Este escrito pertenece al libro Cuentos al margen, editado en la Argentina durante el mes de enero de dos mil seis. Surgió porque otro cuentero de la página, ya fallecido, tenía una biografía muy similar a la mía y había nacido el mismo día que yo. Por supuesto que la historia es una invención, ya que fue un gran amigo al que todavía se extraña. Gracias por leer.
La primera coincidencia creo haberla descubierto yo. En su biografía de una popular página literaria de la web, su fecha de nacimiento coincidía con la mía; el veinticinco de julio de mil novecientos setenta y tres marcó nuestra llegada a este mundo. Prácticamente había realizado los mismos oficios que yo para sobrevivir, era músico aficionado, y no podía dejar de escribir durante un minuto de su vida. Las concomitancias eran abrumadoras y no dejaba de intrigarme un sujeto tan parecido a mí, en aspectos y cuestiones fundamentales de la vida.
Me comuniqué con él por el libro de visitas, un sencillo correo que ofrecía el sitio, y comenzamos una agradable amistad virtual, que se mantendría durante unos cuantos meses.
El vivía en Villa Lugano I, con pocas comodidades de acuerdo a lo que me contaba, y yo en un confortable apartamento del barrio de Belgrano. La diferencia social, que a simple vista parecía favorecerme, no fue obstáculo para que nuestro afecto creciese sin inconvenientes.
Claro que como en toda relación de amistad, y que se precie de tal, siempre surgen las complicaciones, y en esta no hubo excepción. Las demostraciones de afecto se entretejían incuestionables a favor del cariño que nos profesábamos, pero a pesar de tanta afinidad cierta preocupación comenzó a corroer mi sensibilidad.
Vale aclarar que mi intención no es contar una historia que quizás es la misma que ya ha sido contada mil veces, con sus distintas variantes y con cada una de sus perversiones, en monumentales obras literarias anteriores a esta irrespetuosidad, sino que sólo pretendo relatarles un hecho, si se quiere común, del que no pude librarme hasta el día de hoy. Algo que me cuesta dilucidar por su estúpida configuración y que escapa a mi tumultuoso poder de entendimiento.
Prosigo:
Lo invité en varias oportunidades a sentarnos en un bar para hablar cara a cara de nuestros puntos en común y sobre nuestras perspectivas, pero nunca aceptó, siempre tuvo una excusa a mano para evitar el encuentro. Le dije que podíamos salir con nuestras respectivas novias y me aseguró que sería imposible, por los horarios con los que ellos se manejaban. No pude enterarme tampoco de que trabajaba actualmente, y esos pequeños misterios me fueron alejando, paulatinamente, de Raúl.
Luego de unos meses comenzaron los problemas serios; me inscribí en un concurso de ficciones y rechazaron mi escrito por ser un plagio de otro texto, que el jurado había recibido anteriormente, y que terminó siendo el ganador.
Sí, no se equivocan, lo había enviado Raúl.
Llamé a un service para detectar en mi PC algún tipo de virus espía, que hubiese instalado un programa para copiar y enviar archivos a su máquina y piratear mi escrito, pero no hubo caso, el técnico me aseguró que eso, por el momento y desde mi ordenador, hubiese resultado imposible de lograr.
Cuando el rencor comenzaba a darme cierto respiro, sucedió lo de Paula, algo que puso en juego mi poder de discernimiento.
Paula era mi novia, una hermosa rubia que vivía en el gran Buenos Aires, en la localidad de Villa Bosch y con la que habíamos dispuesto casarnos una vez que terminase sus estudios universitarios. Para solventar su carrera trabajaba por las noches en el bingo de Liniers, de doce a seis de la mañana, algo con lo que yo no estaba, para nada, de acuerdo.
En cierta oportunidad y estando conmigo en mi depto, la llamó un supuesto compañero de la universidad para hacerle un comentario sobre un próximo parcial. Digo supuesto por
que el nerviosismo con el que atendió el llamado me indicó que algo andaba mal. Fue al baño a darse una ducha y no pude resistirme a la tentación, tomé su celular.
Lo que vi al buscar el número de la llamada entrante me paralizó por completo. A causa de un mareo repentino tuve que sentarme en el sofá y apoyar mi cabeza en el respaldo, buscando atenuar el malestar ¿Qué explicación lógica podía encontrarle a semejante descubrimiento? Era el número de teléfono de Raúl.
Lo llamé inmediatamente y la voz de la operadora devolvió mí corazón a su lugar “El número solicitado no corresponde a un abonado en servicio”, lo intenté en varias oportunidades y el resultado fue el mismo.
Comencé a enviarle e-mails que aparecían en mi máquina como si me los hubiese enviado a mí propio correo; este hijo de puta si que sabía de informática, que mierda le había hecho a mi PC para que funcionase de esa manera (pensé).
Increpé a Paula por el llamado y le exigí que me contase que asunto tenía ella con ese reverendo desgraciado. Llorando me aseguró que no conocía a ningún Raúl y que jamás me había engañado; se vistió y se fue a su casa gritando que la había defraudado al desconfiar, tan estúpidamente, de ella.
Arrellanado en el sillón no puedo dejar de observar el monitor y el Outlook me da la respuesta que busco desde hace meses, acaba de ingresar un escueto mensaje de Raúl:
“Los hombres tenemos un destino que cumplir hasta agotar nuestra historia, te espero en la costanera frente a la entrada del aeroparque, en una hora”
Hace frío esta mañana de otoño, la vereda que da al río se encuentra prácticamente desierta, alguna rata pasea tranquilamente por el lugar y el denso sonido del transito me obliga a gritarle al hombre que está apoyado en el barandal de cemento.
-¿Vos sos Raúl?
No contesta a mi pregunta, pero me permite ver su rostro justo antes de saltar hacia el río, es igual a mí y me arrojo tras él para salvarme...
© Juan Romero
La trampa para escuchar...
http://www.youtube.com/watch?v=nFNMWF96ANY&feature=mfu_in_order&list=UL
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