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Las venas abiertas, no las de América Latina, las de
la cabeza. Peinado forro hacia atrás, a lo hijo puta.
Con especial repugnancia Ignacio agarró el teléfono
del cajoncillo de objetos, se encendió un cigarro y
salió puerta afuera sediento de un poco de libertad,
de un poco de aire fresco. Levantó la cortina de
enrollar, un mundo nuevo se abría delante de él.
A pasos agigantados, y como todo gigante, Ignacio
se alejó del curro a toda velocidad, nada quería saber
de él hasta el próximo día. El cabello repleto de olores
fétidos y grasosos le reclamaban urgentemente una
ducha desintoxicadora.
–¡Qué más da! –pensó Ignacio– no me importa nada,
mañana será exactamente lo mismo.
Caminó sin rumbo, únicamente con el objeto de
perderse por la ciudad. Extraviado por las calles, fue
allí mismo que se encontró una bicicleta tirada en la
calle; una rodado veinte o veinticuatro, de paseo.
Estaba al costado de un contenedor de la basura, era
una bicicleta vieja, de las de antes. Se notaba que
había pasado mucho tiempo arrumbada en un
trastero. Su estado era deplorable, tenia oxido por
todas partes; le faltaba el mecanismo de los frenos,
el cuadro Estaba un poco torcido y le faltaban
algunos rayos a las ruedas.
Al verla, casi inmediatamente, Ignacio imaginó su
historia… Imaginó la infancia de un niño yendo de
aquí para allá con su vehiculo, un transporte
ecológico impulsado por tracción a sangre. Imaginó al
niño de a poco hacerse grande, imaginó la bicicleta
pudriéndose en un trastero hasta que un día fue
tirada al lado de un contenedor, como si de un trasto
Inservible se tratara: ése fue el motivo que lo impulsó
a juntarla de la calle

Se la llevó para su casa y la depositó en la sala del
fondo junto a un ventanal muy grande por donde en
sus noches de “interior del interior” solía pasarse el
rato observando las lejanías. Noche tras noche
Ignacio dedicó un ratito a hacerle pequeñas
reparaciones: no llegaría a Paris con ella, pero al
menos quería dejarla en condiciones de aunque sea
poder dar una vuelta manzana.
Empezó por las ruedas. Lo primero que hizo fue
emparchar las dos cámaras que estaban pinchadas.
La cámara de la rueda trasera ya había sido
emparchada anteriormente: lucía un parche de goma
viejo y gastado por el paso del tiempo. Las tuercas
del eje de la maza trasera oponían gran resistencia:
estaban llenas de herrumbre. Pensó que tendría que
cortar el eje con una sierra, para sacarlo en limpio y
cambiarlo por uno nuevo, pero no, tras varios
intentos las tuercas cedieron a su voluntad. El aro de
la rueda delantera estaba un poquito torcido, el de la
trasera estaba literalmente hecho un “ocho”. Sé
apañó un poco y los enderezó a como pudo.
Intentó ajustar los rayos para centrar los aros, pero
le fue imposible, los tornillos de los aros no se movían
por la corrosión, Así que los dejó tal como estaban.
A las ruedas le faltaban algunos rayos, pero eso no
importa; una rueda delantera puede andar sin
problemas con poco más de la mitad de sus rayos y
la trasera con sus dos terceras partes también.
El piñón de la rueda casi ni giraba, así como el eje del
manubrio, plato y pedales.
Con paciencia y muchos martillazos logró quitar el
piñón de la masa trasera y junto con
Los ejes de las ruedas, el plato y orquilla, los puso en
un frasco con coca cola para que ablandaran un
poco. Al otro día volvió a montarlo todo. Como no
tenía grasa de bicicleta o motor, utilizo aceite de
oliva, y con mucha paciencia Fue dándole a todo lo
que era engranajes hasta que por fin de a poco
fueron adquiriendo “juego”. Después de poner todas
la piezas en su sitio y dar las ultimas vueltas de
tuerca, la bicicleta había quedado, por decir “pronta
para utilizar”, ¡aunque a las dos calles se destartale
nuevamente!. Mientras tanto ahí la dejó, como objeto
de decoración en la sala del fondo. De hecho hasta le
venia de perlas puesto que el mobiliario de su hogar
es Bastante escaso. ¡Que mejor que una bicicleta
vieja y oxidada para rellenar espacios vacíos en un
hogar!

Llegó el otoño y aquella noche sucedió algo...
Ignacio Llegó a su casa, se sentía molesto. Con una
mezcla de asco y cansancio tiró la mochila al suelo y
fue hacia la cocina. Puso agua a calentar y se
preparó un té de frutos del bosque. Mientras el agua
se calentaba agarró un vaso grande, le puso
bastante hielo y lo llenó con un licor de avellanas que
había en la despensa. Al hervir el agua se preparó la
infusión y fue hacia la sala a tomarlo.
-¿El sofá o una almohada y el suelo? -se preguntó
Ignacio.
Se sentó en el suelo con un almohadón y la cabeza
parcialmente apoyada en el sofá, manoteó un
cenicero que había por ahí, por la vuelta, y le dio
unos sorbos a la humeante Infusión. Pasaron unos
minutos, entonces fue cuando la vista de Ignacio
se condujo hacia ella: la bicicleta. En aquel momento
y a la velocidad de un rayo, le vino a la mente la
pregunta del millón: ¿Por qué no? ¡Por supuesto que
lo haremos, por supuesto que si! La respuesta fue
automática.
Presurosamente apuró los restos de café y cigarrillo,
se levantó del suelo, aligeró la carga de su mochila y
fue hasta la cocina en búsqueda de una botella de
agua que había en la nevera. Regresó hacia la sala
del fondo poseído por una inverosímil excitación. Con
sumo cuidado, como si se tratara de un anciano
convaleciente, agarró la bici con una mano y apuntó
puerta afuera. Era de madrugada.

Ya estaba todo dicho. –¡Es la hora, partamos a la
aventura! –le dijo a “La poderosa”. Ignacio bautizó la
bicicleta con el nombre de “La poderosa” en honor a
la motocicleta con la que Ernesto Guevara llevó a
cabo un viaje de aventura y descubrimiento por todo
América del Sur hace más de cincuenta años. Estaba
un poco extraña la noche, no hacia frío pero tampoco
el clima estaba agradable. Las ruedas de la poderosa
se empezaron a mover, toda ella traqueteaba y
emitía sonidos como diciendo: “Mirá que en cualquier
momento me rompo de nuevo”. Desde lejos, una calle
estrecha vestida de castaños y otoño, se lucía
particularmente atractiva, como diciendo “Es por
acá… es por acá”.

Nunca más se volvió a saber nada de él. Ignacio
jamás regresó. No se sabe que habrá sido de su vida
ni cómo ha seguido su historia. Prefiero creer que
contra vientos, marea, y todo tipo de inclemencias,
finalmente logró llegar a Paris con su bicicleta. Quizás
logró allí encontrar su sitio, su pedacito en el mundo
donde poder echar raíces.

¿Habrá plantado ese Jacarandá que una vez prometió?

Texto agregado el 20-03-2009, y leído por 131 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
20-03-2009 Extraordinario relato, el mundo mágico de la aventura, quien no ha soñado cuando su primera bici, recorrer caminos nuevos o de volar con ella por sobre las nubes Me has remontado a mi niñez, cuando tomaba mis tiempos en desarmarla, lustrarla, soñar con ella, que buen pie para seguir esta historia y saber de Ignacio y sus aventuras en esa vieja bicicleta. Un Gusto leerte, espero una parte (2) macacay
 
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