DE RÍOS, DE HADAS, DE SUEÑOS...

Son las hadas del agua quienes crearon los ríos. A ellas se les dio la tarea de instruirlos, pero no todas cumplieron de la mejor forma esta labor.
Los ríos son sabios pero inconscientes a la vez. La furia a veces los ciega y su conciencia es demasiado frágil para aguantar una culpa. Es por eso que corren, corren hacia el mar buscando ahogar en la inmensidad de sus aguas una que otra falta que a ratos los consume.


El río se mecía agarrado fuertemente de las cañas de bambú. Sus corrientes arrastraban una águila negra pintada en una lata.
El río trató de leer en vano las letras escritas alrededor del dibujo. ¡No pudo! La corriente no dejaba de danzar.
Hace tanto que había aprendido a leer. Hace tanto... que cerró los ojos y se hundió en su pasado.
Recordó aquella ocasión cuando apenas era un arrollo. El momento en que aquel cielo inmenso y claro le trajo a un niño.
¡Sí! A ese pequeño que un día le enseñó a leer.
Tenía un libro. Un libro entre sus manos el cual mostraba valles, montañas, animales, seres maravillosos que invitaban a soñar bajo la mirada tenue de un río de papel.
El niño tenía el don de hacer hablar al libro, o quizás era así como él río lo entendía poco antes de aprender a leer.
Fueron muchas las mañanas que su amigo compartió a su lado. Un amigo que le demostraba con acciones el valor de la amistad.
Un día escuchó el nombre del niño. ¡Era un nombre hermoso! Quiso repetirlo en su idioma, pero no existía en su mundo tal palabra.
Por eso la guardó para si. Para dejarla navegar con libertad por el ancho cielo de sus aguas.
¡Era especial! De eso no había duda.
¡Una bolsa en el agua! Él la sacaba.
¡Algún plástico perdido! Su mano intervenía.
¡Cualquier tipo de basura! Ahí estaba su amigo.
Luego del orden restablecido, se escuchaba su voz y el arrollo se dejaba arrastrar por lo mágico de las palabras; palabras que lo elevaban más allá del viento y la razón. Hasta que una noche decidió aprender...
De forma bella y pausada, al igual que aprende una mariposa a volar.
Asociaba el dibujo con la voz, la voz con la sonrisa,
la sonrisa con las palabras, las palabras con las miradas,
las miradas con el silencio, y el silencio con el amor.
Con ansias se hundía en esa mezcla de ternura y con esfuerzo y paciencia al fin aprendió a leer.
A veces el niño se dormía cerca de sus aguas por lo cual él continuaba la lectura con el tips – taps – tips - taps de su fresca voz.
La amistad crecía y el cariño también. Hasta que un día la espera visitó aquel sitio de lectura y su niño no volvió.
Seguro se fue muy lejos, a ese lugar donde se pierden los amigos y nacen los recuerdos.
El arrollo se llenó de lágrimas y empezó a crecer y crecer...
Se guardó aquel nombre, un nombre que nunca pudo decir con sus palabras.
¡Sí! Se guardó aquel nombre, pero también su voz.
El tiempo ancló su barco. Y en el ir y venir del viento aprendió a ser feliz.
Los años dormían en sus cauces cuando una mano temblorosa lo alertó.
Sacaba de sus aguas un trozo de plástico enredado en sus orillas.
Los recuerdos despertaron, pero también la furia ante el invasor. Pensó en su niño y esperó el momento preciso para defender la privacidad de su ayer.
Miró con asombró como aquel hombre sacaba un libro y lo leía sin sonidos ni palabras.
¡Lo odió aún más!
Los días siguieron y el intruso lo visitó una y otra vez.
El río esperaba paciente su oportunidad.
La tarde en que entró en sus aguas, lo dejó que se confiara. Jugó con él como solía hacerlo con las cañas de bambú y de pronto... lo envolvió traicionero arrastrándolo a su fondo.
Ya en sus dominios le arrancó la vida de manera lenta y espaciosa.
Tarde comprendió su error. Muy tarde al mirar los ojos de su niño agonizando en el centro de su ser.
Después corrió, corrió sin alma aferrado a la esperanza muerta de ahogarse sin remedio en las aguas del enorme mar.