la siesta hace esfuerzos para escapar del calor, la sequedad oprime, si algo de brisa corre, levanta polvo y hojas sucias con tierra muerta
desolador el páramo, escasa la sombra del árbol seco, no muy lejos, en una tensa línea algo como vapor enturbia, vibra verticalmente… es calor que sube del asfalto, de la ruta que parece arder, rara vez pasa alguien
dos niñas apoyadas en el tronco muerto del árbol sueltan palabras de tanto en tanto, miran a la distancia entre palabra y palabra, frases lentas, lentas las respuestas también
ahí el tiempo casi no pasa, siquiera a diez años llegan y ya ven el destino como un siempre igual –calor, más calor, más calor – y eso que ellas no saben nombrar pero la viven a pura fuerza de la misma vida, miseria, pobreza y miseria
sin quitar la vista de allá a lo lejos una pregunta: - ¿sos de acá? –
-sí –
-no te había visto – la pausa se presenta ineludiblemente hasta prolongarse y perderse en un suspiro
-tampoco yo – le responde y el silencio se sienta entre una y otra, el calor aprieta un poco más
-¿donde estás? -
-acá, no ves
-ah, bueno – le dice mirándola con cierto asombro; la siesta sigue siendo prisionera del sol, éste la abofetea clemencia; luego de la pausa agobiante vuelve a preguntar: -¿tu papá te pega? – y un silencio duro se entremezcla
-no – seco y escueto el no
-a mi si - y con urgencia muestra unas marcas en la cara y sigue diciendo: -mira, mira – y agrega: -ésta fue contra la pared,-señalándose la cicatriz que tiene en la ceja, -y esta contra la mesa –levantando la pera donde la luce
-¿te portas mal?
-no –contesta apurada, -es que a veces viene borracho y nos pega; por ahí mi mamá también lo hace –y acto seguido deja al desnudo la espalda donde largas marcas están profundamente impresas
-¡uy! ¡eso debe doler! -
-si, pero ahora ya no siento nada –
-¿siempre te pegan? –pregunta con marcada curiosidad
-no, por ahí, no siempre –
-¿y por qué te quedas? ¡andate! – le dice con cierta rabia o principio de furia
-no se… qué se yo… ¿a dónde me voy a ir?... …los quiero – dice entrecortadamente y tomando aire, aire del más caliente, pregunta con cierto tino de desconfianza: -¿y… seguro que no te pegan?
-no –
-¿no qué…? –
-¿qué no me pegan! –replica algo fastidiada; llevando nuevamente la mirada a lo muy lejos, más allá de lo que uno cree
-¿ni tu mamá?-insiste como queriendo por fin descubrir una verdad, no puede ser que a un niño no se le pegue, pareciera pensar en la insistencia
-no – y el silencio caluroso lo invade todo, tan duro que parece un golpe de piedra
-¡qué buenos son! – lo dice con un hermoso brillo en los ojos
-no, no son buenos – lo dice balbuceando, en una voz apenas perceptible
-¿cómo que no?… ¡si no te pegan! – fastidiada le responde, casi reprochándoselo, justo en el momento en que un remolino les blanquea la cara con el polvo caliente de la tierra
-no tengo – y una lágrima corta lentamente dibujando sobre el polvo de la mejilla su contorno bien redondo hasta caer casi evaporada, quizás llena de envidia
-ah – y rompiendo su sin palabras le pasa su brazo por encima de los hombros y quedan mirando sin ver, el páramo, el calor, la polvareda, la sequedad, y ese destino que aún no alcanzan a imaginar, con un tremendo silencio inquebrantable
todo sigue igual, pero más punzante, en esa siesta junto al árbol
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