ANACLETO
Anacleto era sólo un nombre para algún personaje que no había nacido para ninguna historia. Permanecía junto con otros en una lista de nombres para personajes de un escritor de poca monta y de muchas ilusiones, ese autor tenía la necia costumbre de utilizar nombres raros, extravagantes o feos para los personajes de sus historias y cuentos.
Así vio Anacleto como se fueron otros nombres de aquella lista a darle vida y color a las historias nacidas en los desbordes de imaginación de ese autor, mientras él seguía padeciendo en la espera. —¡Aquí estoy!— Deseaba gritarle cuando el escritor imaginaba un trama con sus personajes y lo desarrollaba. Ya no le importaba encarnar a cualquier sujeto, podía ser niño, adolescente o adulto. Tal vez travesti, homosexual o transexual, si el autor lo utilizaba como un juego de palabras de Ana-Cleto. La desesperante espera iba revistiendo de impaciencia al nombre. Al principio, cuando fue colocado en la lista, deseaba ser el protagonista principal en un cuento de su escritor, luego pensó en ser personaje secundario, eso no estaría mal, ahora se conformaba tan solo con una pequeña mención en cualquier historia. Ya no le importaba si el personaje fuera héroe o villano, inteligente o idiota, hombre de fe o ateo, moral o inmoral, hombre bueno o malvado como una lezna. Le daba lo mismo ser un príncipe azul o un monstruo; finalmente un monstruo sólo es una exaltación de la naturaleza o de la imaginación y una impresión aterrada de la mirada. Mientras el personaje de príncipe azul también representa la exaltación del ego o la exacerbación del desamparo físico o emocional de una mujer prisionera de una ilusión o necesidad desbordada.
Su existencia —en la penumbra de la literatura— era como viajar en un laberinto. Anacleto buscaba llegar al centro mismo de la imaginación del autor para encontrarse con su propia identidad y retornar en el hilo de la trama, como el de Ariadna, con la más grande victoria: “Saber quién era”.
Cuando el escritor se disponía a escribir una historia, el nombre se emocionaba, pensaba con ilusión ser por fin tomado en cuenta. Ambicionaba salir del anonimato encarnando un personaje y vivir su propia historia, enfrentar sus retos, disfrutar los triunfos y padecer los fracasos. Protagonista o no, él quería embarrarse en el estiércol de la mentira para luego purificarse en la luz de su verdad. Imaginaba ¿Por qué no?, alcanzar la fama de su tocayo Anacleto Morones, el de Juan Rulfo. Luego, quedaba sumido en la más grande tristeza cuando el escritor ignorándolo no lo tomaba en cuenta para su nueva historia.
Aquella madrugada, el escritor desvelado y emocionado por un nuevo cuento contado al oído por su musa, abrió la lista donde guardaba los nombres para los personajes de sus historias y la leyó una y otra vez, por fin escogió el nombre de Anacleto y éste se llenó de una dicha inmensa, ¡Sería personaje de un cuento!
Cuando el escritor inició su relato y escribió: “En un hermoso poblado a orillas del mar, se desarrolló la historia de amor y muerte de Ana y Cleto…” En ese momento terminó la inexistencia literaria del nombre Anacleto y renació de la imaginación inspirada del escritor, no sólo en uno, sino en dos personajes, quienes vivirían su propia historia de amor. ¡Eso era mucho más de lo esperado por el nombre olvidado, pues salió victorioso de su propio laberinto!
Jesús Octavio Contreras Severiano.
Sagitarion.
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