos, Indalecio tomo su caballo y decidió regresar a la cantina.
De pronto, nuevamente la extraña pareja. Ambos se veían muy enamorados .Algo hizo seguirlos.
Escondido detrás de unas grandes piedras, husmeaba. Todo indicaba una gran fiesta. Nada más sorpresivo en aquel paraje. Se preguntaba cual seria el motivo por el cual nadie había comentado tal evento en el pueblo.
-¡Eh, amigo! ¿Que espera? ¡Anímese! el festejo es para todos ¡.Todos estamos convidados.
La voz lo sorprendió, pero la palmada en el hombro casi lo mata de susto.
Un caballero con bastón lo invitaba a entrar.
_ ¡Ah, si, si! Ya…Pero…
-No se haga problema. El capitán quería que todo el pueblo estuviera, ¡Tantos problemas pasaron ¡…Bueno, pero lo que importa es que se concreta el matrimonio.
Indalecio no lograba comprender. Sin embargo, algo tímido pero decidido acepto.
Sus ojos se deleitaron ante tanta abundancia.
_ ¡Que gran noche ¡
-¡Tanto amor! pensó y siguió brindando una y otra vez tanto, que las luces del amanecer lo sorprendieron dormido junto a su inseparable amigo.
Un furioso viento cubría de arena todos los rincones.
Alrededor arena, y… la nada. A lo lejos, algo blanco lo atrajo. Una lapida algo gastada por el paso del tiempo dejaba apenas leer la inscripción:
_”…Aquí descansan juntos el capitán y Alexia”.
Cien años habían pasado...
Pálido subió a su zaino… El festejo había terminado…

Texto agregado el 24-03-2009, y leído por 122 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
24-03-2009 maravilloso, me atrapaste de principio afin**** JAGOMEZ
24-03-2009 maravilloso, me atrapaste de principio afin**** JAGOMEZ
24-03-2009 Me gustó mucho, bien llevado y mejor resuelto impecable pa mi gusto Jota59
 
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