Mientras cruzaba por una de las principales calles de la ciudad, vio como se aproximaba un autobús a ochenta kilómetros por hora, y se divisaba como por la ventana aparecía un niño de pelo gris y ojos del más oscuro de los ébanos, como le escupía, como el escupitajo se aproximaba prácticamente en cámara lenta, con toda la paciencia del mundo, y cada vez más cerca hasta chocar con su rostro, en la mejilla derecha. Se limpio de un solo jalón y prosiguió cruzando la calle, ahora con el orgullo destrozado, pero con el rostro inquebrantable. A llegar al otro lado sintió como en muchas otras veces el vacío, vio el edificio de enfrente, subió apresuradamente, al llegar al tejado vio una ciudad que se imponía en su vista, y lo insultaba en su inmensidad, como intentándolo retar, se acercó al pasamanos , y miró hasta el ultimo de los rincones, sintió nauseas.
Al bajar seguía ahí, el vacío, caminó unas cuantas cuadras, y sintió nuevamente el escupitajo en su rostro, pero esta vez no era el niño con pelo gris y ojos del más oscuro de los ébanos, era el cielo que se vengaba por haber insultado a su amante la cuidad. Llovía.