La Muerte Visita el callejon
En la noche, sentada en la silla de mimbre, María Lugo, creyó
Oír una moto, entonada y ruidosa corriendo en dirección al callejón. Aquel estruendo le hizo pensar en su propia suerte. Se levantó lentamente y entró en el cuarto. Y con un gesto firme, en el que se dejaba ver, sin embargo, cierto miedo, busco el arma en la gaveta.
Aferrado en una moto gris, por el estrecho callejón diagonal a la avenida principal, avanzaba un sujeto en una frenética y ciega carrera. María Lugo, desde su portal, reconoció la silueta del enemigo. Se acomodo detrás de la puerta, aprontó el arma y fijo la mirada en el corazón insensible del verdugo. Moto y sujeto cruzaron la línea imaginaria del porche. Y María Lugo, que había aguardado desde siempre ese momento, disparó. La moto rodó por el pavimento, y el sujeto, con el pecho agujereado, abrió los brazos, se dobló sobre sí mismo y cayó a la acera mordiendo el polvo acumulado en la cuneta.
La detonación interrumpió nuestras horas de siesta cotidianas, resonó la brisa cubriendo de zozobra nuestros corazones. Salimos a la calle y, se acercaban muchos curiosos, en semicírculo rodeamos a la victima. Mi compadre se desprendió del grupo, se despojó de la chaqueta, e inclinado sobre el cuerpo aún caliente de aquella otra victima, la volteó de cara al cielo. Entonces vimos, alumbrado por los reflejos ámbar de los postes de luz, el rostro sereno y sin vida de nuestra amiga María Lugo.
Pedro Borrero
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