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Inicio / Cuenteros Locales / fidel0973 / 5 días, 14 horas y 12 minutos

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– In the midst of life we are in death

A Rodrigo le quedan 5 días, 14 horas y 12 minutos de vida.
Rodrigo hizo esta mañana lo que hace todas las mañanas para poder despertarse: orinar, lavarse la cara y cepillarse los dientes. Sin ganas se pegó una ducha, se vistió y vio el noticiero con su esposa – un programa absurdo e imbécil pero imprescindible para elegir la ropa con la que salir en esta ciudad. En Toronto el clima es lo más importante del día: que abrigo ponerse, que bufanda escoger.
Bebió su café – muy ralo, muy fuerte, nunca perfecto – y salió al trabajo. Rodrigo es un tipo muy afortunado. Vive en un apartamento bastante cómodo, en el centro de una ciudad muy limpia y segura. Tiene un trabajo que disfruta y le paga lo suficiente para mantener su estilo de vida junto a su esposa e hijo. Disfruta del buen vino, cocina bien, visita museos, galerías, librerías. En su vida hay alguna que otra inconveniencia, pero nada trágico. En ocasiones recuerda la injusticia social que vio de niño en su país natal en Centroamérica, pero nada que le quite el sueño en las noches. Tiene la vida por delante y se siente seguro de si mismo.
Se siente aún más seguro cuando ve su nombre impreso en una revista de arquitectura o publicado en un blog. Es un éxito local en su profesión y goza, tal vez demasiado, de su éxito. Pero ese éxito lo afianza a su vida que sólo cuestiona ocasionalmente. Un cuestionamiento que se esfuma al atender reuniones de trabajo o responder correos electrónicos. No hay tiempo para ensimismarse: su familia, su profesión, su nombre y su comodidad lo mantienen demasiado ocupado.
Esta mañana, como todas las demás, caminó a su oficina sin tener ninguna idea de que le quedan 5 días, 14 horas y 12 minutos de vida.
¿Qué es la muerte? ¿Cómo se reflexiona sobre algo que nunca llegaremos a conocer a fondo? ¿Cómo se piensa sobre la muerte en una ciudad donde las muertes son esterilizadas y empaquetadas como cualquier otro producto? Muertes lejanas, de ancianos, de inmigrantes frustrados o adolescentes alcoholizados. En su país si presenció muertes más palpables: el hermano de un amigo asesinado con un balazo en la cabeza a los 17 años; de estudiantes universitarios asesinados y abandonados en la esquinas junto a llantas quemadas; de nombres ausentes, recién desparecidos amigos de su padre. Muertes con cara, identidad, muertes violentas y espontáneas, sin fichas de hospital. Muertes callejeras.
Aquí en Toronto, la muerte es extranjera, incapaz de tocarte, al menos eso es lo que hacen creer los noticieros y revistas. Algo lejos de la comodidad del living o las cenas con amigos profesionales. La inmortalidad del hombre profesional en su sueño diletante de la clase media. La muerte existe solo en tercera persona, al menos por los primeros 60 años de vida.
En este hermetismo se ha refugiado Rodrigo desde que llegó a Toronto hace 19 años. Un hermetismo de un pasajero de primera clase: asiento reclinable de cuero, audífonos perfectos, una copa de vino tinto Haut-Médoc, y el mundo, muy, pero muy lejos.
Pero todos los aviones necesitan aterrizar y a veces hasta se estrellan en pedazos y llamas haciendo noticias; noticias que se olvidan rápido. El pasado es efímero, reemplazable por la siguiente noticia de último minuto. El presente es entregado con una semblanza de existencia minuto a minuto, blog por blog, noticiero tras noticiero.
Es obvio que el avión de Rodrigo se estrellará pronto. Nada trágico, un simple paro cardíaco, una muerte estéril más de esta ciudad, archivada y catalogada con suficientes números en el hospital.
Pero él aún no sabe nada de esto, y este día transcurre como un día más de su vida. Correo electrónico, reuniones, tiempo para almorzar enfrente de la computadora leyendo noticias que cambian con cada click del mouse. Volver a casa, comprar pan para la cena. Cocinar para su familia, comentar el día: sus trivialidades – comentarlo con mucho ahínco.
Ahora sólo le quedan 4 días, 23 horas y 3 minutos de vida. Pero sin saberlo sólo deja que la noche sea igual a la de ayer, y a la de mañana. Leer un poco, sin seriedad, quizás ver un poco de televisión, dormir y empezar el próximo día en cuenta regresiva, pero sin saberlo.
A la mañana siguiente, con 4 días, 14 horas y 6 minutos de vida, despierta. Este día sigue el tedio de su rutina. Y en ese tedio hace planes para las vacaciones de verano, come una buena pasta, sigue sin presentir su final, sin pensarlo. Su inmortalidad de hombre clase media sigue intacta.
No hace falta narrar los 3 días restantes. Sólo decir que en su seguridad no encontró tiempo ni espacio para contemplar a lo que quedó atrás en ese país de Centroamérica, ni en las muertes callejeras de su ciudad natal, ni siquiera en su propia muerte. Es mentira de que la vida entera pase por delante en ese segundo. Ese segundo apenas alcanza para agarrarse el pecho y caer al suelo. Tal vez pensar en la cena que esta en la estufa, en el vaso de vino que cayó al piso. La trascendencia de ese momento es un mito. Rodrigo cayó de golpe, y no dio más que un suspiro desgarrado y bilingüe.
Su muerte llegó sin ningún anuncio, sin tiempo de reflexión. Una muerte real que lo devolvió a la nada absoluta, a un pasado sin memoria.

Texto agregado el 15-03-2009, y leído por 114 visitantes. (0 votos)


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