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2ª PARTE . Pepe el de ciñera

IV. 1. El Bar de Luisa

El Bar de Luisa, en lo que se transformó, desde la llegada de las minas, el negocio familiar de almacén-tienda “los Raposo” donde se podía comprar un poco de todo, desde vino, aceite, sal, pimentón; estuchados de café, achicoria, azúcar, chocolate y arroz; licores de anís, coñac, quina Sansón; raticida, sulfato, guadañas, martillos y pequeños cazos para hervir, platos, coladores y un surtido básico de prendas y calzado para cualquier necesidad por una visita inesperada o un traslado urgente (ropa interior, jerséis, zapatillas, madreñas, botas) abría sus puertas a las 6h de la mañana y en menos de una hora, atendía y despachaba a cerca de 100 mineros: más de la mitad, a por la bota que habían dejado para llenar la tarde anterior, el resto, a por la bota y la comida y todos, para el primer café y un chispazo de aguardiente o coñac, como estimulante y antídoto general para relajar el miedo y los efectos nocivos de la mina y que duraba, por lo menos, hasta el descanso del primer bocadillo sobre las 10h de la mañana.

A pesar del número de trabajadores y la diversidad y grupos de trabajo que participan, la mayoría de las tareas se realizan manualmente, de forma individual y en silencio: además del esfuerzo y desgaste físico, había que estar en alerta permanente frente a derrumbes y desprendimientos que solían detectar por los ruidos o señales de las mapostas de madera antes de romperse que, a menudo, emiten como crujidos o lamentos antes de de retorcerse, resentidas por la presión del terreno que no lograban soportar. Si la señal se detectaba a tiempo, permitía avisar a todos los trabajadores próximos a la zona de peligro y se evitaba el accidente o, si nadie detectaba el peligro, lo normal era alguna familia de luto y tres o cuatro días sin trabajo ni jornal. El miedo a esta evidencia, que se repetía varias veces al año y siempre en los sitios (tajos) y con los compañeros (de la propia empresa o de cualquier otra de la zona) que menos se pensaba que les pudiera ocurrir, actuaba como una losa emocional interior que, inconscientemente, exteriorizaban en su aspecto tímido y resignado antes de acudir al trabajo, como quién acepta una sentencia injusta que, aunque no se esté de acuerdo, no queda más remedio que aceptar.

La simpatía y encanto personal de Luisa, pasaba desapercibido para los clientes de la mañana, donde todos aguardaban el turno o el momento apropiado para ser atendidos. Ella se ocupaba de servir y cobrar los cafés y los licores y cada cual, retiraba su bota y su fardela con la merienda, ya preparados la noche anterior y de acuerdo al encargo establecido para cobrar a final de mes. Nadie tomaba lo de otro y los equívocos o despistes se solucionaban sobre la marcha y sin problemas y casi todos, pagaban al tiempo de ser servidos, lo que también ayudaba al aprovechamiento óptimo del tiempo.

Aunque el negocio permanecía abierto durante todo el día, la actividad se centraba en los mineros, que no volvían hasta pasadas las 4 de la tarde, con la botas y la fardelas vacías para el encargo del día siguiente y para beber, charlar y jugar a las cartas hasta las 12h, que cerraban habitualmente. Trabajaba toda la familia en el negocio y todos se ocupaban un poco de todo y de ayudar, en cualquier momento, donde hiciera falta: Telvina y Manuel, los padres, se ocupaban del control, los tratos, encargos y de cocinar y los hijos, de atender el negocio de cara al público, especialmente Luisa, que no tenía otra actividad ni nunca se ocupaba del ganado, ni de faenas de la casa. Manuel, el hijo mayor, trabajaba en la mina y por las tardes atendía a los animales y si hacía falta, también ayudaba en el bar, igual que Maribel, que hacía lo de la casa y acudía a clases de corte y confección, que la ocupaban hasta las 6 de la tarde.

Según se iban juntando, formaban un tropel bullicioso de hombres sedientos y con ganas de hablar y divertirse, muy diferente al de la mañana. El Bar de Luisa, se convertía en el centro social, el casino local y el auditorio donde se pronunciaban discursos, se ensayaban canciones, se compraban y vendían casas y animales, se intercambiaban ideas, se proyectaban negocios y se urdían uniones y separaciones y se buscaba alojamiento a los recién llegados: cada día había nuevas caras de trabajadores, llegados de fuera y sin acomodo para dormir, que acudían a comer y en busca de pensión o un sitio para vivir. Se improvisaron viviendas, habitaciones y cada cual rentabilizaba su propiedad de la mejor manera: se alquilaban camas, cuartuchos, cuadras para transformar en cocina y una o dos habitaciones y las amas de casa ofrecían servicios de comida y lavado y arreglo de ropas: había para todos y el centro de información general: el Bar de Luisa.

Luisa, era el centro de atención de la mayoría y aunque trabajaba con la máxima eficacia, ademán respetuoso y sin concesiones ni distingos para ninguno, sin desmerecer la gracia y buen hacer en su trabajo, todos esperaban alguna concesión particular a través de la sonrisa, la mirada o algún roce involuntario del vaso, el plato, el codo o cualquier elemento cercano a su cuerpo. La mayoría iba por libre pero, también empezaban a formarse algunos grupos, en el que sobresalía el más arrogante, bravucón y ruidoso y que, animado por los que reían o seguían sus gracias, se insinuaba más abiertamente y ahí nacieron los primeros encontronazos entre lugareños, que consideraban al bar y lo que contenía, incluida Luisa, como parte de su propio territorio y propiedad y los recién llegados, que aspiraban a compartir algo de todo aquello. En general, había buen ambiente pero, no faltaban pequeñas peleas y discusiones a causa de las mozas y los trabajos, donde Pepe ocupaba la zona más delicada por su tendencia aperturista a todo el mundo: estaba con los suyos, los del pueblo, pero defendía que cada cual tenía derecho a las mismas oportunidades y que, el más preparado o mejor dotado, pudiera ser el afortunado ganador. En el fondo, le divertían las peleas por ganarse los favores de Luisa, a la que no imaginaba en otras manos, que no fueran la suyas: era cuestión de tiempo y se sabía con las mejores posibilidades.

Texto agregado el 17-03-2009, y leído por 489 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
17-03-2009 Me gusta la forma detallada y cuidadosa con que describes la vida en ese almacén para mineros. Un gusto leerte. neige
 
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