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Una vez mi abuelo me contó una historia que a la vez había oído de su propio abuelo y más o menos decía así:
Hace muchos, muchos años, tantos que ya nadie recuerda, vivía un muchacho, hijo de una acaudalada familia española que se había mudado a Buenos Aires.
Como don Gervasio Antonio de Castilla y Albatros poseía un rico e importante comercio de importación de cuero, que en esa época era la principal industria en nuestro país, constantemente viajaba a Uruguay por asuntos de negocios. Cierto día en que se le hacía totalmente necesario visitar al vecino país, una fuerte gripe lo dejó de cama por más de una semana, y aunque protestó y protestó, su mujer, doña Cecilia no dejó que fuera. Enviaron en su lugar al joven Emilio que ya tenía suficiente edad como para hacerse cargo de los trámites que su padre necesitaba terminar.
Emilio cruzó el río en una gran embarcación, pero iba algo asustado pues no sabía nadar y temía lo peor. En pocas horas se encontraba en Colonia cerrando el trato con otro importante empresario oriental.
Mientras esperaba en una plaza cercana que se hiciera la hora de emprender su regreso, vio a una hermosa joven negra sentada frente a él. Sintió que su corazón daba un salto y se asombró por aquella sensación desconocida. A la joven pareció ocurrirle lo mismo pues inmediatamente bajó la vista avergonzada y trató de escapar, pero él la detuvo suavemente y la invitó a sentarse a su lado. Pasaron horas de maravillosa charla en las que ambos se perdían en la mirada del otro. Él prometió volver, ella esperarlo. Así se sucedieron una serie de visitas y paseos. Siempre con la excusa de los viajes de negocios. Hasta que la romántica historia llegó a oídos del padre quien prohibió a Emilio regresar a Uruguay y, no conforme con ello, también contó a los dueños de la joven esclava sobre las escapadas con su hijo. Por supuesto, esta fue castigada cruelmente y luego vendida a otra familia más lejana.
Cuando Emilio se enteró de lo sucedido no pudo soportar la pena de estar lejos de su amada y escapó. Lo único que deseaba era encontrarla, pero por más que buscó y buscó, en el puerto nadie quiso llevarlo tan tarde en medio de la noche.
Su deseo de verla era tan grande que robó un pequeño bote. Estaba decidido a remar hasta el otro lado. Pero nunca lo había hecho antes y pronto el débil bote luchaba contra la corriente y la oscuridad.
Algo lo golpeó y lo arrojó al agua, sus gritos no pudieron ser escuchados y su cuerpo se hundió en las profundidades para nunca ser hallado.
Cuentan los marineros y en especial los pasajeros de todos los barcos que pasan por el lugar donde se cree que Emilio desapareció, que justo desde ese día un enorme pájaro los acompaña durante el viaje, pero desaparece al acercarse a la orilla. Creen que es el alma del joven que intenta día tras día ser llevado al encuentro de su amor y no lo consigue.
Lo llamaron Albatros, porque así era su apellido y si alguna vez subes a uno de los tantos buques que te llevan a Uruguay, lo verás y verás la plaza con el banco donde los dos enamorados alguna vez se amaron.”

Texto agregado el 16-03-2009, y leído por 224 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
22-03-2009 Gracias por compartir la leyenda. 5* ZEPOL
 
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