...Iba nauseabunda por el corredor de mi casa. Y digo nauseabunda porque cada vez que descubría alguna verdad “tapiñada” (jerga guayaquileña que significa escondido), de esas que Santi se esmeraba por quitarles importancia, me agarraba un dolor en la boca del estómago, un ardor, un vacío, una necesidad de comer chocolate y de doblar mi cuerpo arrojando un alarido casi sin aire. Ana Belén, mujer madura, abogada, extraordinariamente guapa y con un “derriere” que por supuesto yo no tenía al parecer era el nuevo retoño de mi hombre. La descubrí en una de mis sesiones de espionaje, pero esta vez, la operación había ido más allá. Llame a Sara, mi mejor amiga y cómplice, nos vestimos de negro, nos engafamos y engorramos. Partimos hasta Samborondón (sector residencial de Guayaquil), la descubrimos en vivo y en directo; ella, SU HIJO DE 2 AÑOS y Santi. ¿Qué hacía Santi con una mujer mayor?, ¿Santi papá de un niño postizo?... Posterior a esto, cada día se repetía la rutina: Despertar, revisar mi correo (y el correo de las 3 cuentas con distintos nombres que había creado para investigar a Santi, Ana Belén, Sayonara y las que les seguirían), almuerzo, Internet otra vez, cena e Internet. Como consecuencia: fuerte dolor de cuello y espalda, ojeras y tres gigantescas y pronunciadas llantas en mi barriga antes plana y presumible. ¿Qué había pasado conmigo? Yo que antes era sensata, bonita y feliz; sólo podía recordar algo de ese extraño sentimiento cuando me enteraba de alguna infelicidad ajena. Y al parecer el universo es sabio y te deja consumirte como con un karma, el mío no era muy irreparable, pero se escuchaba fatal… “Mientras que Ana Belén era una modelo, yo de pronto me había convertido en una vaca”...