"Buenos días, usted escucha Radio Compañía: la novedad del día a día..."
Salió de su casa sin poder abrir los ojos a causa del sol intenso (y tal vez también un poco por la trasnochada) que calentaba una sección del brazo que ahora apoyaba en el pasamanos del micro. Con el pelo chorreando y mojándole la camisa blanca, corrió al metro para alcanzar el tren cuya sirena ya le apuraba de manera terminal.
Corrió por la calle a la salida del metro, midiendo con exactitud el tiempo que había pasado desde que dejó el edificio anoche. Una vez adentro cruzó el patio y subió por las escaleras mirando por los muros de vidrio como los estudiantes deshacían el mundo a tragos de café. Tuvo nostalgia.
"Ahora", dijo, mientras se calzaba el delantal blanco con manchas de verde de malaquita que el detergente no había podido quitar (y que tal vez le marcaban como una espora, en una vacía dormancia, en una existencia que se había caído de la vida), "no tengo nada".
Y echó a la basura el gel de afinidad.
Tomó la muestra y, tras taparla con parafilm, golpeó la puerta de su ayudante:
- Prepárame un gel de afinidad y corre esta muestra, por favor
- ¿Y la de ayer? -pregunta Tomás
Los vidrios vibran con el portazo, al tiempo que los dientes de Marcelo rasgan el labio inferior como si fuera ajeno.
Luego, el silencio de los tubos y las placas, el vacío de los cultivos mudos y sin sombra.
Ésas miles de vidas abandonadas a absorver de un medio y recrear el universo en un cambio conformacional, en una fosforilación a nivel de membrana. Esa existencia suya, esa soledad suya, ese vacío, ese miedo.
Se dejó caer en el sillón y se desabotonó el delantal:
"Buenos días", murmuró, "usted escucha Radio Compañía: la novedad del día a día"
Después bajó por un café. No tenía nada.
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