Cuando confirmé que iría a visitarla me hizo mil recomendaciones. Al vernos, después de más de un día de camino nos abrazamos y empecé a parlotear de todo lo que me había pasado, obviamente hice lo contrario a lo que ella había recomendado. “eres incorregible, pudo haberte pasado una desgracia” pero sonrió y alisando su voz dijo “lo bueno es que ya estas aquí y conmigo estás seguro”
Ella era una mujer que vivía con sus hijos, pero el cónyuge conservaba la costumbre de visitarlos para tomar el desayuno y de vez en cuando salía con ellos, dando la impresión de ser una familia unida. El departamento amplio, cómodo, con una ventana por donde se apreciaba un jardín con buganvillas en flor y entre tanto verdor: una perra blanca, enorme retozando.
Para mi estancia me asignó la recámara de la niña. Un cuarto adornado con una fauna de peluches y colgando de la cabecera un vampiro. Acomodé mi ropa y recosté sobre una cama dura, pero cómoda. ¡Nunca había visto tantos animales reunidos! Pero faltaba alguien más. Después de obsequiarle presentes, salimos a dar un paseo por la ciudad; por la tarde recibimos a su familia. A la media noche y aún sorprendidos por el encuentro me despedí y cuando iba a mi cuarto a descansar observé que la perra se me había adelantado — ella no era una mascota, sino que la consideraban parte de la familia— estaba echada sobre mi cama. Mi amiga se apresuró y severamente la reprendió como si fuese una niña. Adriana, fue al closet y saco un juego de sábanas limpias, pues las anteriores habían sido orinadas por la mascota.
Dormí inquieto. En la noche me levanté al baño y dejé la puerta entreabierta- costumbre que tengo de años. Quedó una rendija por donde se colaba un haz de luz y el ruido de las pisadas de bola de nieve, que así la llamaré. Más de alguna vez pude ver sus ojos encendidos mirando por la rendija y en una ocasión el cuchicheo de Adriana, que la llamaba, para que se fuese a dormir a otra parte.
En los días siguientes, la perra y yo nos fuimos haciendo amigos, pues por debajo de la mesa le daba de comer y ella dejo de mirarme con ojos intensos.
Mi anfitriona tenía una labor absorbente. Salía muy de mañana al trabajo, y yo permanecía en el departamento. Luego llegaba Mari, su sobrina y nos íbamos de pata de perro a recorrer los sitios turísticos, Regresábamos y comíamos, ella, sus dos hijos y por supuesto la perra. Yo reposaba la comida en mi cuarto e instantes después llegaba a preguntarme por las partes que había conocido. Traía una almohada de su dormitorio y platicábamos acostados de miles de cosas. Aprovechaba para acariciarle su pelo y para cuchichearle en su oreja lo bien que me sentía a su lado. La cama de superficie dura me permitía libertad de movimientos. Esa vez me preguntó si me sentía bien, yo le dije que sí, No te sientes mareado, insistió.
Le referí que al parecer la altura de la ciudad no me había afectado. A las tres de la tarde el taxi llegaba por ella y a las seis volvía, mientras, yo veía un programa en la televisión. A las siete de la tarde, llegó un buen amigo y entre la plática y uno que otro whisky se deslizó el tiempo. La visita se despidió y nos quedamos solos. Ella se fue a su recamara, yo a la mía. Sin embargo no tenia sueño y toqué a la suya, me invitó a sentarme en el borde de la cama, pero las sábanas que eran de seda, hacia que me resbalara por lo que acomodé mi anatomía más al centro. Una cama que era tan blanda que parecía tener hoyos y me sumí tanto que pensé que había agua. Aún en esa posición acomodé mi brazo alrededor de su cintura y ella alisó mis cabellos. Empezamos a mimarnos más y las caricias se volvieron atrevidas. En uno de los besos me sofoqué. Fue después de eso, cuando ella tuvo la idea de situarse sobre mí y el colchón entonces abrió sus fauces y sentí desaparecer. Mi respiración se hizo frecuente, mi angustia palpitó al no poder tragar el aire suficiente y ella acariciaba mi rostro, con su pelo derramado por mis mejillas. Tuve que hacer un gran esfuerzo para luchar en contra del colchón y poder sacar mis brazos para apartarla, de la manera más delicada, que por la desesperación, dudo de que fuese así. Me levanté como pude tratando de respirar profundamente. La altura, dijo ella, la montaña dije yo, y para mejorar mi ventilación me senté en la silla y furtivo veía las sabanas de seda. Me dije que ya no mimaría en aquel colchón, así que regresé a mi cuarto a reponerme del ahogo. Dejé la puerta abierta y por la mañana desperté con fuerte olor a perra.
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