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Bob Marley: Mientras haya hombres de primera y segunda categoría, seguiré gritando guerra.
Las manos sobrevivían una tras otras bajo las manos del pintor enfurecido en la ardua quimera. Le preguntaban por qué pintaba esas manos, pero él no pintaba para responder preguntas, solamente para pintar manos.
La neblina oscura no deja ver ni mis narices. En barca somos quince, ya muchos los caídos. El miedo, la angustia, la duda gira en los ojos de todos. Caracruz no sale corriendo a la isla porque sabe que en el mar se hundiría. Su amor a la acción le hierve la sangre que fluye rápida por sus armas en mano. En cambio yo, invariable y perpetuo como siempre. Ya nos han avisado que a pocos kilómetros de la costa nos estarán esperando, y que estemos preparados. El Beto con cara de interrogación comanda la barca La libertad en el mar. Quedan sólo unas cuantas horas de viaje y tal vez también de vida. Mi cerebro espumoso busca respuestas e inhibir ansiedades para más tarde. Llevamos los suficientes cargamentos y corazones para sobrevivir a mil guerras, sin embargo pregunto, ¿será suficiente para ésta? La diferencia es que esas mil guerras no están y nunca habrán estado. La nuestra es a un par de kilómetros y golpeará muy fuerte. Conoceremos al fin, el valor de nuestras fantasías.
Le exigieron que a través de un proceso lógico explique su proceder tan inaudito, pero él no entendía de razones, entendía únicamente las manos sobre el lienzo.
A la salida de la Iglesia voy calle abajo al encuentro de algún porvenir. Conexiones inconexas se reúnen en mi retina mental. En la vidriera me saluda una tortuga. Está bien, sé que en realidad no me ha saludado, pero quién decide qué es real; si yo quiero pensar que me ha saludado es poco posible que la tortuga se oponga. Entra al local, saca dinero del bolsillo y paga. Rafael será el color de mi lengua cuando te nombre, como el pintor de “la Triada rodeada de seis santos”.
Continúo en mi camino indefectible al departamento, a lo que me intercepta un perro. Parecía ser un siberiano. Sin embargo este tenía los ojos más bien oscuros. Siempre tuve cierta repulsión hacia esos animales tan idiotas. Ese estúpido animal venía de correr el neumático de algún automóvil y llega hasta a mí reclamando comida, seguramente. Lo pateo y sigo camino.
La gente ya irritada comenzó torpemente a acusarlo de maníaco, de deshonesto, de irreverente. Buscaban incansablemente que el pobre inepto intentase defenderse. Pero Ernesto estaba muy ocupado en su pintar para estarse preocupando por extrañas defensas, ofensas, moralidades, corduras y respetos.
Era un pájaro carpintero revoloteando casi sin juicio, buscando aquel árbol de bellotas en donde apoyarse por lo que le queda de eterno. La brisa cantaba entre sus alas abiertas, respirando su libertad amplia y a la expectativa. Las colectividades dormían a esta hora. La presión atmosférica disminuía, indirectamente proporcional a la altura alcanzada. La cuestión es morir libre como el viento. El árbol de bellotas más alto la esperaba, junto a la felicidad perpetua. Hasta que despertó.
-Apurate para cambiarlo al Adrián que tiene que ir a clase.
-Un rato más, dejame un rato más.
-Siempre la misma, dale que llego tarde; yo me encargo del desayuno.
Tamboleando procedía a caminar en dirección a la habitación de mi niño de oro. Ahí en la cima de su ternura me mira como saboreando la partida al colegio. A pesar de su corta edad ya lo pasaron dos cursos y en diciembre rinde una prueba para saltearse otro año, siempre salteando. Es una máquina. Tal vez eso le esté comiendo la infancia. Igual el Alberto siempre viene con sus tostadas bajo la mermelada para el príncipe peinado y lustrado. Le hago subir al auto, los despido muy cariñosamente. Hoy tengo el día libre, creo que me voy a tomar el colectivo.
La gente no entendió tal rechazo, y con los ojos en llamas se alejaron hacia la taberna, dejándo solo al Ernesto junto a las sombras de sombreros ingleses en retirada, mientras seguía pintando, pintando y pintando.
Los zapatos se detuvieron en la puerta del edificio. Paso a recoger la llave de mi bolsillo pero no encuentro más que agujeros de tela y la soledad del otro lado de la puerta. Una media sonrisa se cuela por mis labios. Miró fielmente a Rafael con sus ojos de mar y casi riendo dio vuelta en redondo. Entonces ese pseudo-siberiano meneaba su cola como pidiendo recompensa. Que estúpido animal.
Ingresamos a la orilla, todo era neblina y silencio de metrallas. Esmaltado en terror y frío bailaban los dientes en las bocas, que en corrida de emboscada, gritaban libertad; a lo que le correspondieron sorprendentes estallidos de cañones estériles apuntando por reflejo tras la oscura nada de la noche. Aullidos sentía en mi derredor, pero mis ojos nacían y morían en ese otro lado donde la sangre fría ensuciara mis botas embarradas. Disparábamos menos ciegos, con el corazón en cada gatillo, con la patria en libertad, por la revolución eterna. Éramos fantasmas de ideas que no se dejaban atropellar por pálidas balas, por ojos flacos, con bolsillos largos y sueños de vidrio.
Otro colectivo, farol, carrusel y esmeraldas negras que conforman las calles escurridizas de Leufü. Un prado amarillo y ventanas verdes, demasiados verdes. Un teléfono cada seis cuadras con espirales rojas, más bien naranjas, en un fondo blanco, más bien amarillo: gastados por los años. Desde la prohibición de las comunicaciones a larga distancia cuando te fuiste, ya no son las mismas. Los árboles se comen unos a otros por un rincón en la plaza sin juventud campante, ni versos alegóricos. La institución de Ernesto queda a no más de tres cuadras, me bajo en la próxima.
Los humos cafés salían a carcajadas por la puerta de rosas, marchitas de amor y esperanzas. Entró como para esquivar la neblina; escogí el rincón más sordo para esconder mis pensamientos y tener una vista harto panorámica de tanta gente descalza de pies desnudos. Pido un cortado indiferente mirando a través de la ventana el nublado brillo del sol. Entonces salta y sin poder entrar se choca contra el vidrio limpísimo. Pobre estúpido animal, que torpeza tan increíble. Me río interiormente, acaricio a Rafael y me salta a la vista esas piernas presionadas de oscuros cueros que provocan aquella silueta aterciopelada. Les juro que se me partían todas las cabezas pensando cómo hacer para arañar esas curvas. Para disimular pregunto dónde está el baño –al fondo a la derecha- me levanto; me acerco poco a poco; me toco con varios transeúntes en misiones similares a las mías, la mesa no se encuentra a más de cinco metros, logramos contacto visual, soplo el humo que me entorpece la vista. Me distraigo intentando esquivar una silla y al levantarme encuentro velozmente una viga con suficiente sobre relieve como para reventar mi frente. Saco un pañuelo descartable del bolsillo, oculto la herida y haciéndome el pelotudo me voy directamente al baño. Me miro al espejo. Que estúpido animal.
Con un lápiz B12 va marcando los contornos de una mano cerrada tomando una metralla haciendo fuego. El fondo es un paisaje de lo más selvático. La piel era gris claro, contrastando con la oscuridad del arma, sobresaliente esta última entre tantas penumbras. Se ven vestigios de sangre rojísimas deslizándose por todo el brazo que se desvanece en dirección al sector superior, al fondo. Para los que tienen suficientes ojos se habrán dado cuenta que apuntaba hacia la parte baja del cuadro, donde la sombra de un árbol cualquiera recibía las balas.
Estación en la selva luminosidad de la noche. Cello en ojos ardientes que se preparan para lo peor y lo mejor en simultáneo: tiene que ocurrir las dos para ser perfecto. La mente se vuelve un punto, nublando y consumiendo todo lo en rededor. Un punto blanco en el centro de una cruz roja de láser. El mundo se reduce a eso, y si no se reduce, no hay mundo. Último instante de pre-blanca paz, entrada antes de comer, ojo de huracán dentro de la trinchera... y los parpados se rompen por toda la lava del volcán que grita junto a la garganta y la granada que después de tres, sale volando como vanguardia de la carrera de la metralla a cabezas imperialistas que revientan, sangran, pendulan y caen. Balas y bombas en ambas esquinas. Se interna en el humo del mundo, estrella fugaz roja en ocaso negro violáceo, sin parar nunca de ladrar.
Un proyectil es expulsado por la presión ejercida en la pólvora, esquiva unos cuantos futuros cadáveres, pero se topa con el cráneo de Caracruz. Sin que este pueda detenerlo, se desliza nervios-pupila-nervios-cerebro- hasta que queda a medio cruzar la segunda parte del cráneo, que por fin detiene su carrera.
Los ojos de Vicente sufren todo lo que Caracruz no pudo sentir de su propia muerte. La cólera multiplica por mil el diámetro del punto blanco, ya sin cruz de láser, o si la hay, no tiene importancia ajora. Dispara aleatoriamente, bajando a propios y a extraños.
Luego del miedo del comienzo, llegó el terror, el caos, la muerte, la muerte sobretodo, y la calma, la calma de la muerte por un lado, la calma de trabajo realizado por otro. Euforia es el último paso triunfalista, paso que no siempre llega. Euforia porla alegría de la esperanza revolucionaria, euforia de tristeza de consuelo. La brigada Swadeshi toma posición en la ciudad. Se encuentra a veinte kilómetros de la capital y a cincuenta de la costa. Es el punto justo en el que no hay retorno posible. Los volcanes llorosos y las manos en sangre de Caracruz lo saben, y es la excusa perfecta para seguir con pasos firmes hacia adelante, dejando el luto para un momento más propicio
43 minutos
137 muertos
7 kilómetros
1 Esperanza
Salí del baño y tomé directo para la salida, el mozo me siguió detrás y yo le tranquilice diciendo que no se preocupara, que Rafael juega de garante para mi regreso. Respiré hondo. El hoyo en la frente era duro de tapar o disimular. En eso aparece ese estúpido animal que entre los dientes traía un pañuelo que dejó sobre los cordones de mis zapatos, mientras me miraba con sus ojos aterciopeladamente húmedos. Flexioné la rodilla para alcanzar aquel pañuelo rojo brillante que se va hacia el centro haciéndose de un violeta humeante. Lo miro menear la cola, y el gesto del cuello péndulo y la inclinación del labio superior a la derecha proporcionan a los observadores lo cómico de aquella situación. Hago un nudo con las puntas del pañuelo y lo acomodo en mi cabeza, ocultando el crimen de la brutalidad en el pre-cuero cabelludo. Crucé por tercera vez por la puerta y me dirigí a aquella silla esperándome desde que vi marchita de amor y esperanza la rosa del café.
Cuando me senté le acomodo el gorro que tenía puesto y entonces me preguntó poetsa y asentí con guiño tenue. Sonrió y dijo Diana. Tomó su libro y gritó
Vfida, mi vfida, déjatse caer, déjatse doler, mi vfida, déjatse enlazar de fuego, de zilencio ingenuo, de pfiedras verdes en la casa de la notse, déjatse caer y doler, mi vfida.
La miro tres segundos, mientras deja caer el libro en la mesa esperando una respuesta satisfactoria a la enseñanza del día. Quimey sin poder ser menos, apoyó su codo acechando el aire azul que emanaba su cuello y como zumbandole al oído dejó resbalar su voz.
Esa carne que ya no se tocará en la vida, esa lengua que ya no logrará abandonar su corteza, esa voz que ya no pasará por las rutas del sonido, esa mano que ha olvidado hasta el ademán de tomar, que ya no logra determinar el espacio en el que ha de realizar su prehensión, ese cerebro en fin cuya capacidad de concebir ya no se determina por sus surcos.
Con una risa de campana pequeña, tapó la parte inferior de su rostro con el “Árbol de Diana” y la frente con su gorro de lana. Escucho luego al pibe de los ojos de mar bailar con las letras de Artaud, aunque admitía poseer sus propios zapatos, hartos más angostos. Me pidió sonrojada que le trajeran un café irlandés.
Charly: Sana y salva la cenicienta nunca fue feliz.
Encontramos un claro en la selva. Beto asintió y levantamos campamento. La revolución estaba casi consumada. Faltaba lo más importante, doloroso y difícil; la última bala. Son ciento cincuenta metros más de selva, y en la cima de la colina que le sigue aparecerá la ciudad capital: el fin de todo. La muerte de la revolución. La historia dirá quién gana quién pierda y de muchas brutas moralidades. Pero si en una de esas damos vuelta la historia, la hacemos muda, o por lo menos sordos a sus lectores, será en ese momento donde esta estaca que sirve ajora para levantar la carpa y que desaparecerá en el tiempo, obtendrá su justo significado
-Mi amor, te olvidaste después del Adriancito.
-Está en el cole.
-Qué lástima, se lo va a chupar. Tráelo haber si le podemos sacar jugo al halconcito ese.
-Pero vos sos medio peligroso. Con vos termina como Van Gogh o Mozart...
-Gigante.
-Muerto.
-Como todos.
-Pero no antes que yo.
-Antes, que palabra; más fuerte que después, creo.
-O casi lo mismo, alguna vez debe haber sido después.
-Todos los tipos blanco acá dentro ya olvidaron el después, es un paso, pero que complicado el antes, más el antes de después. Adriancito es un antes inevitablemente precioso, vos sos un antes que marca a fuego esta cosa, este lienzo en blanco, aquel con esa mano gris y vivos rojos.
-Pero sin el antes acá no aparecemos. Sin mi madre o la tuya dudo que pasemos de la esquina.
-No le pienso besar las botas al hombre de neardental: deja la biología para tu abuela cuando te teja algún suéter. Si vamos a hilar fino Dios nos gana y somos todos deterministas, positivistas, y chusma iracundo puteando al pendejo que está dale con la bata.
-Entonces salgamos todos a disparar para cualquier lado.
-Allá vos, yo las armas las uso para limpiarme el culo. Prefiero pintar.
-La primera bala te la voy a dedicar a vos.
-Y eso va comer a pasar, porque es después, o antes siguiendo una línea física, que importa, mi cerebro se esparcirá rojo y no habrá blanco, y en blanco no es estar, es como ser y una vez que sos te la bancás, estés en Paris, estés muerto o estés por jugar un picado con los tipos de la institución.
-Por eso tipos como vos están encerrados: hacen doler bastante los papeles.
No cometas el error de morir tomando el café caliente,
de mear sin el sol en la frente,
de calzarte sin correr por los prados verdes.
Miente cada vez que sea necesario
pero se sincero todo el tiempo que puedas.
Crea una burbuja del tamaño de este pañuelo,
en el que quepa todo lo que eres,
acarícialo cada mañana
aunque termines tomando frío el café irlandés
Bitácora de Vicente entre líneas oscuras. Ves un colectivo lleno de gente yendo y viniendo, el colectivo tiene mil personas, pero nadie se entera. Sigue yendo y viniendo sobre el aire, pero ocurre, siempre ocurre, un desastre, una caída y cien personas menos en el mundo. Ese siempre suena a historia, a volvió a ocurrir, y como todo lo que vuelve, desaparece hasta la vuelta en el que vuelve a desaparecer en el diario harto amarillo húmedo cerrado. La derrota es eso, un colectivo con cien pibes sobre un puente roto en Bariloche, un mundial ’78, y los números en la lotería. Todo va y a veces hasta vuelve para ser un va repetido. 1789 es una cifra con valor snob. No existe, la acción no es más que uno ahí en ese instante gritando gol de Kempes y dale que va. Pero el amor no es el orgasmo, y estar allí de nuevo, ver transparente entrar a la otra persona en la oscuridad. Es Quimey dentro de un café, perdido en sus vaivenes estériles, es yo el 31 de abril, aunque falten tantas décadas. El mundo es la acumulación de consecuencias, la historia son sus causas. Mi revolución no es mañana, es en mil años, cuando algún niño llore contento, junto a otro pibe en la misma.
-El problema es que están todos blanco equivocados.
-Entiendo que sepas más que los médicos, para eso estudian.
-Claro, aprenden a equivocarse.
-Cómo no me di cuenta antes.
-Porque fuiste al colegio.
-Por su puesto, y ajora me vas a decir que…
-Lo que pasa, es que estos tipos dijeron esto es después normal, vos te desviaste por acá, entonces te hacemos volver y todo solucionado.
-Pero…
-Pero si llegué hasta aquí es porque puedo volver. Un hombre no va a la cárcel porque haya robado, sino porque es capaz de robar.
-Eso es muy cuestionable.
-Entonces los tipos te vuelven pasivo, inofensivo para la sociedad fuera de la sociedad, pero una vez que vulva, chau.
-Y qué pretendés, no volver a la sociedad
-No lo dudo, ser distinto comer no es ser enfermo, aunque si lo estuviera, deberían reventarme la cabeza con mi neurosis, hasta que vuelva a un nuevo estado de aparente equilibrio, un estado superador y sin vuelta. La restauración debe ser un estado de afirmación de estructuras, y la digestión es un estado de historias más complejas.
-Eso, o la muerte.
-Los remedios siempre son peores que la enfermedad, pero tienen efectos más mediatos.
Sueña escalofríos tan terribles de digerir
que te escupa el hueso en cada grito,
que agujeree los músculos en cada brillo.
Inventa un invierno para cada sombrilla,
una primavera en cada poncho,
un desierto en cada paraguas,
un océano para cada uña de tus dedos,
un sueño a cada escalofrío.
Las líneas se corrían una dentro de la otra en un mapa donde la cabeza efervescente asentaba simbólicamente toda su consciencia. Un cuerpo desnudo de mujer se me aparece en la puerta de la carpa donde me encuentro.
-Perra, que mierda hace aquí.
-Vengo a vender mi vaginita por tu revolucioncita.
-Le voy a hacer fusilar, pone en peligro todo el jodido campamento.
-Son los riesguitos que uno debe tomarse.
Saque la colt y apunte directo a su seno izquierdo.
-¿Cómo llegó hasta aquí? La selva, los guardias… -Con voluntad y unas buenas nalguitas se puede hacer todo en este mundo, mi amorcito.
Pronunciando sus palabras caminaba hacia mí y sus pechos se erigieron al contacto con el frío del metal.
-No se acerque puta, le voy a dejar sin pezones.
Empezó a acariciarme la colt de carne mientras su boca escupía “no vi ninguna mujercita en todo el campamento, hasta los guerrilleritos necesitan comer”.
-Arrodíllese que la fusilaré acá mismo.
-¿Cómo no?
Sin dejar de tomarme, se agachó abriendo el cierre de mi pantalón y empezó a succionar- Basta perra- dijo el Zurdo, pero Mariana continuo su labor sin que él pudiera hacer nada con su libido y los ojos invertidos dejándolos totalmente… blancos.
Ernesto-Están enfermos de salud, se comen la vida en aspirinas.
No te quiero hablar de maniquíes de plata
pues en vano rogar tu reverencia.
Te quiero violeta de pasos en perfume
pero sin el rojo de mi pañuelo.
El mármol no es más que arena
y tu mierda es un vos sin lavandas.
Se filtra aquel café irlandés entre ramas
dejándote sin más que muertes y sueños.
Se dormía la muy perra inocente en mi pecho, sus labios contentos y húmedos me reventaban el estomago. ¿Cómo mierda hizo esta Marianita para llegar hasta aquí? Obviamente es un problema. El Beto me va a reventar la cabeza, yo lo haría. Lo mejor va a ser un tiro en la sien y… basta, le encanta acariciarme ahí, la concha de su madre, los jodidos cristianos tienen razón, la carne es demasiado débil. Disfrutá la noche, que mañana será un día duro.
-No entiendo tu ermitaño
-El hombre no cruza mi comer camino, no tengo porque rogar el suyo.
-Es una mirada muy triste.
-No dejo que coman mis extremidades.
-Si fueras un poco más delicado con lo que dices, podrían comprenderte mejor, y tú comprender mejor a los que te rodean. La vida es más fácil sin estas cuatro paredes.
-“La moralidad es una actitud que adoptamos hacia las personas que personalmente no nos gustan”
-Centenares de damas por año besan la tumba de Oscar Wilde, eso creo que te saca varios puntos.
-El hombre común después me da bastante repugnancia, entre sus colores falsos, sueños estériles, su olor a mierda recién servida, sus preocupaciones de topo. Está demasiado asentado en su nada y no la cuestiona. Tenés la mesa ahí, al lado de una cocina donde servir comida y es práctico y por eso real, pero de una realidad en la nada. Y la angustia que empieza a florecerme por blanco los poros, y la cabeza que dice estoy mal por cual y tal y me reviento los dedos a patadas uniformes para ser más práctico. Lo bueno, lo útil, lo consagrado y la felicidad al mayor número, entendés, mayor número posible. Hasta te lo miden con regla.
-Pero al ver los ojos tristes de Adriancito y lograr trocarlos, me parece que la angustia se te hace flores en los poros, y eso te cuesta admitirlo.
Lo mismo de siempre, con su acento escorpiano me dice mientras coloca su gorro de lana en mi cabeza, “tya me abfurrí, vfamos a casa para estsar más cómodos”. Yo necesitaba lugar en donde dormir, porque mi cama se encontraba bastante segura. Así como quien no tiene nada que hacer, pues no lo tenía, fuimos a un departamento con hectáreas de áreas verdes florecientes en todos los rincones. El ascensor estaba roto, pero eran tres pisos en escaleras, así que lo tomamos igual. Paró en mitad del segundo, le convide una seca y seguimos en la nuestra.
-Cuando por fin compfre mi casa, que melózdico se volvferá todo.
-Siempre preferí los departamentos pequeños, donde acurrucarse unos con otros.
-Pfero uno pfierde el aire. Pfara eso estsán los ascensores.
-Que bien pronunciado el ascensor.
-Las pferonas se ríen de mi acentso. Es que la pfalabra se ha vueltso el Dios de los jombres. Que estupidez.
-Estupidez, ya van dos aciertos.
-O dos errores, a quién le importsa. No escutche pfalabras más joribles que secso, coger. Hasta jacer el amor parece una pfartida de pocker.
-Sí. Uno debería decir leciar. Y ya que estamos, zalo es una buena palabra para el pene, porque a los hombres nos cagaron. Vagina es una palabra de puta madre, y concha no es del todo desagradable. Pero pija es como un trapo de piso, y la testosterona se me va a arriar barriletes.
-Pero tsampoco estsoy hablando de eso. Hay pfalabras tan omnipotentse como ser Dios, amor y muertse. Uno les tsiene ese miedo natso. Piensa en muertse y dice qué horror, yo no quierro eso, y le da una buena morsdida al matsahambre. Le repucgna la mortsalidad infantsil en la tsele y se enfurrece. Pero ese infantse estsá muy lejos de nosotros, y no es lindo aceptsarlo. Luego aparrece el funerral mentsal en que uno extraña estar vfivo, o que mi hermano estre vfivo, pero devfiene entonces la poesía de la muertse. Uno no extraña, uno no es, estsar muertso es estsar muertso, no tiene último suspiro. Uno no cierra los ojos, el alma no se va. Morrir, como todos los verbos, no es una acsión. Estsá como ajora pero sin tsodo lo de ajora. Por eso el infierno lo imaginaron los pecadzores para tener un lugar a donde escapar. Me gustsa mucho la fotografía. Todo estso es una fotografía, lo lineal lo encontrarás en las matemáticas, no aquí. El infinitso es un concepto, y nada realmente puede serlo. Al caminar desaparezco y en otro puntso de la jistoria aparetce una mujer con característsicas tan similares a las mías que no las diferentcio. La vfida y la muertse son la misma foto, pero en la segunda no hay quien la mire. Cuando tsiras la moneda es cara y seca hasta que alguien con tus ojos de miel desea cara al ver una moneda pfarecida a la que tirastse, pero con el cabildo en lugar de la casita de Tsucumán. Ese hombre es ahora 25 centsavos más pobfre. Cara es el concepto que tsanto pensamos, seca es la nada tan poesía y cruel que nos dice cuantso sobramos.
-Un recuerdo azotó mi cabeza la otro día. Caminaba en prados que al vista de las hombres era blanca, mas era de uno mezcla de todos las colores. Casualmente la cielo también parecía blanco, a pesar de ser negro estrellado por todos los estrellas que verías mirando a trescientos sesenta grados a la cuadrado y con una vista infinita. Caminaba y pensé porqué voy a caminar. Si me detengo toda estaría ahí donde está, nada se modifica realmente, la mundo sería igual de blanco, a pesar de no serla. Entonces me dije qué la que estoy pensando sirve de base de la otro, pero si no aparece la otro, mi pensar no existiría más que en la nula instante en que fue. Sin embargo caminando encuentro la fax de Dios, caminar sería como el base que sin el fax se vuelve nula, y caminé. Pero entonces, ¿qué busco, la fax o mi nombre que está junto a él?, ¿yo o la todo? Vienen las dos casi del mano, separándose por no más de ciertos centímetros. Pero si hay que elegir ¿qué buscar? ¿y si Dios no me atiende? ¿Si ya la hubiesen matado? ¿o si no la mataron? ¿cuál sería el diferencia? ¿la blanco dejaría de ser colores o estrellas si mataran a Dios? Todo estaría igual, un muerte cuantitativa, con importancia de grado, se la terminará llevando la viento. Aunque la nombre tiene el mismo deficiencia. Nada cambiará ser Calíope o Clío. La prado y la cielo seguirán siendo blancas. Sólo sería Calíope o Clío la que lo viera. Yo me modifico y la todo sigue como está. ¿Y si alguien matará a Dios y él en represalia se llevara todo? Yo seguiría siendo Calíope o Clío, sin todo, como Dios sería la todo sin Calíope o Clío si la muerto sería yo. ¿Qué busco entonces, la fax, la nombre?
-Entsonces.
-Caminé.
-Myqui, no me gufsta tsu amigo.
-A mi tampoco, pero el pendejo está en todos lados.
Al otro día nos levantamos y como la muy desubicada se vino sin ropa, la tuvimos que disfrazar de milico. Le di un par de lecciones de guerra, pero tenía la idea estacionada ahí, y no me dio mucha bola, aunque las tocara demasiado. Las horas pasaban sexo lección pelea sexo sexo lección sexo pelea sexo sexo sexo. No van a dejar que duerma mucho tiempo en nuestra carpa… bah, que duerma en la carpa de los otros, porque ella me cuenta que sus caras en V abre grande la boca cuando pasan en sus ornamentales pechos ya rojos por los mordiscos de distintos colores.
De nuevo en el colectivo, corriendo el trayecto del lienzo al mate, de las pinturas a la yerba, de Ernesto a Alberto. Ese colectivo de césped que te desvía en ese correr de distintos puntos del árbol. Del árbol-reflejo al árbol-sombra, y todo gira en torno a esta realidad que inventamos, ya sea por conveniencia material o espiritual, pero siempre por conveniencia. La madera tan alta da miedo. Un miedo de caracol dentro de su caparazón. Y no sé, todo se vuelve tan ceniza y perfume que nos olvidamos del fuego, del aire y del agua. Sí, el agua. Con el tiempo he aprendido a mirar el agua, el reflejo sobre el agua. Pero es tan frágil que da vértigo, y me mantiene de este lado de la orilla, que se ríe de mí. Uno que no sueña más que volar y le encoje todo el algodón un simple chapuzón.
Etsos ojos de profundidades oceánicas es nido de mis labfios. La sancgre no pasa por el matse. Empbieza a rociarme. No contsengo la vfista tan humeantse y empbiezo a llorar. Siempfre a llorar. Nunca entsiendo porqué, es lindo llorar. Es una poesía compactsa y desarrollada de cabo a rabo. Me sientso encogida entrecruzando los brazos sobfre las piernas quebradas en el ascensor que sonríe como con ironía. Myqui se sientsa junto a mí. Me besa la cabeza. El aire se me va en encierros pequeños. Empieza a rociarme la rodilla. Los encierros pequeños atormentsándome el matse con sus acgujas pequeñitas y no le paro con el lloro. El rocío va y vfiene de la rodilla pero por la fuerza gravitatsoria empieza a descender por el muslo. Las acgujas pequeñas se incgrustan, se van quebrando y el rocío las absorbfe poco a poco. Todo ocurre tan paulatsino que no me da tsiempo en racionalizar nada. Todo ocurre y puntso. Sigue descendiendo con disimuladas cgaricias esporádicas en las manos que se humedecen de tsranspiración. Poco a poco el agua va colonizando tsodo el barrio. Me quedo sujetsa al recuerdo de esas acgujas que ajora fueron para jamás estar ajora. Y el descenso no tsermina hasta humedecerme completamente la vagina. Sigue besándome en la cabeza gacha. Y ese alientso húmedo sube por el útsero, los ovfarios, el estsomago, farincge y larincge, lo más gutural sale por una boca que se conforma con el vfapor, la respiración se hace más frecuentse y por los ojos tsranspiro más doloroso y belllo[beylo]. Abro grande los dientses. Myqui hurga en todas direcciones. Mis brazos ocultsan la boca y las piernas se cierran instintsivamente. La persistsencia se hace fuerte. Humedece con su lengua mis oídos con una carrera de nervios que me tsranscurre por tsoda la vértsebra, empezando sobfre atsrás de la nuca. Poco a poco voy cediendo tserritorio. La lengua y los dedos van pferforando en continuo poblando surcos que esbozan todo mi cuerpo y va pferdiendo vestires entre las canaletsas que forman los surcos. Todo en él estsá encima nuestsro. Los ojos cerrados se contsraen para no ver nada cierto y el entsra y sale y entsra de nuevo. Los gritsos muerden desde mi boca para entsrar en la suya, y él me las devuelvfe en este vfaivén subibaja que humedece los vidfrios de los lentses, el suelo del ascensor, el vfapor del aire. El agua se ha comido tsodo el lugar y no queda más que lanzarse, no importsa a donde, porque el trayectso es lo que importa, el puertso es un detalle.
blanco
Con el amanecer aparecen, en el horizonte: del otro lado, el surgimiento de un gran número de hombres nuevos; en caída libre por la ladera de la colina. En silencio, despiertan toda una [de]generación muerta entre paredes privadas.
Una catarata de ilusiones bajo el mando de sus ojos volcánicos, pasionales, deseando incendiar desde la copa, las raíces húmedas de un árbol en decadencia. Devora todo el césped seco a su paso, para llegar a la ciudad en tiros que van y vienen y lacían entre ellas, se vomitan unas a otras. Zalos contra zalos. Las vaginas menstrúan dolorosas por el fin del ciclo. La luna está muy lejos de aquí, los sueños, la teoría, lo abstracto. Todo ajora será la realidad objetiva de la experiencia, La realidad verdadera de una isla que se desfallece en esta victoria; donde muere la revolución, el estado, la democracia, el éter. La noche se desvanece dándole paso a la nada… que empieza a ser en esos ojos en llamas disparando a contrafuego. La ciudad es escombros quebrados [de]bajo [de] los pies de Swadeshi.
Devenir es ese instante. No hay después. Lo habrá para un par de historiadores, filósofos, moralistas. Los libros son la lectura, no la imprenta. El blanco cae como rayo en los parpados vencidos y victoriosos en ese mismo momento. La oscura negra del la nada tan concepto y el rojo del laser tan en llamas, y ese bostezar, ese suspiro para adentro, que todo es uno, que no se exterioriza más que en ese grito tan…
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