En el viento de Florencia.
Autor: Florencio Diaz Ceberino
El cielo era celeste, con nubes rosas, blancas y grises. Yo seguía subiendo la pequeña escalera con forma de caracol. Estaba encorvado y mi mochila golpeaba la parte de abajo de los escalones que estaban sobre mi. Mientras subía aparecían algunas pequeñas ventanas o grietas en las paredes. “Cuantas cosas habrán pasado aquí, cuantas historias me habré perdido”, pensaba, y seguía, escalón por escalón, mi ascenso.
Todo estaba iluminado por el resplandor del día, que ingresaba a la estructura cilíndrica por la parte superior, ya que no había techo. Estaba frió, había olor a humedad y se oía estallar el oleaje del mar contra las rocas bajo el acantilado. Unos minutos mas tarde llegaba a la cima de, lo que alguna vez, había sido un faro; el faro en el que mi padre había pasado sus últimos días, y que yo no conocía. Una vez arriba apreté mi mano a los restos de una baranda. El viento rompía en mi cara. Se congelaba mi nariz y mis labios. Mi piel se erizaba. Sentí la tranquilidad. Solo se podía ver el cielo, la tierra, y sus hierbas y árboles, luego el precipicio, luego el mar, el mar, y el mar. Hasta el infinito. Se humedecieron mis ojos y alguna lagrima rodó por mi rostro, pero el frió no me permitió sentirla. Me vi solo y pequeño; aunque sereno.
Me quite la mochila de mi espalda. La abrí y busque metiendo la mano, utilizando como ojos el tacto. Tomé la pequeña caja de madera, con esquinas doradas, que hacia una semana partía junto a mi, desde el aeropuerto de mi ciudad. La apreté a mi pecho. Cerré los ojos (ahora si sentí el frió de las lagrimas en mis mejillas), y recordé a mi padre. Veintisiete años sin vernos, y, desde ahora, por toda la eternidad. No era necesario alejarse tanto de nosotros, sus hijos, solo se había divorciado de mi madre, nadie lo perseguía, no era un crimen. Perder el amor no es un crimen, pero la culpa es un fiel escarmiento.
“Yo, ahora. Aquí, solo. En Florencia, en otro mundo. Nuestra ultima imagen retumba en mi cabeza; estábamos bailando, juntos, mi hermano, vos, yo, en año nuevo. Los tres agarrados de las manos. Y ahora te soltamos, te dejamos libre, la caja quedara abierta, por siempre vacía. Y te vas bailando por el viento, con el viento, hacia el mar, hacia el cielo celeste , con nubes rosas, blancas y grises.”
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