(Cuento)
Autor. Virgileo LEETRIGAL
El pueblo se había convertido en un puerto pluvial de embarque de madera. A su vez, crecía la incomodidad colectiva por la presencia de tres empresas ilegales, que se instalaron a orillas del río. Las mismas, desde casi cinco años atrás, arrasan con bosques enteros de caoba, cedro y otras especies maderables. Los troncos triturados con cadenas dentadas de sierras motorizadas llegaban flotando por el mismo río, para desde allí, ser trasladados en barcazas hacia el puerto mayor.
Las elecciones se convocaron y llegó el día de elegir un nuevo Alcalde. Dos eran los candidatos con mayor opción: Venancio Roque, que hizo fuerte campaña con financiamiento de las madereras; y Joél Santolaya, el de campaña franciscana, que representaba a los descontentos. La decisión mayoritaria de los ciudadanos erigió como Alcalde a Joél. Rompiendo protocolos, él juró junto al río, comprometiéndose a trabajar sin desmayo para satisfacer las necesidades y expectativas de la población; y también para hacer cumplir las leyes que exigen la protección del medio ambiente. Armado de su carácter, amor a la naturaleza selvàtica, y al amparo de la ley, cumplió su deber. Paró la tala indiscriminada de los bosques; y como es es obvio, se ganó algunos enemigos.
Los dueños de las madereras ilegales acordaron hacer una «bolsa” o soborno para que dàrsela y pedirle que se hiciera de la vista gorda; asì pretendìan que la depredación continuara. Lo tentaron con un buen fajo de billetes verdes. «!El verde de la selva me gusta más!», les respondió un Joél insobornable e indeclinable.
Dos meses después Joèl apareciò muerto. Los depredadores de bosques y mercaderes mafiosos lo habàin sentenciado a muerte. Un sicario se encargó de hacer bien el «trabajo» sucio.
Joél no era ecólogo, era ecologista, aunque él no lo sabía. Murió por cuidar el planeta; por la naturaleza y su salud, por la salud de todos los que la habitamos.
Los hombres aún no le hacen justicia, y es probable que nunca se la hagan. La madre selva cobija sus restos con regocijo y ha determinado que un árbol crezca sobre su tumba. Y justamente, èste es el único homenaje que Joél pidió en vida, para que se le hiciera después de muerto.
Sabia naturaleza.
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