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Vivíamos bien.

Nuestras ciudades se alzaban imponentes, sobre nosotras se erguían los edificios de resplandecientes cristales de colores adornados con metales azules que brillaban cuando los rayos del sol o de alguna de las lunas los iluminaban. Había esferas en lo alto de los edificios y dentro de ellas era el único lugar donde crecían nuestras plantas, opacas como la gruta más profunda; como extraño el sabor amargo de esos frutos.

Teníamos una historia, nuestros pueblos habían sufrido innumerables guerras que parecía que no terminarían jamás; algunas de las nuestras se odiaban entre sí, a algunas no las hubiera llamado “de las nuestras” antes; pero ahora quiero aferrarme a cualquier ser que allá nacido sobre esta tierra.

Mi hermana fue de las primeras en notar algo extraño. El sol acababa de salir y el tono verde de la madrugada comenzaba a disiparse.

¡Hermana! Mira eso – me llamo dejando de jugar con nuestra pequeña gata rosa y señalando la cima de una de las montañas – hay una luz extraña sobre la colina.

Yo vi la extraña luz, parecía un tubo resplandeciente y gris que se movía en línea recta; pero era extraño, ninguno de nuestros aviones se movía así, ni siquiera los más nuevos. No le di importancia, la gente siempre cree ver cosas raras, pero casi nunca es nada.

El suceso se repitió un par de veces, siempre en la madrugada y el pueblo empezó a impacientarse.

Una mañana me levante antes de que la última de las lunas se hubiera ocultado, me puse mi mascara azul resplandeciente sobre mi rostro, tome mi cámara y salí al jardín; solo a nuestra gata rosa se despertó. Clave muy bien las cinco patas de la cámara al suelo, batí la cámara hasta que estuvo cargada, la coloque sobre la base y espere a que apareciera ese objeto brillante y extraño. El verde de la madrugada comenzaba a disiparse cuando apareció. Baje la palanca de la cámara con fuerza y esta disparo el rayo habitual de luz, este viajo hasta la montaña, justo hacia el objeto brillante; era cuestión de tiempo para que la luz regresara con la imagen. Pero antes de que la luz que yo envié regresara el cilindro resplandeciente empezó a hacer ruidos extraños, como de maquinaria moviéndose y lanzo su propio rayo de luz.

Me estarán tomando a mí una foto –pensé- entonces si hay gente sobre esa cosa.

La gata chillo y salió corriendo apenas y ellos lanzaron su rayo. El de ellos hizo un gran estruendo, sospeche que algo iba mal. El rayo llego hasta mi cámara y la perforo, cayó al suelo.

Me quede atónita sin saber qué hacer. Escuche de nueva cuenta los ruidos de maquinaria, la gente empezaba a despertar y a asomarse por los huecos asimétricos de sus casas. Sin pensarlo mucho tome mi cámara deshecha del suelo y flote lo más rápido que pude hasta la casa central; donde se encontraban las venerables ancianas.

Ellas me escucharon con atención. La mayor de las ancianas tomo mi cámara y se dirigió a mí.

Debe ser cosa del pueblo de detrás de la montaña – dijo con voz cansada- últimamente no se han podido parar las riñas entre nosotras y obtuvimos noticias de que tenían grandes adelantos en armas.

¿Pero esto? – Pregunte- yo solo estaba tomando una foto y ese objeto se mueve muy extraño, hasta ahora todos nuestros aviones solo se han podido mover en espiral.

La anciana me hizo un gesto para que me callara, trono los dedos para llamar a un mensajero. Una de las aves de una sola pata apareció. Otra de las ancianas le llevo a la más vieja una esfera roja, ella soplo sobre la esfera por debajo de su máscara y se la entrego a el ave.

Dejemos que el ave le envié este mensaje a nuestras vecinas – dijo la anciana- si es cosa de ellas procederemos con diplomacia y si no son ellas…

Deberemos investigar que es – completo otra de las ancianas-

El ave alzo el vuelo, se clavo en picada sobre la tierra y perforo un túnel. Se había enviado el mensaje.

Salí de ahí con pesar, pero no me duro mucho, al día siguiente, en la planicie de la ciudad se había reunido una gran cantidad de gente, todas murmurando, algunas llorando.

Me acerque curiosa. En el centro del disturbio estaba tirada una joven, su piel ya estaba casi seca, los tres dedos de su mano se movían débilmente. Iba su amiga con ella.

Nosotras – dijo su amiga – fuimos a ver que estaba ocurriendo en la colina – pero, a penas y nos acercamos y algo se clavo en su cuerpo, parece metal, se lo saque, pero ella sigue mal.

Esas malditas vecinas – gimió una de las señoras - ¿que habrán inventado ahora?

No eran ellas – respondió la chica sollozando – eran, eran seres extraños, como animales; jamás había visto nada así.

Explícate mejor pequeña – interrumpió la anciana del consejo-

Todas nos volteamos hacia ella.

Eran, eran…mounstros – gimió la chica mientras apartándose de su amiga muerta y extendiendo su mano para mostrar algo extraño, un pedazo de metal gris, cilíndrico, que terminaba en punta- con esto fue con lo que la hirieron.

La histeria colectiva. Unas lloraban, otras trataban de poner orden y otras trataban de explicar las cosas. Yo me quede sin nada que hacer.

Los pueblos acudieron, las vecinas nos buscaron, las expertas opinaron; pero nadie quería cercarse.

Decidimos dejar el pueblo.

Una noche despertamos, sacamos a nuestras familias y comenzamos a recoger nuestras casas, jalamos las paredes hasta el suelo y cuando quedaron como sabanas sobre el piso las doblamos y las acomodamos sobre nuestra espalda.

Antes de irnos voltee hacia la colina y la vi obscura, tan obscura.

¡Ya no está! – grite sin pensar –

Volteo el pueblo entero, primero hacia mí y luego a la montaña.

La luz no estaba, el cilindro extraño de ese metal gris no estaba.

Oímos un ruido ensordecedor muy cerca, una luz intensa que provenía del centro. Corrimos hasta donde antes estaba la planicie y lo vimos:

Un cilindro de metal gris, con fuego en la parte de abajo, con una punta redondeada en la parte de arriba. Se abrió un hueco en la parte superior, primero salió humo y luego salieron ellos. Unos mounstros extraños cubiertos de un material blando blanco, con adornos en el mismo metal gris, sus cabezas eran esferas resplandecientes, sus pies eran enormes, pesados y caían sobre el suelo como si no supieran flotar, y en sus manos había cinco dedos que sostenían estructuras cilíndricas anchas del mismo metal. Levantaron esas cosas cilíndricas y largas y nos apuntaron con ellas, entonces dijeron algo en un idioma que yo no conocía, pero que entendí perfectamente.

Como extraño los días antes de eso.

Texto agregado el 14-03-2009, y leído por 116 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
26-04-2009 Buen texto, un reflejo futurista, como un Deja vú de la especie humana. Excelente narrativa en un tema para reflexionar. *****Afectuosos saludos. sagitarion
 
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