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SIN MIEDO

Así era él. ¡Tranquilo y sin miedo!
Había nacido como dicen sus amigos “con nervios de acero”.
Gustaba de apuestas para probar su valentía.
Disfrutaba aceptando retos tras retos.
Sus ojos no parpadeaban ante lo inesperado. Eso lo hacía raro, quizás demasiado.
Tenía unos padres que lo amaban, un hogar, una vida, un jardín de flores y un cielo con millones de estrellas.
De él se contaban cosas, algunas extrañas, otras no tanto, pero siempre bellas e interesantes como mariposas de colores.
Era audaz y temerario como los zorros del bosque.
Amaba mirar las nubes, seguirlas con la vista, descubrir los mundos que formaban hasta quedar dormido bajo los árboles sin hierba.

Cierto día murió la anciana de la casa de alto. Esa que estaba justo encima de la colina.
En la tarde aullaron los perros, repartiendo su eco por las calles del pueblo. ¡Qué raro! – pensó – y se rió del miedo de los vecinos.
Y es que según la gente la vieja era medio bruja.
Dicen que vino de largo, de allá bien lejos donde los cerros se acuestan con las nubes.
Con el sepelio se enterró la tarde y sus amigos lo retaron a visitar el campo santo. A meter su brazo por una hora en la tierra de aquella tumba.
Alguien lo vigilaría desde la esquina del muro donde estaba el ángel con el ala quebrada.
¡Claro que lo haría!
La bolsa de bolinchas y caramelos que se apostaba era un fácil premio de ganar.
Esa noche excavó la tierra con un pedazo de lata.
Su mano entró hasta la muñeca. Siguió arañando la tierra hasta que su codo quedó casi oculto.
¿Así? – preguntó a los retadores.
¡Sí! – dijeron con la cabeza los otros y se situaron a la par del vigía de la tapia.
Era casi media noche. No había luna pero si luces en el cielo.
El viento soplaba llevándose nubes grises a llorar a los cerros.
Un calambre en el brazo le hizo bajar la vista.
Tan solo 15 minutos habían transcurrido.
¡Lo sentía! Una fuerza invisible empezó a jalar su brazo.
Sintió como algo semejante a una mano estrechaba la suya.
Por primera vez en su vida el asombro se pintó en su rostro.
Quiso gritar, voltear hacia sus amigos, pero un miedo desconocido paralizaba su cuerpo.
Su brazo se fue hundiendo, luego su hombro, su rostro… hasta que el aire le faltaba y el olor de la tierra asfixiaba sus pulmones.
Despertó tirado en el fondo de un callejón, apretando con fuerzas los trozos de cartón que le servían para cobijar su cuerpo.
Un sudor frío y constante bajaba por su frente.
Eran ya muchas las veces que lo asaltaba ese recuerdo.
Hace tanto tiempo que aquel accidente le había arrebatado a sus padres.
Su razón había huido y la locura constantemente lo reclamaba
Desde entonces escapaba de cuanta casa u orfanato lo enviaban.
Y es que el terror de aquella noche lo hacía vagar por las calles.
Tanto… que el solo hecho de mirar hacia aquellos cerros lo hacía temblar.













Texto agregado el 15-03-2009, y leído por 191 visitantes. (13 votos)


Lectores Opinan
10-09-2009 Te extrañamos. Cuando regreses pasa por mi LVD. makiu
22-08-2009 BUEN CUENTO DE MIEDO. makiu
01-08-2009 Interesante! Me gustó! 5* tursol
22-04-2009 estupndo, me ha encantado****** JAGOMEZ
13-04-2009 Sos demasiado aburrido. Cuando uno lee debe tener ganas de seguir leyendo. Realmente con usted pasa muy poco. Intente ponerle mas fuerza a sus escritos. Aportarles algo interesante. Humildemente se lo digo. Un abrazo mucha suerte abaddon
26-03-2009 Amigo, a fuerza de ser honesto, tienes cuentos mejores. En éste la idea es muy buena. Pero el desarrollo pudiera ser mejor. Saludos. 5* por escribir y estar presente. Azel
19-03-2009 ¡¡¡Me gustó mucho!!! ***** almalen2005
15-03-2009 ZZZZZZZZZZZ !!! scout
15-03-2009 ¿cuando me habrán jalado el brazo? juanloma
 
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