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El elefante de Curro


Curro es un pueblo pequeño, ubicado en los confines de Chile; tan pequeño que tiene una sola calle. Rodeado de abedules y cerezos de flor. La plaza está ubicada en el centro del pueblo; compuesta de una pileta sin agua y sin peces. Unos rosales sedientos decoran y acompañan los bancos verdes al rededor de la pileta. En Curro viven viejos, muchos viejos, algunos niños, perros y gatos. Por cosas de la vida, el pueblo no es visitado, nunca ni en verano ni en invierno. En las tardes asoleadas el bar de la esquina, el único bar, pone unas mesitas y sillas sobre la cera. Los viejos se instalan cada tarde, juegan cartas, fuman, toman, pero no hablan. Todo es silencio. Uno que otro niño juega a la pelota en la calle, la única calle. No pasan autos y cuando sucede son camionetas viejas con provisiones, animales o nada, simplemente.
Curro es un pueblo pequeño, donde vive poca gente. Al fondo de la única calle hay un parque donde reside el circo Malandrín. Nadie podría creer que existe un circo en el pueblo diminuto. Los niños, después de la escuela, van al parque para ver los animales del circo. Animales muy extraños, porque no parecen de circo. Hay algunos monos, un elefante, un león, un caballo y una llama. Todos, sin excepción viven hambrientos y sedientos. Parecen huesos disfrazados, ya que están tan flacos que han perdido la forma y el color. El circo sale del pueblo dos veces al año, una en primavera y otra en otoño. Durante el verano vegeta y en el invierno duerme. Las personas que trabajan en él son bohemios cansados y deprimidos. Trabajan para sobrevivir, pero la vocación por el circo se quedó atrás, quizás en qué lugar. El payaso ya no hace reir, hace llorar, la trapecista se cae del alambre y el domador de leones se sienta cada vez que su león sale a escena, porque simplemente el animal no hace nada. Los monos sólo gritan de hambre y las jaulas se desarman solas. El elefante cansado, hambriento y sin


fuerzas pasa los días mirando al otro lado del parque, busca un horizonte que no existe, sueña con una vida que no existe y se lamenta sacando lágrimas que se resbalan por su piel gastada y seca.
Una noche de luna llena el elefante se comió las tablas de su reja. Tenía tanta hambre que su trompa cogió la reja, las patas la trituraron y con ayuda de su trompa se comió pedacito a pedacito. Una vez digerido el festín artificial, miró hacia la calle, la única calle y empezó a caminar sin mirar hacia atrás. ¿A donde iba? Ni él lo sabía. Todos dormían, incluso los animales hambrientos. El elefante salió del parque, tomó la calle y avanzó, avanzó y avanzó. Cuando llegó al otro lado del pueblo vio un grifo de agua. Estaba sediento. Su trompa arrancó el grifo con tanta fuerza que la explosión de agua hizo vibrar el pavimento. Eran metros y metros de agua, los techos de las casas empezaron a mojarse, las luces empezaron a prenderse. El elefante estaba contento, se revolcaba en el suelo y con su trompa se lavaba su rostro, su cuello y todas las partes que alcanzaba. Su piel estaba tan seca, que al agua se absorvía en unos segundos. Ya hidratado, se levantó del suelo y la trompa jugaba a lanzar chorros de agua a los árboles, a las casas y a los automóviles. Hacía tanto escándalo que la gente salió de sus hogares impresionados. Mojados y trasnochados miraban el elefante del circo haciendo piruetas en medio de la calle, la única calle. Nada es eterno, dicen. Unos minutos después llegaron los policias del pueblo, eran sólo dos. Estaban acompañados con los bomberos, eran sólo tres y una camioneta con dos hombres. Entre todos rodearon al elefante, prepararon unas cuerdas y un ruido tremendo surgió del suelo. El elefante había sido derrotado y cayó de golpe en el pavimento haciendo vibrar todo el pueblo. El pobre animal movía su trompa de un lado para otro tratando de defenderse, pero uno de los hombres le injectó un calmante y en pocos segundos un silencio absoluto invadió el


lugar. El elefante dormía en medio de la calle, la única calle. Los pueblerinos metieron varias horas en transportar el pobre animal. Lo encerraron en un establo abandonado y se fueron.
Amaneció. El elefante se despertó sin darse cuenta que estaba echado sobre la tierra del establo. Sucio, maloliente y hambriento no fue capáz de levantarse. Quedó recostado con la boca medio abierta. Un hombre entró y le dio de beber y comer. Apenas pudo saborear el alimento; no tená gusto a nada. Más bien el animal ya no sentía nada. Cuando pudo pararse, asomó su rostro por una ventana con vidrios rotos. Sólo pudo ver un par de árboles y vacas dando vueltas. Su tristeza lo consumía poco a poco. Su sueño de salir del pueblo se esfumó y el cansancio de su cuerpo ganó la batalla. Nada más podía hacer, sólo entregarse al destino, triste como siempre, pensando en el pasado, el circo y su vida miserable. Pensó que la muerte era su única salvación. Se recostó sobre el suelo, su trompo cubrió sus ojos e inmóvil produjo un ruido tan fuerte que el pueblo tembló. Los habitantes llegaron hasta el establo y abrieron el portón, el elefante está acostado, la trompa sobre sus ojos y la boca medio abierta.
Curro volvió a su rutina, los viejos jugando cartas y los niños jugando a la pelota en la calle, la única calle.

Texto agregado el 18-03-2009, y leído por 311 visitantes. (0 votos)


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